Viejas y futuras glorias
crítica de Why Don’t You Play in Hell? | Jigoku de naze warui, de Sion Sono, 2013
En una cabaña aislada en las periferias de un parque, el maestro de la escuela de los pervertidos, flanqueado por dos impasibles secuaces, les explica a unos chicos lo que deben hacer para descubrir su virilidad y su destino. Las verdades del mundo, todo lo que uno busca, está en la entrepierna de la mujer, dice mientras señala el dibujo de unas bragas. Y la fotografía de esta zona de la anatomía femenina es un arte al alcance de pocos elegidos. A continuación, procede pues a demostrar cómo debe realizarse: uno de sus ayudantes ata una cámara a un hilo retráctil, para así poder colocarla momentáneamente entre las piernas de su víctima mediante un sigiloso y rápido movimiento de kung-fu. También se puede instalar el aparato en un cochecito eléctrico, manejándolo a distancia para que circule bajos las faldas de las chicas sin que ellas se den cuenta; o emplear otro tipo de artimañas más o menos elaboradas para capturar la tan ansiada instantánea… Lo relatado hasta ahora no es sino un fragmento de la desbordante trama de esa apabullante obra maestra titulada Love Exposure (Ai no mukidashi, Sion Sono, 2008). Algo semejante sólo se le podía ocurrir a su director, el artista japonés Sion Sono, pues toda su filmografía linda entre la extravagancia y la autenticidad, entre la ridiculez y la brillantez, al tiempo que toca temas polémicos con un desenfado inaudito.
Ahora, en Why Don’t You Play in Hell? (Jigoku de naze warui), enfoca la historia de dos clanes de yakuzas enfrentados, un conflicto en el que se verán envueltos un equipo de rodaje amateur, la hija de uno de los jefes de la mafia y un chico que se hace pasar por su novio. En un principio se nos introducen estos personajes cuando son más jóvenes, mostrándonos el sangriento antagonismo entre dichos clanes: el del severo pero tierno Muto y el del tradicional pero trastornado Ikegami; el anuncio que rueda la citada y bella hija de Muto, proyectando una futurible carrera de actriz o al menos un hit pegadizo de la radio musical; y la voluntad hiperactiva e irrefrenable de esa panda de críos que ruedan toda acción que se encuentren, con la esperanza de poder un día realizar un largometraje en condiciones... De peleas y sangre, por supuesto. Es fácil por tanto anticipar que, tras una elipsis diez años, este grupo se acabará mezclando con el primero, aunque en una película de Sono las circunstancias siempre sorprenden… pues a menudo son inverosímiles. En efecto, la película se mueve entre caricaturas y estereotipos, pero les da la vuelta con una socarronería tan burda como impresionante, y no hay más remedio que entrar en su juego hilarante y en su mundo paralelo. El metraje va entonces avanzando de forma esperpéntica hacia un clímax que daría envidia al propio Tarantino.
Y es que, como ha admitido el propio Sono, su última criatura bebe bastante de Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003-2004), aunque realmente podrían citarse casi todos los antecedentes del subgénero de artes marciales. Y otra clara referencia, como han indicado otros, es la de Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, 1988), por el componente metalingüístico de la trama. Pero ambas influencias se notan sobre todo en los detalles, como el del viejo proyeccionista en 35 mm que alienta las aspiraciones de la pandilla; o el mono amarillo de uno de ellos, llamado a convertirse en el Bruce Lee nipón del siglo XXI, con bien queda demostrado en el combate final. También a nivel de detalle se encuentran alusiones directas a la propia Love Exposure, recuperando su inolvidable banda sonora: en concreto la canción de rock psicodélico Beautiful, y la música clásica del segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Este autohomenaje pone de manifiesto que Sono es consciente de lo insuperable de aquel filme, aunque en Why Don’t You Play in Hell? se esfuerce por ofrecernos un divertimento de parecidas proporciones.
Este cineasta despliega su talento y atrevimiento en una puesta en escena rica y colorida, una planificación tan estilizada como eficaz o un montaje a la vez trepidante y envolvente. Herramientas dispares como los flashbacks, la voz en off, los subtítulos, la cámara lenta, los cambios de encuadre, los zooms o los congelados son utilizadas con desparpajo y acierto. Pero la mayor habilidad de Sono probablemente sea su capacidad para ordenar este caos. Sus historias son en apariencia anárquicas, pero se apoyan en unos cuantos puntos sólidos que funcionan a menudo según las reglas clásicas de guion, como puede verse sobre todo en la dinámica de plant/payoff. El final de Love Exposure empleaba este recurso con absoluta genialidad, y en esta película también encontramos satisfactorios usos del mismo, como el mensaje que deja uno de los protagonistas siendo niño invocando al dios del cine para cumplir su sueño, sembrando su eventual utilidad; o el primer encuentro entre la chica de la función y el tal Ikegami, en medio, literalmente, de un baño de sangre, anticipando el desbocado desenlace. Con todo, en este caso la voluntad de epatar se sobrepone al calado de la narrativa, menos sustancioso e inspirado de lo que podría desearse. La controversia va poco más allá de la insensibilización de la violencia, y aunque su tratamiento es novedoso, se echa quizás en falta un mayor riesgo en el fondo, equiparable al que sí existe en la forma.
Entre otros elementos menores de crítica pueden mencionarse asimismo un ritmo algo discutible, sobre todo en el primer acto, cuando se suceden escenas intercaladas por cortinillas con un desenfreno no siempre bien entendido; o el hecho de que la innovadora premisa va dando paso a un trama cada vez más predecible, en parte porque los personajes parten de motivaciones improbables para acabar obedeciendo a sus instintos más básicos. Pero es que Sono lleva a sus actores y situaciones al límite, en una permanente sobreactuación y una constante desmesura que, sin embarg,o no suelen desentonar en la intención alternativa de sus películas. Son atributos que revelan en cualquier caso lo poco que las mismas se parecen a las de otro director, pero no reflejan su marginalidad, pues están imbuidas de múltiples capas de imaginario cultural japonés: el manga, los juegos de rol, programas televisivos y otros componentes del geinōkai, leyendas ancestrales y urbanas y otros fenómenos sociales. Y al mismo tiempo, todo ello lleva el sello al 100% de uno de los directores más valiosos y personales de los últimos años, cuyo status de culto popular en Japón se ha traducido hasta ahora en un escaso reconocimiento fuera de sus fronteras. Aunque Why Don’t You Play in Hell? no está a la altura de Love Exposure, muy pocas películas lo están, y la misma puede en cualquier caso contribuir a corregir la injusta infravaloración internacional de Sono, pues el espectáculo que ofrece sigue siendo memorable. | ★★★★★ |
Ignacio Navarro
redacción Madrid
Japón, 2013, Jigoku de naze warui. Director: Sion Sono. Guión: Sion Sono. Productora: Bitters End / Gansis / King Record Co. / T-Joy. Fotografía: Hideo Yamamoto. Música: Sion Sono. Montaje: Jun’ichi Itô. Reparto: Hiroki Hasegawa, Gen Hoshino, Akihiro Kitamura, Jun Kunimura, Fumi Nikaidô. Presentación: Festival de Venecia 2013.