La comedia francesa de 2013
crítica de Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! | Les garçons et guillaume, à table, de Guillaume Gallienne, 2013
Estamos acostumbrados a que cada año nos llegue desde el país vecino una comedia que se haya convertido en la sensación del año. Bien es conocida la facilidad pasmosa de los franceses para facturar un tipo de humor que conecta fácilmente con la audiencia, perfectamente exportable fuera de sus fronteras. En esta ocasión, la sorpresa de Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! (2013) radica en que, además de su gran aceptación popular –con casi de tres millones de espectadores en Francia–, la ópera prima de Guillaume Gallienne ha sido capaz de desbancar a obras tan reputadas como La Venus de las pieles (Roman Polanski) o las audaces La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche) y El desconocido del lago (Alain Guiraudie), haciéndose con 5 de los Premios César más importantes: película, actor, ópera prima, guión adaptado y montaje. La academia francesa ha preferido huir de la intensidad de aquellos títulos (mucho más apropiados para competir en cualquier festival de renombre) para dejarse robar el corazón por un proyecto personalísimo, de tintes autobiográficos, en el que Gallienne dirige, es autor del guión sobre su propia obra teatral y protagoniza, desdoblándose en varios personajes –aunque sin llegar a interpretarlos todos, como ya hiciera con gran éxito sobre los escenarios–. Sin duda, toda una revelación como director la de este hombre de sobrada experiencia como actor cómico en la última década.
Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! ahonda en los recuerdos de la infancia y adolescencia del propio director, haciendo especial hincapié en la estrecha relación que mantenía con su madre. La total adoración que el pequeño sentía por la figura materna –un claro ejemplo de complejo de Edipo– llega a tal extremo de llegar a mimetizar las frases, comportamientos e incluso la manera de caminar de ella, algo que creaba gran confusión en el seno familiar, compuesto por el padre y dos hermanos varones (los chicos del título). La búsqueda de la identidad sexual de Guillaume, pese a que el entorno que le rodea ya ha decidido y dado por sentada su homosexualidad, es el eje principal sobre el que gira toda la función, compuesta por una sucesión de sketches que muestran las situaciones más embarazosas a las que el joven se tuvo que enfrentar en su camino hacia la madurez. Lo que más llama la atención de la película es su desbordante sentido del humor, que no se pierde ni en los pasajes más traumáticos de la vida de Guillaume, como el bullying al que fue sometido por los compañeros de los distintos internados por los que pasó, en un intento de su padre por masculinizar al muchacho, más cómodo haciendo representaciones de Sissi en su dormitorio que practicando deportes como sus hermanos.
El director se ríe de todo y de todos, haciendo gala de una fina ironía, en un acto que parece querer exorcizar definitivamente todos los demonios que guarda dentro, sin mostrar en ningún momento acritud hacia los miembros varones de su familia, a pesar del vacío que éstos le hacían y la incomprensión hacia su particular manera de ser. El argumento podría haberse prestado fácilmente a la mala baba y, en cambio, prevalece un tono amable y dulzón que hace que el espectador se encariñe rápidamente con su protagonista, a pesar de su extravagante personalidad. Para lograrlo, el Gallienne actor hace auténticas acrobacias para lograrlo, teniendo en cuenta que el histrionismo de su personaje puede resultar cargante en algunos momentos. Otro aspecto muy destacable de la cinta es su original y brillante puesta en escena, con momentos muy teatrales en los que Gallienne se vale del monólogo para contar al espectador su historia en primera persona o introduciendo al personaje de la madre (interpretado por él mismo) inesperadamente en las escenas más insospechadas, como cuando el joven acude por primera vez a una discoteca de ambiente gay con el fin de explorar nuevas sensaciones. Estas libertades narrativas y estilísticas se asemejan a las acometidas por Joe Wright en su adaptación de Anna Karenina (2012), pese a que la cinta francesa sabe contener mucho mejor los recursos teatrales para que el resultado final sea muy cinematográfico, a pesar de todo.
El director se ríe de todo y de todos, haciendo gala de una fina ironía, en un acto que parece querer exorcizar definitivamente todos los demonios que guarda dentro, sin mostrar en ningún momento acritud hacia los miembros varones de su familia, a pesar del vacío que éstos le hacían y la incomprensión hacia su particular manera de ser. El argumento podría haberse prestado fácilmente a la mala baba y, en cambio, prevalece un tono amable y dulzón que hace que el espectador se encariñe rápidamente con su protagonista, a pesar de su extravagante personalidad. Para lograrlo, el Gallienne actor hace auténticas acrobacias para lograrlo, teniendo en cuenta que el histrionismo de su personaje puede resultar cargante en algunos momentos. Otro aspecto muy destacable de la cinta es su original y brillante puesta en escena, con momentos muy teatrales en los que Gallienne se vale del monólogo para contar al espectador su historia en primera persona o introduciendo al personaje de la madre (interpretado por él mismo) inesperadamente en las escenas más insospechadas, como cuando el joven acude por primera vez a una discoteca de ambiente gay con el fin de explorar nuevas sensaciones. Estas libertades narrativas y estilísticas se asemejan a las acometidas por Joe Wright en su adaptación de Anna Karenina (2012), pese a que la cinta francesa sabe contener mucho mejor los recursos teatrales para que el resultado final sea muy cinematográfico, a pesar de todo.
La película puede presumir de mantener un tono humorístico elegante y amable en la mayor parte de su relato, logrando resultar divertidísima sin trivializar un guión honesto y sentido, cuya lectura amarga prevalece en segundo término. Se le puede reprochar no haber sabido esquivar un humor de brocha gorda en un par de pasajes, como el de la “exploración médica” a la que Diane Kruger somete a Guillaume (más propio de las películas de Pajares y Esteso) y, sobre todo, en la desafortunada visión que da de La Línea de la Concepción, donde el personaje pasa unas vacaciones españolas en las que aprende a bailar sevillanas (como una mujer, eso sí). En el aspecto estético, sin llegar al barroquismo visual de Amelie (2001, Jean-Pierre Jeunet), Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! puede presumir también de una primorosa puesta en escena y un acertadísimo uso de conocidas canciones y originales versiones de piezas de música clásica para acompañar a sus imágenes. Aunque prefiero la valentía y la transgresión de La vida de Adele o El desconocido del lago, obras destinadas a permanecer más tiempo en la memoria, no puedo dejar de alabar el desparpajo de este cineasta para convertir unas vivencias personales que, por mucho que estén adornadas y caricaturizadas en pantalla, debieron ser dolorosas, en una de las comedias más inteligentes, delicadas y sinceras sobre el descubrimiento de la propia identidad sexual. | ★★★★★ |
José Antonio Martín
redacción Canarias
Francia. 2013. Título original: Les garçons et Guillaume, à table. Director: Guillaume Gallienne. Guión: Guillaume Gallienne (Obra: Guillaume Gallienne). Productora: Coproducción Francia-Bélgica; Gaumont / LGM Films / Rectangle Productions / Banque Postale Image 4 / Canal+ / Ciné. Fotografía: Glynn Speeckaert. Música: Marie-Jeanne Serero. Montaje: Valérie Deseine. Intérpretes: Guillaume Gallienne, Françoise Fabian, Yves Jacques, André Marcon, Diane Kruger, Nanou Garcia, Yvon Back, Pierre Derenne, Catherine Salviat, Reda Kateb.