Vigorexia: el origen de la leyenda
crítica de Hércules: El origen de la leyenda | The Legend of Hercules, de Renny Harlin, 2014
Si Zeus levantase la cabeza vomitaría. No se quedaría solo ahí, también desheredaría al vigoréxico de su hijo –Hércules–. Hércules: El origen de la leyenda (2014) es una orgía de hombres de torsos fotodepilados haciendo exhibicionismo culturista –¡ojo! que no tiene nada que ver con la cultura–. Algo menos de dos horas de sufrimiento inhumano –como la fuerza demostrada por el fruto de Zeus y Alcmena–, cuya resistencia debería premiarse con un hueco en el Olimpo de los dioses. Renny Harlin hace un canto a la mediocridad plagado de licencias –Hera haciendo las veces de arcángel Gabriel– y ¿homenajes? Para tamaño desbarro hicieron falta tres guionistas que lograron el más difícil todavía: anular del imaginario colectivo el Hércules de Kevin Sorbo como paradigma de extravagancia. Parecía difícil, el mismísimo Ryan Gosling probó suerte, sin éxito, con El joven Hércules (1998). No era asunto baladí. Los aires ampulosos, la épica del ciclado y los efectos especiales de playskool funcionan como detonantes de la risa. La presencia del trillado cartón piedra y esos decorados de videojuego, más falsos que un billete de siete euros, hacen su trabajo de armonizar todas y cada una de las chapuzas. Nada está bien hecho. Problemas puntuales de raccord en el movimiento incluidos. La cohesión entre cada una de las partes es perfecta. Mérito del director. Difícil hacerlo peor. Tampoco sus asesores estuvieron finos, alguien debería haber sugerido emplear el nombre de Alan Smithee en la firma –seudónimo con el que algunos directores y guionistas estadounidenses firmaban obras dignas de bochorno–.
Decía en el párrafo anterior que la cinta está cargada de homenajes. Una palabra de connotación positiva que cambiaré por afrentas. Esta revisión de la leyenda del semidiós tiene escenas dignas de 300 (2006) versión 2.0 –como la emboscada en Egipto, donde un puñado de hombres luchan en una ratonera contra un ejército, desafío a la altura de la batalla de las Termópilas–. También hay algo más que guiños a un hito reciente de la Antigüedad en el séptimo arte, Gladiator (2000). Escenas como la de Hércules arengando a sus tropas en el bosque, antes de la guerra, al igual que Máximo lo hacía antes de batirse con los pueblos germánicos. Este no es el único paralelismo, pues ambos transitaron por la esclavitud y se forjaron una reputación como gladiadores. Y en esa retahíla de ultrajes referenciales al cine épico reciente, también hay hueco para un par de momentos propios de la trilogía El señor de los anillos, a nadie se le escapará que los griegos pasaron por Rivendel antes que Gandalf. Entre tanta consideración inspiradora los guionista aportan su granito de originalidad. Se aliña el desastroso conjunto con una historia de amor imposible, una auténtica tragedia; un hermano envidioso y un padre deshonesto mediante. Y ¡cómo no! la lucha por un reino sometido al dictado de los corruptos y la venganza como motores de una epopeya excesiva. A modo de conclusión y sin afán disuasorio, Hércules: El origen de la leyenda se compone de un baturrillo de descerebrados hormonados con dismorfia muscular, seleccionados previo casting a la salida de Hombres y mujeres y viceversa. La única lectura positiva, a mi juicio, es la presumible capacidad de Kellan Lutz –actor principal– de columpiar a un elefante con el simple aleteo de sus dorsales. | ●
Andrés Tallón Castro
redacción Madrid
Estados Unidos, 2014, The Legend of Hercules. Director: Renny Harlin. Guion: Daniel Giat, Renny Harlin, Sean Hood, Giulio Steve. Productora: Millennium Films. Fotografía: Sam McCurdy. Música: Tuomas Kantelinen. Reparto Kellan Lutz, Liam McIntyre, Scott Adkins, Roxanne McKee, Liam Garrigan, Rade Serbedzija, Johnathon Schaech, Luke Newberry, Jukka Hilden, Rick Yudt.