Horror en un mar poco profundo
crítica de The Deep (Lo profundo) | Djúpið, de Baltasar Kormákur, 2012La enésima producción sobre la supervivencia tiene origen islandés y se titula The deep, una obra sencilla sobre la batalla que un sujeto muy especial, víctima del hundimiento de su barco pesquero, libra contra las adversas condiciones meteorológicas y contra un mar helado y despiadado. El "cine de supervivientes" va ganando peso con el paso del tiempo y cuenta con un número de ejemplares que va acrecentándose año tras año. En la actualidad, es común que se proyecten simultáneamente dos producciones sobre hombres que se enfrentan al peligro contra su voluntad, por obra del destino y la fatalidad. También es común que prestigiosos directores, como Danny Boyle (para mencionar la popular 127 horas), lleven adelante proyectos de estas características. Es un tipo de producción que da al cine una nueva función: la de servir al espectador como una religión, como algo en lo que se puede creer o no. Cuando los personajes se enfrentan con la muerte, y sobre todas las cosas cuando consiguen esquivarla, burlarla o postergarla, los espectadores (testigos) comienzan a analizar el acontecimiento en función de lo que consideran o no real. Algunos se dejarán llevar por la fe, elogiarán una experiencia religiosa y determinarán que lo ocurrido es, en efecto, real. Otros escépticos, por el contrario, pensarán que hay en la leyenda una dosis bastante grande de exageración, propia de toda anécdota protagonizada por un hombre que se codea con los héroes por sus virtudes. Lo cierto, es que The deep da inicio a su propia historia con la advertencia de que ese personaje, en realidad, está inspirado en otro que ha existido. Por ello, la veracidad (o no) de lo que se narra adquiere cierto “protagonismo”, acaba volviéndose un punto de apoyo para el filme, y quizá el único.
Pero si de sobrevivir se trata, más allá de toda discrepancia que la crítica pueda llegar a tener alrededor de numerosas cuestiones, es difícil que no esté de acuerdo en que una película no puede sostenerse únicamente como leyenda destinada a ser aceptada o rechazada por los espectadores. Sería tonto pensar que hay artistas que esbozan una obra con el propósito de dividir a la audiencia. Mucho más tonto es que los artistas efectivamente lo hagan. Toda obra de arte, desde el momento en que se hace pública, queda sujeta a la interpretación de quienes la contemplan. Y de esta interpretación se sobreentiende, claro, la negación y el rechazo producto de la falta de credibilidad, entre otras cosas. Pero esas obras de arte tienen, además, otro fin. No importa cual sea, pero sí importa que exista. La deliberada finalidad es la que puede convertir una expresión ininteligible en un gesto milagroso. Y aun cuando esa finalidad sea el mero entretenimiento, al modo que lo presenta la industria cinematográfica de países como Estados Unidos, basta para no enterrar al filme en tierra de nadie.
