entrevista| Miguel Muñoz
fotos| Miriam Sánchez
lugar| Oficinas de Festival Films, Madrid
En Un franco, 14 pesetas, el protagonista al que daba vida Carlos Iglesias, un emigrante español en la Suiza de los años sesenta (basado en el padre del actor), echaba especialmente de menos el poder tomarse unas cañas en una terraza en el centro de Madrid mientras veía pasar gente. Y precisamente en un balcón de la castiza Calle San Bernardo empezamos la charla con Iglesias, que observa el trajín capitalino mientras se arranca con anécdotas sobre los edificios cercanos. El ahora actor, guionista y director estrena 2 francos, 40 pesetas, continuación de la exitosa primera parte y culminación de lo que él define como su “trilogía de los españoles fuera de España”, a la que también pertenece Ispansi. Por encima de pepelus y benitos, quizá sea en las dos “francos” donde se encuentre el Iglesias más auténtico de toda su carrera. En la crónica de sus recuerdos sobre la emigración de su familia a Suiza.
■ En 2 francos, 14 pesetas hay un tono de comedia mucho más marcado que en la primera parte. ¿A qué se debe el cambio?
— A que quería dejar atrás las situaciones dramáticas y el sentimiento de nostalgia que había en Un franco, 14 pesetas. Hacer una comedia comedia absoluta, porque para nada quería rodar dos veces la misma película. Y también porque hay un cambio que era necesario contar. En siete años los personajes han evolucionado, ya no viven en una España tan casposa y tan gris como era la de los sesenta. Ya se había alcanzado, quizá debido al dinero que mandaban tantísimos inmigrantes, un cierto nivel de vida. Algunos hasta se podían permitir viajar en avión, cosa que hoy nos parece muy evidente, pero que entonces no lo era tanto.
■ Y ese reparto tan coral, ¿es por lo mismo?
— Sí, las tramas corales siempre favorecen a la comedia, a esa estructura clásica en la que todo se precipita hacia un momento. Además había muchos personajes muy floridos... ¡Y más que me he dejado en el tintero! Pero la cosa es que yo tenía una necesidad de contar la historia que viví y no quería que se perdiera nada importante. Por ejemplo, cómo una mujer de sesentaytantos años de aquella época, que es como hablar de una mujer de noventa años de ahora, hace un viaje hasta Suiza en tren. Me parece que si tenemos la capacidad de imaginar lo que podían ser los años setenta en viajes y estilos de vida, nos daremos cuenta de la importancia que tenía el ver aparecer de pronto a tu madre en un pueblecito perdido de Suiza.
■ ¿Cuánto hay de su vivencia personal en la trama?
— Pues el personaje de Pablo, el hijo del personaje al que yo interpreto, es al 100% mi propia experiencia personal y vital de Suiza. En el resto de la película puede haber como un 80% de escenas que están inspiradas en situaciones reales. Lo que parezca más estrambótico es justamente lo que sucedió de verdad. Como el cura borracho, o la trama del dinero.
■ Cita a Rafael Azcona como fuente de inspiración . ¿Cómo le ha servido?
— Bueno, Azcona vivió en primera persona la época que yo he retratado en Un franco, 14 pesetas y en 2 francos, 40 pesetas. Era un señor que salía a la calle, veía el mundo tal y como era y tenía la gracia y la inteligencia de saber contarlo. De saber cómo era el casticismo de esa gente y mostrárnoslo. Y obviamente, yo ahora pongo la cámara en la calle y los españoles ya no son así. Así que el cine de Azcona está ahí, como ejemplo a seguir. A mí el neorrealismo español que él hacía me parece de las cosas más bonitas que nos ha dado nuestro cine.
■ ¿En su cine hay alguna intención de retratar lo que nos define como españoles, digamos que nuestra esencia?
— Sí, ya solo por el tema que tocan mis tres películas... Porque tienen que ver con personajes que son españoles fuera de España, y de ahí surgen preguntas. ¿Son españoles porque se sienten españoles, porque han nacido aquí...? ¿Por qué? ¿Por qué les definimos como españoles? Creo que todos los personajes que saco son absolutamente españoles, aún cuando reniegan de España. Y además eso es importante, porque los emigrantes éramos como la representación de este país en el extranjero, aunque lo fuéramos precisamente porque huíamos de él. Así que a mí me parece muy conveniente que sepamos a dónde pertenecemos. Aunque sea para decir “no quiero pertenecer a España”, es necesario saber que es tu lugar natural.
■ ¿Tiene en mente a algún director que haya conseguido eso de representar nuestra identidad como país?
— Hombre, yo creo que el prototipo de eso es Berlanga. En ese sentido, para mí Plácido es un espejo absolutamente real de la España de aquella época contada con una gracia y con una frescura que muy pocas veces se ha conseguido en el cine español.
■ ¿Tres películas después, se alegra de haberse atrevido con la dirección?
— La verdad es que en un principio yo no tomé la decisión, la tomó el productor que me compró el proyecto de Un franco, 14 pesetas. Me dijo que o era yo el director o no se metía en la película. Fue un poco obligado. Ahora bien, santa obligación. Porque a partir de entonces me ha entrado un gusanillo... Lo disfruto una barbaridad. Porque lo que pasa es que cuando eres solo actor trabajas para el sueño de otro, pero cuando eres el director y encima has escrito el guión, estás trabajando para tu propio sueño, tu forma de entender la vida. Entonces, aunque quedas desnudo en cada película que haces, porque te estás mostrando tal y como eres, es muy gratificante poder contar exactamente lo que quieres contar.