La película de la Generación X
Cine Club | Bocados de realidad, Reality Bites, de Ben Stiller, 1994
Cuando hablamos de Ben Stiller solemos pensar en el popular actor cómico que arrasa en las taquillas con éxitos del calibre de Algo pasa con Mary (1998, Bobby y Peter Farrelly), Los padres de ella (2000, Jay Roach) o Noche en el museo (2006, Shawn Levy). Un tipo bajito y con la capacidad de caer simpático a una gran mayoría de la audiencia que, además, ha demostrado tener también la mente bien amueblada en sus escasas incursiones como director. La mayoría de ellas están enmarcadas en el género del humor que Stiller tan bien conoce: Un loco a domicilio (1996) –uno de los más negros vehículos de lucimiento para Jim Carrey– , Zoolander (2001), Tropic Thunder (2008) o, recientemente, el remake de La vida secreta de Walter Mitty (2013). Sin embargo, conviene recordar que su ópera prima no tenía nada que ver con este tipo de cine en el que parece haberse especializado. Bocados de realidad (1994) fue un drama juvenil de carácter intimista y hechuras indies que, de haberse estrenado en cualquier otro momento, habría pasado más inadvertido, pero que tuvo la fortuna de convertirse en un instantáneo título de culto por su identidad de estandarte de la denominada Generación X. En la Historia del Cine hay películas que serán recordadas en la posteridad por su calidad y otras que lo harán por otro tipo de razones que poco tienen que ver con sus cualidades cinematográficas. Este segundo caso sería el de Bocados de realidad, cuyo éxito y curiosa (también discutible) trascendencia analizamos ahora que se cumplen 20 años desde su estreno, allá por el ya lejano 1994 en donde Forrest Gump (Robert Zemeckis) se convertía en la ganadora del Oscar a la mejor película del año, por encima de clásicos como Pulp Fiction (Quentin Tarantino) o Cadena perpetua (Frank Darabont).
Los extintos 80 habían sido la década del brat pack (pandilla de mocosos), cuyos pilares básicos se encontraron en Rebeldes (1983, Francis Ford Coppola) y tuvieron su continuidad en las comedias juveniles de John Hughes, sobre todo en la mítica El club de los cinco (1985). Jóvenes rebeldes y díscolos se adueñaron de las pantallas de cine, interpretados por un relevo de actores de lo más prometedor, con nombres que siguen dando guerra en la actualidad (Demi Moore, Kevin Bacon, Tom Cruise, Sean Penn, Matt Dillon) y otros que tuvieron su momento de gloria por aquel entonces (Molly Ringwald, Ally Sheedy, Anthony Michael Hall, Andrew McCarthy). El equivalente a aquel movimiento cinematográfico y social en los 90 fue la Generación X, que presentaba a una juventud desencantada de la política y la religión, mucho más preocupada en pasarlo bien que en trabajar, acomodándose en empleos poco ambiciosos que les permite vivir con lo mínimo. Suelen ser personas nacidas entre 1962 y la década de los 80, que vivieron una época de consumismo que les permitió tener infancias cómodas en donde se les daba todo hecho. El sexo y las drogas son una válvula de escape habitual para esta generación ociosa que empezaba a ver cómo la mujer comienza a escalar puestos hasta entonces reservados únicamente a los hombres dentro del mercado laboral. Esto repercutió, inevitablemente, en la unidad familiar más tradicional, produciéndose un mayor número de divorcios gracias a la independencia económica que lograban las mujeres trabajadoras, a la vez que los hombres comenzaban (muchas veces por obligación) a aprender a desempeñar las labores del hogar. La Generación X vive obsesionada con el miedo a contraer el sida y vive siempre el presente sin pararse a pensar en el futuro, el cual se presenta bastante gris para ellos una vez que terminan sus estudios y deben decidir qué quieren hacer con sus vidas.
La guionista Helen Childress escribió la historia de Bocados de realidad sin imaginarse que sería tan emblemática para los jóvenes de los 90. La protagonista principal es Lelaina Pierce, una joven que sueña con convertirse en directora de cine mientras trabaja como ayudante de producción en un programa de televisión matinal. Sus ratos libres los dedica a filmar un documental en video sobre las vidas cotidianas de su grupo de amigos: el desaliñado y escéptico Troy, un músico de estilo grunge (muy característico del movimiento que se retrata en el largometraje) sin demasiado interés en buscar empleo; la alocada Vickie, dependienta de una tienda de ropa y coleccionista de conquistas masculinas que se encontrará con la terrible incertidumbre de haber podido contraer el sida; y Sammy, un muchacho homosexual que ya comienza a ver el momento de salir del armario ante sus familiares, pese a que vive abiertamente su sexualidad de cara a sus amistades. Todas las características y preocupaciones de aquella generación tienen hueco en el libreto de Childress, articulado muy especialmente sobre el triángulo amoroso que surge cuando Lelaina conoce a Michael, un yuppie que trabaja para una cadena de televisión sospechosamente parecida a la MTV (otra gran influencia de aquellos jóvenes), al mismo tiempo que se da cuenta de que su vieja amistad con Troy puede albergar sentimientos latentes más cercanos al amor. Este personaje femenino se verá puesto en una doble encrucijada que ejemplifica a la perfección los ideales de la Generación X. Por un lado, elegir entre la comodidad y estabilidad que le puede aportar Michael o dejarse llevar por el corazón y quedarse con el más aventurero Troy. Por otra parte, se le presenta la oportunidad de vender su video a la televisión y sacar una gran rentabilidad económica de un proyecto que, hasta el momento de conocer a Michael, había tenido un valor más artístico y sentimental para Lelaina.