Lo que ocurre con The deep es preocupante por varios motivos. El primero, y, probablemente. el menos perjudicial de todos, es que se basa en una fórmula conocida por prácticamente todo consumidor en el género de aventuras (en el soporte que sea: literatura, cine, teatro). Respeta al pie de la letra todo valor constante, sin olvidarse de los guiños emocionales inofensivos (el dibujo húmedo y borroso que el niño le había regalado al padre antes de partir) y los guiños emocionales más cuestionables (el paralelismo entre el accidente y el niño que no puede dormirse, o la simultaneidad de las plegarias). El segundo, es la dificultad para determinar cuál es el nudo central de la obra. Una primera hipótesis es la del accidente, que suele ser la más recurrente. Ahora bien, hay un tratamiento muy bueno en las secuencias que ocurren en el barco y bajo el agua, pero la desgracia no es eterna. Cuando la profundidad devora todo lo que tiene que devorar, la historia se acaba. Quedan cuarenta minutos de decadencia en torno a una reflexión de la que se dice muy poco, acerca del héroe como rata de laboratorio, como un fenómeno. La segunda hipótesis es la del retorno: un sujeto ha sufrido un accidente (y en este punto, poco importa si se trata del hundimiento de un barco o de un accidente cerebro-vascular) y, milagrosamente, ha vuelto a su casa. Sin lugar a dudas, lo ocurrido lo ha cambiado, le ha permitido hablar con aves, intentar contarles chistes sin demasiado éxito, e incluso recordar una erupción volcánica en tiempos de juventud, así como trazar proyectos y pactos con Dios. Ahora bien, cuando se quiere plantear un retorno, es necesario ofrecer una estructura balanceada que no ignore la procedencia. ¿Cómo juzgar una transformación si no conocemos al sujeto antes de la catástrofe? O mejor dicho, ¿qué podemos saber del personaje principal, que nos sirva para cerrar el ciclo evolutivo y aplaudir durante los créditos finales? The deep no ofrece, para esto, absolutamente nada. La última hipótesis, finalmente, tiene que ver con plasmar la frialdad con la que el entorno reacciona frente a lo sucedido. Aparece la figura del científico que quiere investigar su caso para fines personales, la del sujeto que quiere entrevistarlo, o la de todo incrédulo dispuesto a probar que su testimonio es una falacia. Es, por lejos, la hipótesis más interesante de todas, la más original, pero es la última, lo que equivale a ser la menos probable. Dedica tan poco tiempo a retratar la poca sensibilidad con que se toma su supervivencia, que es muy fácil desecharla. El tercer problema, paradójicamente, es la falta de profundidad en todo lo que describe. Paradójico, pues el título de distribución internacional alude a una profundidad que no tiene, que apenas se ve en las recurrentes tomas subacuáticas. Desafortunadamente, el tratamiento de personajes, acontecimientos, es irremediablemente superficial. No hay recursos técnicos que permitan transformar un estilo al que la obra está condenada desde el momento en que se ejecuta a ciegas, sin una dirección premeditada.
Toda historia de supervivencia es interesante, y The deep, puntualmente, hace que algunos espectadores sean capaces de creer en un milagro, de sentir ocasionalmente la desesperanza en el rostro petrificado del protagonista (quien logra un notable trabajo físico, pero es incapaz de transmitir emociones auténticas en el trato con otros seres humanos). Sin embargo, es simplemente una anécdota hecha cine, secuencias de un hombre en problemas (real, ficticia, vaya uno a saber), sin un trabajo de elaboración. Queda en uno la amarga sensación de que el cineasta, fiel a esa anécdota que le ha sido referida, busca calcar las impresiones y generar un impacto sin importarle lo que quiere generar él como artista. Se deja llevar por la fascinación de una historia que, al cabo de 80 minutos, no da ningún fruto. La capacidad para recrear una atmósfera hostil, o un hundimiento realista, se esfuma. Puede uno ser un gran caminante, y andar por todos los caminos que se abren en el mundo, pero cuando no se tiene nada que marque el norte, no hay propósito, ni destino, y ninguna caminata vale la pena. | ★★★★★
Rodrigo Moral
redacción Argentina.
Islandia, 2012, Djúpið. Director: Baltasar Kormákur. Guion: Jón Atli Jónasson, Baltasar Kormákur. Productora: Blueeyes Productions / Filmhuset Produksjoner. Presupuesto: 2.000.000 euros. Fotografía: Bergsteinn Björgúlfsson. Reparto: Ólafur Darri Ólafsson, Jóhann G. Jóhannsson, Þorbjörg Helga Þorgilsdóttir, Theodór Júlíusson, María Sigurðardóttir, Björn Thors, Þröstur Leó Gunnarsson, Guðjón Pedersen, Walter Grímsson, Stefán Hallur Stefánsson, Bjarni Gautur, Terry Gunnell, Rúnar Guðbrandsson, Bjartur Guðmundsson, Kristján Franklin Magnúss, Þrúður Vilhjálmsdóttir. Presenteación oficial: Festival de Toronto 2012.