Han pasado 27 años desde que Vítor Gonçalves irrumpiera en el panorama cinematográfico con Uma Rapariga No Verão (A girl in summer, 1986), considerada una de las mejores películas portuguesas de la historia. Ahora, el director lusitano vuelve con A vida invisivel (The invisible life), un ejercicio de experimentación narrativa de esos en los que, tras un primer visionado, se sabe más de su argumento por la sinopsis divulgada que por las imágenes. Como si de un divagar por los pensamientos de los personajes se tratara, una voz en off recorre las mentes de Hugo (Filipe Duarte), un funcionario estatal, Antonio (João Perry), jefe y supuesto amigo del primero y Adriana (Maria João Pinho), un antiguo amor de Hugo. Este último se replanteará su vida y se reencontrará con su ex-novia tras el repentino fallecimiento de Antonio. Y es que A vida invisivel, presentada a concurso en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Roma, es en cierto modo una película autobiográfica, ya que Gonçalves también perdió en 1991 a su mentor, el director de cine Antonio Reis, cuyo nombre conserva uno de los personajes del filme. El resultado final de este cruce entre memorias personales y personajes perdidos, a los que nos es imposible acceder del todo, es una obra enigmática, en trance, que rezuma melancolía y sensorialidad, pero también opacidad e incertidumbre.
Texto| Paloma González
Fuente| Cineuropa