Kamikaze el que (no) lo lea
crítica de Kamikaze, de Álex Pina, 2014
Leo información sobre Kamikaze que altera en grado sumo mis expectativas respecto a su calidad. Su presencia en el Festival de Málaga, alfombra roja de un cine coproducido por grandes grupos mediáticos y cristal irrepetible a propuestas más o menos insólitas, ha cosechado opiniones templadas entre los plumillas allí presentes. En cambio, otros sectores menos proclives a la euforia me advierten de que la ópera prima de este autor que solo cuenta dos títulos como coguionista (Fuga de cerebros y su continuación), ni innova ni aporta nada perdurable. Lo cual es mucho y a la vez muy insuficiente para emitir un juicio acerca de su figura, o del talento que abriga su debut en formato largometraje escrito al alimón con Iván Escobar. No conocía yo su larga carrera en la industria catódica autóctona. "Desconocía" el nombre del cerebro audiovisual tras algunos títulos exitosos y supuestamente emblemáticos, llámense Los Serrano o Los hombres de Paco o la aún más reciente —disculpen la cacofonía— El barco. Los equivalentes españoles, precursoras —no se rían— en algunos casos, de series americanas como Cheers, The Shield y Perdidos. Aunque evocaran potencial y no tan puntualmente a otras sitcoms del calibre de Family Matters (la de Steve Urkel) o El príncipe de Bel-Air, pero sin Carlton Banks bailando sinuosamente con una vela blanca por micrófono It's Not Unusual, del siempre disfrutable y muy ballbreaker Tom Jones. Así pues, la línea entre cultura pop noventera y cultura tardofranquista queda bien delimitada. Jamón presunto, como las patatas chip. Tampoco pienso recuperar ese lúcido e intrigante final con Resines despertándose de la siesta, o lo que fuere. Culpa mía por mear fuera del tiesto: ¿a quién se le ocurre informarse para escribir una crítica de cine? Supongo que ya me he descubierto: yo había leído algunos tuits, alguna opinión trasnochada y, también, algún retuit desconsoladamente exitoso firmado por los mismos cronistas-Dodot de siempre. En realidad asistí al pase en pelota picada, intelectualmente hablando. "Allá voy", me dije. Y allí, el chiste en expansión, casi fui. A menudo con la mosca tras la oreja. Creyéndome, o no, al no ruso. Al karadjistaní —no busquen este topónimo— medio español, o al revés.
Y disfruto en parte gracias a ese argentino vendedor de zapatos de señora que él mismo calza a pesar de las rozaduras y sabañones varios que estigmatizan sus pies. Eduardo Blanco es un seguro a todo riesgo, la prueba irrefutable de que estar piantao seduce a tu interlocutor aun en las situaciones más surrealistas, más extremistas. Más incómodas. Y sin término medio. Acaso más humanas. Y así, el chiste hecho naturaleza muerta: un tango epiléptico en un hotel remoto de la estepa rusa, sepultada bajo kilos y kilos de nieve que transporta la cruel ventisca con fecha de caducidad. Un sentimiento en perspectiva aberrante. Y el chiste, que dice así: un ruso, una pareja de españoles recién casados (hombre y mujer; no aplaudan la heterodoxia), una viuda también española con tres hijos, un anciano sobreviviente del Holocausto y una joven psicológicamente inestable que trasunta suicidio para llamar la atención (¡eh, estoy aquí! ¿No me ves? Todo lo que necesito es amor) y un hombre bomba sin religión y sin familia por culpa de las bombas mismas, que viaja portando un chaleco lleno de explosivos; coinciden en un vuelo hacia Madrid. Aunque la climatología o el destino, elijan ustedes, le juega un quiebro inolvidable al lobo: el despegue es abortado a última hora, ya en el avión y con el terrorista santiguándose para sí, simple e irónicamente aterrorizado por el vacío, atenazado también por un dolor tan real como arbitrario. Y de ahí, al hotel. Al barbudo compartiendo habitación con el bonaerense de lengua imbatible. Al barbudo que "empieza la guerra firmando la paz"; y he aquí el gran fallo. El fallo, sí, fatal. Kamikaze no tiene filo dramático ni cómico. Sí una evidente atracción por el vacío. Que no es más que consagrarse a la gramática sentimental menos lúcida y, así es, más deslucida. Previsible en su ejecución, Pina dispone sin frivolidad los espacios y eleva (in)creíblemente el acento de su tocayo, Álex García. Y con todo, la película sucumbe a la brocha gorda; a esa vacua humanización que prescinde de categorías tales como la sorpresa y las pulsiones quizá risibles hasta alcanzar hueso, y no un estadio inferior (el perro maltratado, el niño sordo a la intemperie, el novio con síndrome de Peter Pan, el ruso alcohólico, frases que bien podrían figurar en un libro de autoayuda). O sea: sensiblería bañada en sirope. Y un fin, pues eso, muy terminal. Justo ahí. Con fiebre a -30º. El aborto se paga con ladridos a pie de pista. Y la información es cada vez más opinión, más terrorismo, más cómplice, más asesina, más necesaria. Más aún si el Golem es artificialmente tremebundo, que yo "prefiero la guerra contigo", Atresmedia, "al invierno sin ti*". Válgame un serrano presunto o una sonrisa con calzador. | ★★★★★ |
Juan José Ontiveros
redacción Madrid
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España, 2014, Kamikaze. Director: Álex Pina. Guión: Iván Escobar, Álex Pina. Fotografía: Miguel Ángel Amoedo. Reparto: Álex García, Eduardo Blanco, Verónica Echegui, Carmen Machi, Leticia Dolera, Iván Massagué, Héctor Alterio, Ajay Jethi. Presentación oficial: Málaga 2013.