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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Fausto, de Aleksandr Sokúrov

    Fausto, de Aleksandr Sokurov

    Retrato de la locura

    crítica de Fausto | de Aleksandr Sokúrov, Faust, 2011

    En la breve historia del cinematógrafo se pueden encontrar grandes hitos que han traducido en imágenes algunos de los mitos literarios más trascendentales para la Historia (esta ya con mayúsculas en tanto que universal) y el imaginario colectivo de las sociedades. Todos los filmes del expresionismo alemán - desde la primera película del movimiento, El gabinete del Doctor Caligari (1920) hasta la ya normalizada por los estudios Nosferatu (1922) - supieron no solo llevar al celuloide una vanguardia artística anterior, sino reflejar el inconsciente alemán, viciado y atormentado en vísperas de la II Guerra Mundial, a partir de figuras como Fausto que ya existían en la literatura. Como este personaje cuando vende su alma al diablo para conseguir a Margarita, el pueblo germano debería cumplir con las cláusulas de un acuerdo que le había tachado como único responsable de la anterior guerra. El espíritu ario, devastado por el conflicto, entraría, al igual que Fausto, en una espiral de desolación y sentimiento de culpa, pero también de odio y ambición, el caldo perfecto para la proliferación de una paranoia difusa pero implacable que terminaría dando lugar al III Reich. Pero ¿cómo transmitir el punto de vista perturbado de un loco, de ese antihéroe salido de la pluma de Goethe en el que muchos vieron la semilla del Nazismo? Aleksandr Sokúrov ha intentando indagar en los abismos a los que conduce la ambición del hombre en lo que los críticos han acertado en llamar su "tetralogía del poder". Desde Moloch (1999), pasando por Taurus (2001) y The Sun (2005) hasta llegar a Fausto (2011), el cineasta ruso ha filmado las dudas de Hitler poco antes de ser vencido, los desvaríos de un Lenin senil en vísperas de su muerte y la obstinación delirante del emperador japonés Hirohito previa a reconocer su derrota ante los Estados Unidos. En todas ellas, la obsesión con el poder deriva en una distorsión de la realidad por parte de los protagonistas que el director pone en imágenes para reflexionar sobre la Historia y a la que ahora con Fausto se acerca nuevamente desde los márgenes del relato sobrenatural del escritor teutón.

    Fausto, de Aleksandr Sokurov

    El estilo de Fausto, expresivo y de corte poco realista como ocurría en el expresionismo alemán, se caracteriza por la elección de filtros que enrarecen el color y la luz naturales, así como la figura de los personajes, que aparecen inclinados como si su voluntad se doblegase ante alguna fuerza o deseo que les consume. El grano de la cinta conlleva una atmósfera lisérgica y soporífera en la que también influye el recorrido lento y sinuoso de la cámara detrás de los actores. En movimiento constante desde el minuto uno, esta desciende de los cielos para adentrarse en la carnalidad del mundo de los hombres, no sin antes mostrar un espejo entre las nubes, pendiendo de ningún sitio, que parece anunciar el retrato de la locura que se nos avecina. Esta pérdida de cordura deviene, al contrario que en el resto de las obras de Sokúrov, donde la enajenación tenía más que ver con el confinamiento de los protagonistas, en el deambular continuo de Fausto detrás de Mefistófeles por escenarios a los que nunca se regresa, en un montaje frenético, en marcadas angulaciones de cámara o en conversaciones paralelas en el tiempo que se entremezclan sin necesidad de cambiar el plano y que hacen del último trabajo de Sokúrov una experiencia casi agotadora para el espectador.

    Eso sí, en este lienzo no hay cabida para la redención, o al menos esta es más ambigua que en la historia de Goethe. Así, a pesar de que el protagonista aparezca por primera vez en pantalla preguntándose dónde reside el alma del ser humano, las imágenes contradicen al guión y, en definitiva, a esta actitud fáustica, nunca mejor dicho. El sexo y las vísceras de un cadáver destripado que inauguran la película hacen patente desde el primer plano la incredulidad de Sokúrov ante la congoja del médico. Que nadie se confunda, parece advertir. Y es que Fausto es una grotesca fiesta para los sentidos en la que cada uno de ellos contradecirá la información aportada por otro. Nada es lo que parece y la supuesta preocupación mística del doctor se verá truncada cuando, muerto de hambre, acuda al usurero del pueblo para empeñar un anillo. El prestamista no es otro que el mismísimo diablo, encarnado aquí por un ser frágil, de cuerpo deforme, con alas intuidas bajo la espalda y hasta flatulento. Mauricius, que así se llama el Mefistófeles del cineasta ruso, apenas puede mantenerse erguido por las calles del pueblo y besa sin pudor cualquier virgen esculpida que se encuentra a su paso.

    Fausto, de Aleksandr Sokurov

    Sin duda, la revisión de la figura del diablo es una de las grandes genialidades de este filme en el que tanta preocupación formal no podía sino tener que ver con una clara influencia pictórica. Las aberrantes y monstruosas imágenes de Sokúrov, tales como la euforia de Mauricius al ver al mono o los "duendecitos" que aparecen en la habitación de Margarita, remiten a los Caprichos de Goya. Pero existe un momento entre tanta oscuridad en el que la luz toma la pantalla. El autor esculpe en el tiempo detenido el rostro de Margarita mirado por Fausto, como si de un retrato renacentista se tratara, mientras que deforma las facciones del protagonista alucinado, cuando esta acude a preguntarle si de verdad fue él quien mató a su hermano. Pero la nueva película de Sokúrov no sólo agobia por el misticismo en el que a veces se detiene o por lo desagradable de la fisicidad de sus criaturas fantásticas. El hecho de que ni espacio, ni tiempo ni incluso algunos personajes se concreten, reflejo de esa demencia oscura en la que el protagonista está atrapado, quiere incomodar, hacer partícipe al espectador de esta historia de desesperanza. El caos figurativo y decadente de Fausto confunde los sentidos como el vino y envenena el alma como la cicuta hasta conducirnos a un total descreimiento hacia el ser humano que, como Fausto en la cumbre del géiser, no termina de creer ni él mismo en su liberación. | ★★★

    Paloma González
    redacción Sevilla

    Rusia, 2011, Fausto. Dirección: Aleksandr Sokúrov / Guión: Aleksandr Sokúrov, Marina Koreneva / Productora: Proline Film. Música: Alexander Ziamal / Fotografía: Bruno Delbonnel. Intérpretes: Johannes Zeiler, Anton Adasinsky, Isolda Dychauk, Georg Friedrich. Presentación Oficial: Venecia 2011 (León de Oro).

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