Un funeral de vida
crítica de Agosto | August: Osage County, de John Wells, 2013
Es probable que el nombre de Tracy Letts no les diga mucho, al menos en el panorama del audiovisual. Hasta entonces, este hijo de actor y escritora era sobre todo conocido por un par de exitosas obras teatrales, aunque una de ellas, Killer Joe, fue llevada a la gran pantalla hace dos años por William Friedkin. Pero es sobre todo este año cuando su nombre ha adquirido mayor visibilidad tanto en el cine, a través de la película que comentaremos enseguida, como en la televisión, a través de su papel en la serie Homeland. En la primera como escritor y la segunda como actor, como no podía ser de otra manera dada su ascendencia. Pero el dato biográfico que más nos interesa ahora del señor Letts es su lugar de nacimiento, los campos de Oklahoma. Ahí es donde se ambienta la obra Agosto, ganadora de un premio Pulitzer en 2008: un texto que incorpora pues tanto reconocidos (por su autor) elementos autobiográficos como un reconocido (por el público y la crítica) elemento de prestigio, cuya traslación cinematográfica sólo era cuestión de tiempo. Pero para ello era necesario reunir la otra cara de la moneda: un reparto que doblase el crédito de la apuesta. Los directores de casting Kerry Barden y Paul Schnee debían pues fichar, bajo el ojo avizor de Harvey Weinstein, lo más jugoso del mercado para protagonizar este intempestivo melodrama, y lo han conseguido juntando nada menos que a Meryl Streep y a Julia Roberts. Y detrás de ellas, a un consagrado elenco de secundarios con veteranos como Chris Cooper o Sam Shepard, recuperados para la causa como Dermot Mulroney o Juliette Lewis, y sensaciones del momento como Benedict Cumberbatch.
Con estos ingredientes contratar al maestro de ceremonias, al director, parecía casi un trámite. El elegido fue John Wells, conocido sólo por un anterior largometraje: The Company Men (2010), una meditación sobre la crisis económica ligera y agradable (calificativos tanto menos apropiados teniendo en cuenta su temática). El resultado es una dirección oportunamente funcional que deja que se luzcan los diálogos de Letts y los aspavientos de Streep y compañía. Digo “aspavientos” sobre todo por el personaje de aquella, llamado Violet, una matriarca enferma, drogadicta, histérica y nostálgica, todo a la vez, a la que la legendaria actriz americana no sólo encarna sino que devora. Un trabajo tan aparatoso como acertado, comandando la completa entrega de sus compañeros, entre los que probablemente sea más justo destacar a Julia Roberts, que interpreta a una de sus tres hijas (un personaje sólo teóricamente más comedido y sensato), o el matrimonio formado entre los personajes de Cooper y Margo Martindale, actores y roles que a su edad se pueden permitir unir la sabiduría con la insolencia. Por lo demás, todos ellos se reúnen con motivo de la repentina desaparición del marido de la tal Violet, a quién da (corta) vida Shepard, que es el que primero oímos y vemos en pantalla. Sus reflexiones iniciales adelantan lo que está por venir: el caos y la depresión. En el marco de una familia típica y tópicamente disfuncional.
Pues bien, en dicho marco las palabras de Letts deberían ser dardos en boca de estos portentos de la interpretación. Deberían apabullarnos y a la vez hacernos reflexionar, chocarnos y a la vez servirnos de espejo. Pero no lo consiguen. Hay indudables momentos de tensión y dramatismo, de risas e incluso de emoción, como no podía ser de otra manera, dadas las intenciones de este trabajo y los nombres que hay detrás y delante del mismo. Pero al conjunto le falta algo. Y aquí es donde probablemente se echa en falta a un director con más personalidad, capaz de aunar esos momentos, esas secuencias que por sí solas son poderosas, pero cuyas transiciones se van haciendo cada vez más discutibles a medida que avanza el metraje. La capacidad de impresión también se va perdiendo poco a poco, sobre todo porque las que se supone que son trágicas revelaciones se enfocan de manera anticlimática y no son nada que no se haya visto ya en otras muchas películas de este subgénero. En otras palabras, el relato se desinfla progresivamente por falta de personalidad, por falta de mordiente y atrevimiento cuando precisamente de estos atributos debía hacer gala.
En realidad, ello no es tanto demérito de Wells como de Letts. Como hemos adelantado, el primero cumple su función, y aunque no consigue elevar el alcance del drama toma otras decisiones acertadas, apostando por una planificación lo suficientemente elegante y suave como para no entorpecer el dinamismo de las acciones, pero también lo suficientemente marcada y brusca como para darle el tono adecuado. Letts, en cambio, compone una historia veraz pero descompensada, supuestamente incisiva pero realmente superficial. Véase por ejemplo la aparición y resolución del conflicto entre otra de las hijas de Violet, interpretada por Julianne Nicholson, y el hijo del otro matrimonio, a cargo de Cumberbatch. El tono que adquiere la relación entre ambos no está del todo bien encajado con el resto y su tratamiento resulta algo torpe. Ello se debe a la voluntad, encomiable por lo demás, de dar a cada personaje su propia dosis de protagonismo, pero sin que ello sume necesariamente en el conjunto: en el núcleo del drama que se pretende trazar. Y es que a veces las intenciones engañan: la película quiere mostrar la vida tal como es, llanamente y sin glamour, con todos sus traumas y trapos sucios, pero lo que debe (y puede) caracterizar al cine no es la vida sino la vitalidad. Y esto es precisamente lo que se echa en falta aquí. | ★★★★★
Ignacio Navarro
redacción Madrid
Estados Unidos, 2013. Director: John Wells. Guion: Tracy Letts. Productora: Jean Doumanian Productions. Presentación: Festival de Toronto 2013. Fotografía: Adriano Goldman. Música: Gustavo Santaolalla. Montaje: Stephen Mirrione. Intérpretes: Meryl Streep, Julia Roberts, Chris Cooper, Ewan McGregor, Margo Martindale, Sam Shepard, Dermot Mulroney, Juliette Lewis, Julianne Nicholson, Benedict Cumberbatch.