Analizando fríamente Bocados de realidad, sacándola de su contexto generacional, lo cierto es que no pasa de ser un drama romántico más, con inteligentes apuntes de comedia, eso sí, de los muchos que nos llegan cada año desde el interesante cine independiente norteamericano. Con fotografía de Emmanuel Lubezki, el flamante ganador del Oscar de este año por Gravity y una banda sonora repleta de popularísimas canciones como Baby I Love Your Way (Big Mountain), My Sharona (The Knack), All I want is you (U2) o Bed of Roses (The Indians), el filme de Ben Stiller encuentra su mayor atractivo en un muy bien escogido elenco de actores, reservándose para sí mismo el papel de Michael, el agente externo que entra en el grupo para desestabilizarlo. Winona Ryder estaba por aquel entonces en el punto más alto de su carrera. Más que guapa, con una fotogenia única capaz de enamorar a la cámara, pasó de ser la vecinita de al lado a intervenir en los proyectos de los directores más importantes de Hollywood. Llegó al personaje de Lelaina después de haber encadenado Eduardo Manostijeras (1990, Tim Burton), Noche en la tierra (1991, Jim Jarmusch), La casa de los espíritus (1992, Bille August), Drácula de Bram Stoker (1992, Francis Ford Coppola) y La edad de la inocencia (1993, Martin Scorsese), por la que logró una nominación al Oscar a la mejor actriz secundaria. Su interpretación es, cómo no, cautivadora y llena de fuerza. Además, su química con Ethan Hawke, que da vida a Troy, es electrizante. Él era un actor incipiente que acababa de despuntar como uno de los supervivientes de la exitosa Viven (1993, Frank Marshall), por lo que este papel significó su lanzamiento definitivo a la fama, rematado un año más tarde con su alabado papel en Antes del amanecer (1995, Richard Linklater), todo un clásico moderno del cine romántico. Los personajes de Vickie y Sammy, bastante más desdibujados (muy especialmente el del gay, como venía siendo habitual en las películas de la época, relegado a un protagonismo secundario), cayeron en las eficientes manos de Janeane Garofalo y Steve Zahn, dos intérpretes que prometían bastante pero que vieron como sus carreras no terminaban nunca de despegar, manteniéndose casi siempre en personajes secundarios en proyectos de variopinta calidad. Este cuarteto de actores hace que la experiencia de Bocados de realidad sea verdaderamente chispeante y entretenida, con unos brillantes diálogos (verdaderamente muy superiores a la media de este tipo de productos) y algunos momentos para el recuerdo como cuando los chicos se ponen a bailar compulsivamente el My Sharona en medio de un supermercado, ante la sorprendida mirada del dependiente del establecimiento. Esta alegría contagiosa es la que lleva a la película a pasar casi de puntillas por los temas más peliagudos (la homosexualidad, el sida) para deslizarse hacia unos terrenos más comerciales que, como no podría ser de otro modo, culminaban con el previsible y cómodo final feliz. Aun así, su status de pequeño clásico de los 90 es innegable y nunca está de más echar la vista atrás para encontrarse con la Winona más encantadora y, por aquel entonces, aún alejada de los problemas legales que pondrían su carrera en tan serio peligro que, aun a día de hoy, continúa luchando por volver a primera división.
José Antonio Martín
Redacción Canarias
Estados Unidos. 1994. Título original: Reality Bites. Director: Ben Stiller. Guión: Helen Childress. Productora: Universal Pictures. Recaudación mundial: 33.351.557 dólares. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Karl Wallinger. Montaje: Lisa Zeno Churgin, John Spence. Intérpretes: Winona Ryder, Ethan Hawke, Janeane Garofalo, Ben Stiller, Steve Zahn, Swoosie Kurtz, Harry O'Reilly, Susan Norfleet, Joe Don Baker, Renée Zellweger, James Rothenberg, John Mahoney, David Spade.