El eslabón perdido
crítica de Las huellas imborrables | Tyskungen, de Per Hanefjord, 2013
Tras la publicitada adaptación cinematográfica de la trilogía Millennium, firmada por el sueco Stieg Larsson, turno para Camilla Läckberg, escritora de la misma nacionalidad y heredera de la prosa y la temática del fallecido novelista de Västerbotten. Su obra, de semilla puramente cinematográfica, será, con probabilidad, unos de los blasones en la próxima década del cine de género sueco. Cine exportable, que congrega a un público fiel hipnotizado por un tipo de literatura de fácil consumo. De este modo, nos llega la primera traslación a la gran pantalla con su cuarta novela, Las huellas imborrables, distribuida internacionalmente como The hidden child, nos acerca una historia de misteriosos crímenes y la búsqueda de la verdad que lleva adelante Erica, el personaje protagónico, tras la muerte de sus padres y la aparición de un joven que dice ser su hermanastro. Se trata, por cierto, de una estructura convencional dentro del género tan justamente maltratado por la crítica de cine como lo es el thriller de suspense: dos fuerzas en contacto, la que quiere desenterrar secretos y la que prefiere mantenerlos ocultos; una variedad de personajes que dan lugar a la duda; testimonios que toman lugar de manera demasiado oportuna para redireccionar la brújula; cabos que se atan y resolución del conflicto. Es parte del pacto que el espectador hace con obras de este estilo. Incluso Los hombres que no amaban a las mujeres, la primera parte de Millennium y la mejor de la trilogía, utiliza esos recursos para generar la duda.
¿Cuál es la importancia de la duda? En una obra de suspense, es prácticamente lo que la mantiene viva. El creador de una nueva y rebuscada trama policial debe tener en cuenta esto: la presentación de personajes debe ser equilibrada, nunca poner demasiado peso sobre uno y demasiado poco peso sobre otro; por otra parte, tampoco corresponde engañar al espectador, describir y/o mostrar algo que nunca ha sucedido, o de una manera poco fidedigna. No es mucho más que un juego, al que no todos los escritores o cineastas se acercan con el mismo respeto y compromiso. Muchos, en su lúdico afán de confundir ante cualquier otra cosa, acaban por entorpecer una buena narración. Después de todo, la duda debe gestarse naturalmente, debe surgir del contacto entre personajes que tengan algo que ganar y algo que perder (digamos, personajes simbólica y económicamente trascendentes a los fines del relato). Sembrar artificialmente una duda acaba por pudrir el fruto de lo que podría ser un buen concepto. En este caso particular, Erica es el motor de la búsqueda. En principio, pretende descubrir quién es su madre y si realmente aquel sujeto es su hermano. Pero luego surgen nuevas incógnitas, como la figura del hombre que ha preñado a su madre, o, tras una ola de extraños asesinatos, la figura del criminal. Desde un principio se da por sentado que son dos incógnitas equivalentes, e incluso puede entenderse como algo lógico. Ahora bien, ¿cuáles son los aportes de los personajes secundarios? Todos dicen algo, por mínimo que sea, que le permite a la protagonista seguir recolectando información y entrevistando a nuevos involucrados. Aun cuando parece no haber más gente, siempre existe aquel nombre oculto que puede llegar a tener una respuesta. Lo divertido, si se quiere, es que cuando no son personajes amnésicos, dementes o sufren de Alzheimer, son asesinados. La obra se maneja en esos términos, y nadie aporta más de lo necesario, ni menos, para que la narración no quede truncada. Cualquiera sabrá entender que si uno de todos los personajes dice una palabra menos de la que figura en el libreto, puede dar por terminada la historia, y la misma Erica puede volver a su casa acompañada de una gran frustración.
Como todo filme de manual, Las huellas imborrables está fríamente ejecutado. Dicho todo en la medida justa, se trata de una obra tan certera como desapasionada. No ayuda una protagonista que parece no ser consciente del peligro que la rodea, al menos según lo que refleja su rostro. Tampoco ayuda ese montaje tan empeñado en desviar nuestra atención y en hacer que nuestra mirada recaiga sobre la persona equivocada. Por otra parte, es una película que renuncia, y digo esto en su favor, a todo prólogo. La acción comienza desde los títulos de crédito y crea altísimas expectativas. No tardan en estrellarse en la primera escena que comparten Erica y el criminal (sin que ella lo sepa, claro), donde es muy posible que gran parte de los espectadores lo descubran incluso antes que ella. La concatenación de entrevistas y pequeños viajes dejan, en el camino, una historia por demás interesante, aunque plagada de flashbacks a los tiempos del nazismo, un detalle que es casi cómico si se lo piensa desde un punto de vista comercial, pero totalmente accesorio, por no decir inútil, en lo que respecta a la historia. Tan veloz es, además, su resolución. Lo que podría haber sido un brutal clímax final, se queda como algo previsible. Como la obra en sí, es algo que pasa cerca de uno sin que se lo llegue a percibir desde un costado emocional. Y luego se olvida, como la mediocridad. | ★★★★★ |
Rodrigo Moral
Buenos Aires
Suecia, 2013, Tyskungen. Director: Per Hanefjord. Guion: Maria Karlsson (Novela: Camilla Läckberg). Productora: Tre Vänner Produktion AB. Música: Klas Baggström, Magnus Jarlbo, Anders Niska. Fotografía: Marek Wieser. Intérpretes: Jakob Oftebro, Richard Ulfsäter, Claudia Galli, Amanda Ooms, Eva Fritjofson, Pamela Cortes Bruna, Lennart Jähkel, Amalia Holm Bjelke, Fanny Klefelt.