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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | ¿Qué nos queda?

    ¿Qué nos queda?

    Esto no es una crítica

    crítica de ¿Qué nos queda? | Was bleibt, de Hans-Christian Schmid, 2012

    El director alemán Hans-Christian Schmid, tras las premiadas en el Festival de Berlín Storm (2009) y Réquiem (El exorcismo de Micaela, 2006), nos sorprende en esta ocasión con un drama familiar de gran sencillez. ¿Qué nos queda? produce en el espectador de hoy en día el mismo efecto que en 1929 podía provocar el cuadro Ceci n'est pas une pipe (Esto no es una pipa) del pintor surrealista René Magritte. Una contradicción, un deseo irrealizable de autenticidad en el que las apariencias cuentan más que los hechos. La trama se desarrolla durante un fin de semana cuando los cuatro miembros principales de una familia de clase media alemana, padres e hijos; junto a la novia de uno de ellos y el hijo del otro, deciden juntarse para pasar unos días. Es entonces cuando las bases que se creían sólidas entre ellos saltan por los aires dejando a la vista a cuatro desconocidos que apenas se soportan. Tras el anuncio de la madre (desde hace años maníaco-depresiva) de no tomar por más tiempo la medicación, se esconde un primer anhelo de ser tratada como un miembro de pleno derecho en todo lo relativo a la vida familiar. No obstante, con este movimiento se abrirá una grotesca caja de Pandora en la que las vergüenzas y derrotas que hacen de toda familia una familia ejemplar saldrán a la luz sin anestesia.

    Jakob (Sebastian Zimmler) no le perdona a su hermano pequeño Marko (Lars Eidinger) el irse a vivir a Berlín lejos de sus padres, el alejarse del sufrimiento de su madre, su facilidad para dar la espalda. Ambos actores se desenvuelven en la piel de sus personajes con una naturalidad que impresiona; más en el caso de Sebastian Zimmler quien debuta con esta película en la gran pantalla después de su larga carrera teatral. Una vez más, ¿Qué significa ser hermanos?, ¿Qué nos queda detrás de la impostura? Pero hay más. No solo este sino que todos los pilares en los que se sustenta su cómoda realidad se tambalean como nunca. Por una vez padres e hijos parecen dispuestos a conocer la verdad. Éxitos profesionales que significan fracasos, la dura paternidad del divorciado, (in)fidelidad con uno mismo y con el otro, dependencia económica de quien ya vive peor que sus padres. Zarpazos hirientes que sobre todo dejan herida a ojos del pequeño Zowie. Hijo de Marko, este niño de unos cinco años aparecerá durante gran parte de la película refugiado tras un antifaz de tigre. La desmembración de su propia familia, y ahora también la de sus abuelos, le obligarán a enfrentarse al mundo como alguien o algo más fuerte de lo que es en realidad.

    ¿Qué nos queda?

    Su abuela Gitte, encarnada por la excepcional actriz Corinna Harfouch (El hundimiento, El perfume) reconoce esconderse demasiadas veces detrás de una sonrisa. Existen muchos tipos de coraza, y tanto esta como la rayada careta constituyen tan solo dos de ellas. Sin embargo, el caso de Gitte es especial ya que su enfermedad le ha dejado durante demasiado tiempo relegada a un segundo plano, ajena a todo contratiempo que pudiera perjudicar su salud. Partícipe hasta ahora de un baile con escasos atisbos de verdad, su personaje simboliza una sutil lucha de sexos en la que sus deseos de saber no se satisfacen por más tiempo en la cocina o bajo una alegre sumisión. Las drogas no rompen barrotes; y el enfrentamiento con Gunter, su marido, se hace inevitable. Un juego de luces y sombras que, sin duda, son el mayor atractivo de este largometraje junto a sus logradas interpretaciones. La manera en la que se narran los hechos no deja de ser bastante fría y carente de emoción, como si al conjunto de la pieza le faltara algo esencial que se percibe a lo largo de todo el metraje. Ritmo, chispa, ese toque mágico que solo los mejores directores consiguen cuando se enfrentan a proyectos de este calibre. Nada de eso. Átona, como gran parte de la vida misma. Ante una obra tan uniforme, la escena en la que Gitte y Gunter cantan una vieja canción al unísono del piano (como si el tiempo no hubiera hecho estragos sobre su relación) sobresale del resto; al igual que la escena onírica que más tarde tiene lugar en el bosque. Son estos pequeños detalles los que hacen de esta última película del realizador Hans-Christian Schmid, para la cual vuelve a trabajar con el mismo director de fotografía, montador y guionista que en Storm, un filme que merece la pena ser visto con atención. La vida cotidiana está llena de detalles, y son estos los que nos dan una pista de si lo que hacemos es vivirla, o por el contrario, fingir que la vivimos. Recrearnos en una negación continua como niños perennes detrás de un antifaz a rayas. | ★★★★ |

    Patricia Martínez Sastre
    redacción Madrid

    2012, Alemania, Was bleibt (Home for the Weekend. Director: Hans- Christian Schmid. Guión: Bernd Lange. Fotografía: Bogumil Godfrejow. Música: The Notwist. Reparto: Lars Eidinger, Corinna Harfouch, Sebastian Zimmler, Ernst Stötzner, Picco Von Groote, Egon Merten. Productoras: 23/5 Filmproduktion GmbH / Südwestrundfunk (SWR)/ Westdeutscher Rundfunk (WDR). Presentación oficial: Festival de Berlín 2013.

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