Un 'Dream Team' sin remanente de genialidad
crítica de La gran estafa americana | American Hustle, de David O. Russell, 2013
¿Quién mató a Sam 'Ace' Rothstein? Más importante aún: ¿cuándo se produjo realmente? ¿Al principio o al final? ¿En el minuto dos o en el ciento sesenta y..., tras años de fiebre pituitaria y extorsiones y vidas ahogadas en el Mojave? ¿O quizá simultáneamente, futuro regurgitado que atenta contra las expectativas del boquiabierto público? ¿Era la bomba lapa una ruptura del andamiaje narrativo? Pues, sí y no. Scorsese no pretendía eyectar su universo, ni sus rasgos formales; buscaba, en cambio, (re)instaurar el milimétrico sentir audiovisual que ya —tarde, muy tarde— en 2006 le granjearía el Óscar a mejor director. ¿Cómo saldar, pues, la deuda contraída también por David O. Russell con el maestro de Queens? Baste un suspiro y una media sonrisa para describir las sensaciones que provoca La gran estafa americana, que, no me disparen todavía, algo de pufo/tufo académico tiene/despide. Un fraude (como idea temática, se entiende) inelegante, que cubre el oropel con pintauñas irresistiblemente suizo, mezcla de codicia y sueños truncados. Superficialidad desde una superficie angosta, donde Christian Saben aquel que diu Bale, Amy Adams, Bradley Roller Cooper, Jennifer Lawrence y Jeremy Renner lo dan todo y por el camino encumbran a su director, quien se empacha de una época setentera con un filón tanto en la vertiente musical como en la textil. Que avanza sin artificio pero sin pausa, midiendo las intenciones y el background de su discurso: he aquí una fastuosa pieza de museo que promete calcificarse sin alterar el imaginario de sus hoy adeptos, ya sean críticos o cinéfilos con hechuras o humildes consumidores de golosinas varias. Nadie sufre, y tampoco a nadie le importará que sus magníficos actores ganen algún premio. Su contribución trasciende, desde cualquier ángulo, su propio caché actoral. Transmiten la psicología y a ratos proyectan una atmósfera —inquietudes sin pulir, celos que erosionan hasta romper el tejido—, e incluso una postura colectiva que más allá de transformarse en evidente rivalidad, casa a la perfección con el Todo.
La parábola consiste en rizar el rizo. En bucle. De tal manera que, llegados a este punto, el punto B (destino) deviene A (salida); y entonces todo es curva. O Tom Jones poseyendo a Bradley Cooper; su bolsa escrotal transmutada en el más ligero (de inverosímil) agente del FBI jamás filmado. Mientras Irving Rosenfeld trasnocha con el alcalde Carmine Polito en un after, y los altavoces empiezan a implorar My, my, myyyy... Delilah!, y el tiempo ¿se ralentiza? (¿o soy yo?) armoniosamente, dejando entrever las carencias emocionales del tal Rosenfeld, un empresario con dos tintorerías que se gana un dinero extra gracias a la concesión —hola, tú, loser— de préstamos que nunca concede, puesto que se limita a coger la pasta (5.000 dólares por cabeza) y a no-sé-qué-que-no-explican-ni-quieren-explicar. Y ahí seguimos, Tom Jones rompiendo bragas como buen amante despechado que lamenta haber perdido a su Delilah de turno, a uno coma seis centímetros del abismo y con Amy Adams perfilándose cada vez más en tu retrovisor. Y casi bizqueas; así lo quiere O. Russell. Y ese talento no tan precoz, aunque sí tan de moda; esa rubia oscarizada cuya naturalidad promete cúspides aún más difíciles, ríe sarcásticamente y llora lágrimas de cocodrilo: su marido, gordo fan de la música de Duke Ellington, quiere a su socia, Sydney Prosser (Adams), ante lo cual esta primera (la rubia, Jennifer Lawrence) no duda en manipularlo y presionarlo ya junto al abismo con dientes de tiburón con blancorexia. Es temperamental, es sexy, es errática, es más inflamable que ese pintauñas con olor a flores y a estiércol. Es, en fin, una mala institución consentida. La sombra de Rothstein y un sinfín de películas sobre timos y falsas-reales apariencias sigue siendo muy alargada, pero ni su clase ni su estrella se transmiten a sus herederos en versión light: dibuja esta radiografía del incipiente y a veces vulgar American Way of Life el esbozo de unos personajes incompletos, tal vez mal construidos (sobre todo en el caso del agente del FBI), que merecen mucho más y en dosis menos calculadas.
Ya lo decía el sabio: "Mierda, dinero y Palabra, las tres verdades norteamericanas impulsoras de la movilidad norteamericana". Y, disculpen la no elusión: al filme le habría sentado bien cierto metraje adicional, para cubrir así los vacíos de las elipsis menos justificables, o sea menos entendibles. Nos cuentan que Irving Rosenfeld es un tipo muy inteligente, sí, no cabe duda, no; aunque desconocemos si es verdaderamente astuto, o si lo que sucede es que dispone de un inconmensurable y florido jardín trasero que le hará salirse con la suya de cualquier modo. Aun así, (quiero pensar) La gran estafa americana tiene más virtudes que fallos, y sus diez nominaciones a los Óscar ofrecen una lectura ya manida, que empieza con el efecto disuasorio de la caracterización (no confundir con el personaje, según el resabiado y aburrido gurú Robert McKee) y termina, sí, okay, a mi/vuestra manera —tecleen en Google el nombre de Megan Ellison—. En la misma dirección que apuntaba el final de El lado bueno de las cosas. En el mismo producto invariable que suele maravillar a la Academia de Hollywood. Un cine, en definitiva, prêt à porter. | ★★★★★
Juan José Ontiveros
redacción Madrid
2013, Estados Unidos, American Hustle. Director: David O. Russell. Guión: Eric Singer y David O. Russell. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Danny Elfman. Reparto: Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Jeremy Renner,Louis C.K., Michael Peña, Jack Huston, Alessandro Nivola, Shea Whigham, Paul Herman, Elisabeth Röhm, Saïd Taghmaoui, Adrián Martínez, Robert De Niro. Productoras: Columbia Pictures / Annapurna Pictures / Atlas Entertainment. Presentación oficial: Toronto 2013.