Los límites de lo soportable
crítica de Takiawase (2x04) | Hannibal (Temporada 2)
NBC | EE.UU, 2014. Director: David Semel. Guión: Scott Nimerfro & Bryan Fuller. Creador: Bryan Fuller. Reparto: Hugh Dancy, Mads Mikkelsen, Laurence Fishburne, Hettiene Park, Scott Thompson, Aaron Abrams, Raúl Esparza, Kacey Rohl, Gina Torres, Amanda Plummer, Eddie Izzard. Fotografía: James Hawkison. Música: Brian Reitzell.
Will le propone un trato al doctor Chilton. Beverly investiga las acusaciones contra Hannibal. Phyllis Crawford vive sus últimos días. Se descubre un cuerpo fusionado con una colmena.
Desde que empezara hace casi un año, Hannibal ha jugado con los límites de lo que un espectador puede aguantar antes de tener que girar la cabeza (o, en su forma más extrema, apagar la pantalla). No solo por su retorcidísima imaginería visual, de la que hemos hablado hasta la extenuación en estas reseñas, sino también por su representación del Mal en pantalla. Bryan Fuller y sus guionistas están escribiendo una especie de tratado alrededor de una figura maligna como pocas, que cada vez adquiere tintes más mitológicos. De hecho, los psicópatas de turno de cada entrega son como nuevos capítulo de este tratado, ya que la desviación mental que es evidente que sufren hace que abracen el horror que todos llevamos dentro y lo filtren en creativos asesinatos. En este Takiawase, la malvada del capítulo cree que está aliviando el sufrimiento de sus víctimas. Interpretada por Amanda Plummer, actriz con facilidad para inquietar, esta apicultora/acupunturista (un detalle de pura comedia negra) hace lobotomías a sus pacientes si considera que ha llegado su turno de obtener el gran descanso. Uno de los momentos más impactantes del episodio es aquel en que se presenta al personaje, cuando procede a actuar en un anciano con artritis. El anciano sobrevive, pero de qué forma. La resolución del caso recuerda a Trou Normand (1.9), por su casi insultante sencillez. Will da la clave y una visita a la sospechosa termina con su confesión. Rápido y simple.
Al ver lo que sucede en el resto del episodio, bastante importante todo, se entiende la debilidad del caso de la semana. Will ha logrado sembrar la duda sobre la culpabilidad de Hannibal en Beverly y en el doctor Chilton. Apela a la lógica de la forense y al hinchado ego del psiquiatra para plantar esa idea en su cabeza. El giro inesperado aquí es que Chilton le revela al propio caníbal las sospechas de Will, y da a entender que sus razonamientos tienen algo de fundamento. ¿No teme el psiquiatra que su compañero le quiera eliminar ahora? Como parte del trato, Graham accede a hacer una terapia con Chilton que le permita volver a sus recuerdos. Se ofrece aquí una interesante reflexión sobre los límites del cerebro humano, ya que se nos viene a decir que en plenos ataques, una parte de su córtex era capaz de almacenar la información que sus oídos registraban. Eddie Izzard retoma su papel del escalofriante Abel Gideon –y no será la primera vez, a tenor de la promo del próximo capítulo– y los tres intérpretes reconstruyen la escena del ataque de Will en el magnífico Rôti (1.11), pero con un nuevo enfoque. Una nueva muestra del talento escénico de Hannibal, con su juego de perspectivas. Otra que retoma su papel es Kacey Rohl, que da vida a Abigail en un sueño de Will mientras trata de pescar. El recurrente sueño de la pesca es otra de esas elegantes metáforas que se llevan usando desde el comienzo de la temporada. La charla entre ambos es tierna, y revela algo que suponíamos pero que no se había verbalizado: al acusado le pesa la muerte de la joven.
El resto de tramas son el mejor ejemplo de la extensión del mal de Hannibal. Como apuntaba el episodio anterior, a la mujer de Jack le queda muy poco de vida. Acude a visitar a Lecter, que le ofrece una visión de la muerte tan hermosa que Phyllis “Bella” decide suicidarse. Gina Torres está estupenda interpretando los últimos días de vida de su personaje. O eso pensaba. Es una pena que la actriz no salga más veces en la serie y una historia tan importante se esté tratando tan a cuentagotas, pero es de suponer que los problemas de agenda con Suits (2011-), donde Torres es miembro fijo del reparto, le impiden viajar más a menudo a Toronto a rodar. El gesto del doctor tras el conato de suicidio de Phyllis podría ser visto como un gesto noble desde fuera, pero sabemos que no es el caso. Hannibal deja que la mujer pierda la conciencia por su sobredosis de morfina y entonces le inyecta algo que la devuelve a la vida. Es de una crueldad casi insoportable que Lecter alargue el sufrimiento de una mujer con cáncer y por ende el de su marido. La enferma se lo agradece con un bofetón.
Y para terminar, una escena aterradora. Como hemos dicho, Will ha logrado plantar en la cabeza de Beverly la idea de que Hannibal es de verdad el culpable. Aunque hubo un apunte en el arranque de la temporada, ha sido en este cuarto episodio cuando el falso culpable se ha dado cuenta de que su antiguo psiquiatra no solo era el Destripador de Chesapeake sino de que es un caníbal. La agente Katz aprovecha que Hannibal está en el hospital con los Crawford para entrar en su casa en busca de pruebas. Y las encuentra en el sótano donde se despacha la carne humana. El problema es que el dueño de la casa ha llegado antes de tiempo. Beverly está armada, pero Hannibal apaga la luz. Lo que sigue es una sabia decisión de puesta en escena. A saber, el ataque del caníbal a la forense está rodado en fuera de campo, desde la cocina, así que oímos disparos y pasos acelerados. No nos engañemos, Hannibal ganará este asalto. La única intriga es si Beverly morirá ahora o más tarde. A pesar de tener un interesante plan de cinco temporadas, está bien ver que Fuller y su equipo son realistas antes las escasas posibilidades de la serie de durar tanto. Cada vez más personajes sospechan del caníbal, y Will le entiende mejor que nunca. Lo que está claro es que la serie logra lo que las películas también hicieron, el transmitir una palpable sensación de miedo ante la figura de Hannibal Lecter. Es solo un ser humano, pero su inteligencia es solo equiparable a su letalidad. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
redacción Sevilla