Todo lo que siempre quiso saber sobre Virgil Starkwell
y nunca se atrevió a preguntar
Cine Club | Toma el dinero y corre, Take the Money and Run, de Woody Allen, 1969
Amado por muchos y odiado por otros tantos, a estas alturas nadie es capaz de poner en duda la posición de Woody Allen como uno de los cineastas más inteligentes e influyentes del cine moderno. El genial judío neoyorquino, auténtico hombre orquesta que nos ha hecho pasar momentos inolvidables ante una pantalla de cine en sus distintas facetas de director, guionista y actor (labores que combinaba con las de humorista, escritor y músico, ahí es nada), continúa fiel a su cita con el público, entregando una nueva película cada año desde que debutara hace 48 años con ¿Qué pasa, Tiger Lilly? (1966). Ganador de cinco Oscar –mejor película, director y guión por Annie Hall (1977), mejor guión por Hannah y sus hermanas (1986) y Midnight in Paris (2011)–, Allen ha sido un ejemplo de cineasta que ha sabido reinventarse a lo largo de su carrera. Tras su exitosa etapa como humorista, haciendo monólogos en la cadena de hoteles Borsch Belt de Nueva York, el realizador trasladó esta habilidad para hacer reír al cine, con una serie de comedias disparatadas que fueron muy bien recibidas por el público de la época. Títulos como Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971), Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar (1972), El dormilón (1973) o La última noche de Boris Grushenko (1975) fueron el legado que Allen dejó en aquel primer periodo a veces calificado como “menor”, únicamente por alejarse de la seriedad que empezó a apoderarse de su obra a raíz de Annie Hall, considerada aún por muchos su obra maestra. Desde entonces, el nombre de Woody Allen comenzó a ser asiduo en cada ceremonia de premios gracias a clásicos como Manhattan (1979), Zelig (1983), Broadway Danny Rose (1984), La rosa púrpura del Cairo (1986) o Delitos y faltas (1989), convirtiéndose en el hombre para quien todas las estrellas de Hollywood querían trabajar. Gente como Diane Keaton, Michael Caine, Cate Blanchett, Penélope Cruz, Mira Sorvino y Dianne Wiest han logrado el Oscar (en el caso de la última, hasta en dos ocasiones) poniéndose a las órdenes del maestro, algo que confirma su prestigio como excelente director de actores. Hubo un tiempo en que Allen se quejaba de que su obra era mejor acogida en Europa que en su propio país, algo que en los últimos años parece haberse corregido gracias a la estupenda recepción de Match Point (2005), Vicky Cristina Barcelona (2008) o la reciente Blue Jasmine (2013). Cuando se cumplen 45 años desde su estreno, resulta un buen momento para recuperar Toma el dinero y corre, la segunda cinta del neoyorquino y la que le colocó, de golpe y porrazo, como una de las esperanzas blancas de la comedia americana de aquellos años.
Lo primero que llama la atención del proyecto es su estructura de falso documental (algo en lo que reincidiría años más tarde con la más estilizada y madura Zelig), fragmentado en una serie de entrevistas con personas que han estado cercanas, en diferentes periodos de tiempo, al personaje central. Estas declaraciones a cámara se intercalan con los flashbacks de los hechos que se narran, logrando plenamente el objetivo que Allen pretendía, que no era otro que aprovechar la seriedad con la que está planteado el formato documental para dinamitarlo con unas elevadas dosis de humor absurdo, mucho más físico y apoyado en gags (muy del modo de Mel Brooks, por ejemplo) que en los más intelectuales diálogos que caracterizarían su cine posterior. Woody Allen es el coguionista de la historia junto a Mickey Rose, un antiguo compañero de instituto, a la vez que interpreta al protagonista, Virgil Starkwell, posiblemente el atracador más incompetente y desastroso del mundo. Criado en los suburbios por unos padres que no le prestaron la más mínima atención (geniales los momentos en que éstos hablan en el documental, camuflados bajo unas máscaras con gafas y bigotes para mantener el anonimato), Virgil fue un niño débil de quien todos abusaban en el barrio. La rapidez con la que se quedaba sin gafas, ya que siempre terminaban pisándoselas, solo era comparable con la facilidad con la que era pillado con las manos en la masa en sus primeros actos delictivos (robar una máquina expendedora de chicles y chorradas de ese estilo). Posteriormente, la cinta recoge la extensa y muy variopinta carrera criminal de Virgil, con los continuos pasos por la cárcel, sus hilarantes intentos de fuga y, cómo no, su vida amorosa junto a una joven e ingenua lavandera que es un absoluto desastre como ama de casa.
