Una inyección de vigor al género
crítica de Black Sails (2014-) | Temporada 1
Starz / 1ª temporada: 8 capítulos. | EE.UU, 2014. Creadores: Jonathan E. Steinberg & Robert Levine. Directores: Neil Marshall, Sam Miller, Marc Munden, T.J. Scott. Guionistas: Jonathan E. Steinberg, Robert Levine, Brad Caleb Kane, Doris Egan, Heather Bellson, Michael Angeli. Reparto: Toby Stephens, Hannah New, Luke Arnold, Zach McGowan, Toby Schmitz, Sean Cameron Michael, Clara Paget, Mark Ryan, Hakeem Kae-Kazim, Dylan Skews, Jessica Parker Kennedy, Tom Hopper, Karl Thaning, Louise Barnes, Lawrence Joffee, Jannes Eiselen, Mark Elderkin. Fotografía: Lukas Ettlin, Jules O´Loughlin. Música: Bear McCreary.
Siempre es una tarea difícil el tocar un género que no está en boga desde cualquier medio. Una película, una novela, una obra de teatro o una serie de televisión que trate sobre una temática que lleva años dando coletazos, debatiéndose entre resurrecciones esporádicas y nuevos acercamientos que resultan fallidos. A veces combinados. A saber, el monumental éxito de la saga Piratas del Caribe (2003, 2006, 2007, 2011) aunaba un par de riesgos de entrada, sobre todo en la suicida caracterización de Johnny Depp como el ya mítico Jack Sparrow, pero la operación salió bien y Jerry Bruckheimer recaudó muchísimo dinero. El problema para los verdaderos fans del subgénero pirata es que las aventuras que firmaban Ted Elliott & Terry Rossio se basaban en una atracción temática de Disneylandia. Esto no podía significar un traspaso a la pantalla grande que rezumara la esencia de la genuina piratería. No. Lo que las cuatro películas han mostrado es una versión edulcorada del asunto. Una revisión (entretenidísima, eso sí) que acumulaba ideas a cada cual más estrambótica pero donde la sangre apenas salpicaba. Al final de I. (1.1), el notable piloto de Black Sails, el capitán Flint y el marinero Singleton, que le desafía por el máximo puesto, se enzarzan en una cruda pelea que se no escatima en sangre. Todo en aras del realismo. Eso huele a piratería, como anuncia la magnífica cabecera de la serie.
La impronta de Michael Bay como productor ejecutivo hacía temer que la serie estuviera más centrada en la espectacularidad de las hazañas y menos en dotar de alma a los personajes. Que fuera un desfile de caras guapas y aparatosas escenas de acción. Las sospechas eran infundadas. Black Sails es una serie muy buena, con un sentido de la aventura como peligroso y excitante acontecimiento y con una narrativa capaz de equilibrar sus múltiples líneas narrativas. La libertad de trabajar con Starz hace que Jonathan E. Steinberg & Robert Levine creen un mundo factible de sabor legítimo. Deben batallar algunos problemas que la televisión viene acumulando en el último lustro, y que parecen casi un peaje. Esto es, la idea de coger la novela de Robert Louis Stevenson y retrasar la acción 20 años parece casi una excusa para que la cadena dé luz verde y se tenga material promocional, pero en realidad se nos quiere hacer un retrato del mundo en Nasáu allá por 1715. Un mundo en proceso de cambio, donde la isla es un remanso sin las reglas del hombre educado, pero con las del hombre salvaje. La acción arranca con el descubrimiento de John Silver de la última parte que completa un mapa que conduce a la Urca de Lima, y con él a un tesoro inimaginable. Como en toda buena historia de piratas que se precie, estos ocho capítulos están llenos de traiciones, maquinaciones, códigos morales (o la ausencia de estos), ron y balas de cañón.
Como tantos dramas de los últimos años, sobre todo en el premium cable, se apuesta por una estructura coral de historias interconectadas que revolotean alrededor del ansia de libertad. La Urca y toda la riqueza que trae es la mejor manera de que la mayoría de los protagonistas tengan la vida que siempre quisieron. O eso creen. Todos los eventos que recorren esta tanda de episodios sientan las bases para un cliffhanger preciso que tiene el mérito de transformar toda la temporada en una suerte de precuela en sí misma. Y eso no es fácil de lograr. El espectador puede respirar tranquilo, ya que la cadena la renovó por una segunda temporada en julio de 2013, siete meses antes del estreno de la serie en sí. Una forma de transmitir la seguridad que tenía Starz en el producto, y que han hecho con otras opciones de su parrilla, con mayor o menor fortuna.
Rodada en maravillosas localizaciones de Sudáfrica y capitaneada por un reparto de lo más solvente (destacando a la estupenda Jessica Parker Kennedy como la prostituta Max), la serie ha sabido integrar con acierto el uso de pantalla verde en determinados momentos con tomas reales sin que el cambio salte demasiado a la vista. Al contrario que algunas recientes series de corte histórico, donde el cartón piedra de los decorados y los retoques digitales son más que evidentes, incluso en compañeras de cadena de Black sails, aquí podemos admirar un buen diseño de producción y una apuesta por lo físico de las acciones de los personajes (comer, follar, sudar, sangrar) que dan autenticidad a lo contado. No se ahorran momentos crudos. Los personajes se mueven en zonas grises que los intérpretes saben aprovechar, de forma que cuando los acontecimientos den algún giro, nos descoloque pero tenga sentido –la escena de VII. (1.7) en la que Silver reflexiona sobre la letalidad de Eleanor o lo que está dispuesto a hacer Flint por no perder su oportunidad de llegar a la Urca–. Los guionistas tienen el talento suficiente como para orquestar las situaciones, algunas bastante complejas, sin que se apelotonen las ideas. En una temporada repleta de grandes momentos, es destacable una subtrama donde Dufresne, uno de los miembros de la tripulación de Flint y un hombre de más cerebro que músculo, es puesto en la tesitura de tener que luchar por su vida. Cuando en V. (1.5) los piratas atacan otro barco en una batalla a muerte, la cámara de Marc Munden se queda con Dufresne y nos ofrece su caótica perspectiva del abordaje. Una idea original, que logra la identificación del espectador.
Blacks Sails adolece, todo hay que decirlo, de otro de los males de algunos de esos dramas corales ya nombrados. Un gran porcentaje de las acciones de los personajes consiste en sus maquinaciones. Hasta el punto de que se pierde el interés a ráfagas. Alianzas, requiebros de las normas y escenas que se hacen eternas donde se discuten los acontecimientos, lo que ha pasado y lo que puede pasar. No hay nada malo en que el diálogo prevalezca sobre la acción, pero el estatismo inunda en ocasiones algunas de las tramas, como la motivación de Eleanor de dominar la isla o el cautiverio voluntario de la señora Barlow (estupenda Louise Barnes). Sobre todo cuando estos leitmotiv pueden deshacerse en cualquier momento. Hay un exceso de carambolas para justificar el mantenimiento de varios personajes en la serie, cuando la opción realista sería que murieran como castigo por sus transgresiones. Se hace un uso muy seguido del ¿asesinato/accidente? en fuera de campo para mantener la intriga sobre la verdadera naturaleza de Flint. Y es algo difícil creer que la gente de 1715 hablara como lo hacen los personajes de la serie, de forma que el trasvase del lenguaje no parece del todo logrado. Problemas que debilitan el resultado final, pero no llegan a eliminar el interés de una serie especial, cuya gran aventura queda a punto de comenzar. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
redacción Sevilla
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