Belleza en fase REM
crítica de La mejor oferta (La migliore offerta), de Giuseppe Tornatore, 2013
editorial Anagrama
¡Pasen y vean! Y desmáyense. El paisaje es abrumador. Cuatrocientos ojos vigilan al hombre solitario, Virgil Oldman. Una mirada múltiple que, como bien apunta Giuseppe Tornatore, genera la "ilusión del eje óptico": estés donde estés, vayas a donde vayas, esas mujeres que penden en sus respectivos marcos nunca te quitan ojo. Son las mujeres del pulcro espectador que desconecta convirtiéndose momentáneamente en el centro de todas las retratadas, a lo largo de los siglos y en ocasiones por pintores irrelevantes —según la historiografía—. Se miran, se miden; son cómplices. Callan. Él es un dinosaurio de alto copete. Ellas dejaron de contar hace mucho tiempo. Tras la última pincelada. Y el tiempo, como siempre, es relativo en aquella cámara a prueba de ladrones. Y podría ocurrir que de tanto buscar la paja en el ojo ajeno, tú, querido lector, te vuelvas extremadamente frágil y menos solitario. Más joven o, si se quiere, rejuvenecido; como el experto subastador de arte que no dice no a La mejor oferta, cuyo imán recorre el misterio tras un (sustantivo que se rebela y se nos revela en el gaznate) trampantojo secular, tan húmedo y sin embargo tan sutil. La pregunta es recurrente: ¿qué esconden las grandes obras maestras? O mejor: ¿qué las convierte en dichas cúspides del arte universal? Más aún: ¿qué es el Arte, con mayúscula? Pues, mucho y muy poco. Apenas un contacto que invoca sensaciones nuevas; cosquillas en la nuca; simple éxtasis autoinducido por tu propia subjetividad: prejuicios y bilis dispuestos a —y para— sobornar a la razón, convirtiéndose así la experiencia en una realidad fractal, a medias, luego casi intangible. Convencido ya de la mentira que has labrado con —y para— tu disfrute. Tuyo, fielmente, Virgil. Viejo escrupuloso que anhela días más felices. O toda la felicidad que se ha negado por los siglos de los siglos; por estirar los números. Hasta el día en que recibe la misteriosa llamada de una no poco oblicua mujer que solicita sus (atención, no hay spoiler) atenciones —y buena reputación profesional— para tasar las antigüedades de su familia. Así, Virgil acude a la mansión y se lleva varios desplantes solventados por ella con excusas más o menos (in)verosímiles, comulgando Virgil no ya con ruedas de molino sino con piezas minúsculas y dentadas pertenecientes a un autómata del siglo ni-se-sabe.
Cuenta Tornatore en el prólogo de su libro que el proyecto le rondaba desde mediados de los años 80 (recordemos que la película vio la luz en 2013). Aunque por causas extemporáneas/personales, como suele ocurrir en el mundo del cine, no llegaría el cineasta italiano a encontrar el punto de equilibrio entre fondo y forma hasta poco antes del inicio de la preproducción, con la seguridad de que disponen los buenos artífices. Las etapas dispuestas habitualmente a la consecución de: 1) la sinopsis argumental, y 2) el tratamiento, cristalizan aquí en la más sugerente pieza de literatura cinematográfica. Fugaz como un meteoro y tensa cual arco de violín a ritmo de Ennio Morricone. Los capítulos son secuencias mecánicas y, huelga decir, la mecánica de los sentimientos se descontrola. La mujer que aguardaba tras la puerta se atreve a cruzarla, entreviendo al fin el asfalto más allá del casi azul que linda su mansión; mientras que Virgil se mueve cada vez menos por Europa tutelando —y manipulando a su favor, recordarán los que hayan visto la película— subastas que ya no le llenan como antes. Porque ahora la tensión proviene de otros rincones, de otra mirada implacable, de otra piel blanquecina, de otro misterio que, madeja sin fin, la joven Claire Ibbetson no logra/no puede desenredar. Al fin y al cabo, es parte intrínseca de su "yo agorafóbico" y, también, atmósfera cuyo hedor se camufla gracias a la pericia del muy original falsario. Porque "toda falsificación", asegura Virgil, "esconde algo auténtico"; y es que, "en la copia que hace de la obra ajena, el falsificador siempre cae en la tentación de poner algo propio. Generalmente es una minucia insignificante, un detalle sin interés, un trazo disimulado, que ineluctablemente acaba delatándolo, porque revela su propia sensibilidad expresiva". Ya lo han leído. Ya lo han imaginado. Ahora, in situ, desmáyense. No es tan perturbador como vivir a Goya a través de El coloso: mucho pero nunca bastante. Es, si me lo permiten, un atisbo de sonrisa. Una sonrisa para destruir y vertebrar nuevamente el mundo soñado. Quien dijo Arte al comienzo, quería decir crueldad.
Juan José Ontiveros
Redacción Madrid
La mejor oferta
La migliore offerta
de Giuseppe Tornatore
traducción| Juan Manuel Salmerón Arjona
editorial Anagrama
ISBN| 978-84-339-7886-8
Precio| 12,90€
Número de páginas| 96
Colección| Panorama de narrativas