Toma el dinero y corre, al ser uno de los primeros filmes de su director, evidencia los tics típicos de alguien con mucho talento para el humor que aún no ha aprendido a dosificarlo con la suficiente inteligencia. Se apuntan muy buenas maneras, eso sí, y Allen se las apaña para encadenar una interminable sucesión de sketches a cual más divertido para dar forma a una película con mínimo argumento. Lejos de las constantes más reflexivas (y neuróticas) del cine post-Annie Hall, la eficacia de estos gags reside en un humor mucho más físico, donde los diálogos (que los tiene y muy agudos) pasan a un segundo plano, convirtiendo al Allen actor en una especie de sucedáneo de aquellos grandes cómicos del cine mudo como Charles Chaplin o Buster Keaton. Su creación del personaje de Virgil Starkwell es ciertamente entrañable e inolvidable, apoderándose de todos y cada uno de los mejores momentos de una película en la que los secundarios (incluida la chica, una Janet Margolin que en otro tiempo hubiera sido fácilmente Diane Keaton) funcionan como meras comparsas y apoyo del protagonista. Casi medio siglo después, el público no podrá dejar de reírse con momentos como cuando Starkwell se dedicaba a tocar el violonchelo en una banda, por lo que tenía que ir cargando con el instrumento y una silla por las calles; el frustrado atraco a un banco en el que los empleados no son capaces de descifrar la nota intimidatoria que Starkwell les pasaba y, sobre todo, el largo episodio en que éste huye de prisión –escenario en el que Toma el dinero y corre se convierte en una improvisada parodia de la por entonces popularísima La leyenda del indomable (1967) que convirtió en estrella a Paul Newman–, encadenado a otros cinco presidiarios, con todos los líos y malentendidos que una situación así conlleva.
Los años han convertido a la cinta, que se reía sanamente de los thrillers criminales tan en boga por aquel entonces a raíz del éxito de Bonnie & Clyde (1967), en un pequeño clásico de la comedia, muy revalorizado por el hecho de que el director no se prodigó durante demasiado tiempo en este tipo de humor tan absurdo. Aun reconociendo que Allen ha realizado después auténticas obras maestras de la comedia (incluso algún espléndido drama), con títulos mucho más elegantes y sofisticados –mi favorito, sin duda, siempre será ese homenaje a Hitchcock que fue Misterioso asesinato en Manhattan (1993), con una chispeante Diane Keaton– , he de reconocer que siento absoluta debilidad por aquella primera y amateur etapa de su cine en la que no tenía más aspiraciones que hacer disfrutar al público con un torbellino de situaciones a cual más estrambótica, tocando los temas de siempre (sexo, religión, política) de manera aparentemente superficial, pero cargada de la ya presente ironía que se convertiría en marca de la casa. Eran los inicios, nada titubeantes, de un auténtico genio, magnífico director y mejor guionista, cuyas ideas inagotables y perenne jovialidad (aun a sus 78 años) parecen garantizar mucha más guerra en el futuro. De momento, Allen parece no pensar en tirar la toalla y cuando aún tiene una película en cartelera, ya se encuentra inmerso en el rodaje de la siguiente, algo que muchos cinéfilos agradecemos, sin duda. Su cine, incluso en los momentos más bajos, es sinónimo de inteligencia y buen gusto.
José Antonio Martín
redacción Canarias
Estados Unidos. 1969. Título original: Take the Money and Run. Director: Woody Allen. Guión: Woody Allen, Mickey Rose. Productora: Jack Rollins & Charles H. Joffe Productions. Fotografía: Lester Shorr. Música: Marvin Hamlisch. Montaje: Paul Jordan, Ron Kalish. Intérpretes: Woody Allen, Janet Margolin, Marcel Hillaire, Jacqueline Hyde, Jan Merlin, Lonny Chapman.