texto| José Martín
edición| Emilio Luna
Y otro mito se nos fue. Poco a poco, las grandes estrellas del cine clásico nos van abandonando, llevándose consigo los últimos atisbos del Hollywood dorado. Peter O´Toole nos ha dejado a la edad de 81 años, víctima de una larga enfermedad, pero lo hace para instalarse en el Olimpo de los dioses del celuloide en donde, seguro, ocupará un lugar de honor. Como legado, siempre nos quedará su obra, medio centenar de películas a las que prestó su toque de distinción y una de las miradas azules más profundas (con permiso de Paul Newman) que nos han iluminado desde la gran pantalla. Aun cuando en las últimas tres décadas su presencia pasó a ser mayoritariamente testimonial, otorgándole dignidad a bastantes títulos menores en los que se involucró. Para nadie pasa desapercibida la facilidad aplastante con la que hacía desaparecer a Eric Bana, Orlando Bloom o Brad Pitt de la pantalla en Troya (2004), haciendo gala de aquello de que la veteranía es un grado y el talento es algo con lo que se nace. Tan solo aquella escena en que el veterano O´Toole, metido en el papel de Príamo, le rogaba a aquel Aquiles con las facciones de Brad Pitt para que le dejara llevarse el cuerpo sin vida de su hijo Héctor, ya hizo que mereciera la pena pagar el precio de una entrada. Supuso una lección sobre cómo la calidad actoral siempre estará por encima de cualquier efecto especial y que una buena interpretación debe ser capaz de impresionar al espectador con una fuerza mayor que la de todas las espectaculares escenas de masas creadas por la magia digital. Y una vez más, O´Toole supo estar por encima de la calidad del proyecto, saliendo indemne del naufragio artístico, como ya lo había estado tantas veces –Supergirl (1984), El hotel de los fantasmas (1988), Phantoms (1998)–.
Han pasado 54 años desde que el gran actor irlandés se iniciara en esto del cine como secundario en una aventura de la factoría Disney dirigida por Robert Stevenson, Kidnapped (1960). A este debut siguieron otros dos trabajos (cada vez más relevantes) en títulos tan conocidos como El robo al banco de Inglaterra (John Guillermin, 1960) y Los dientes del diablo (Nicholas Ray, 1960). Sería en 1962 cuando David Lean tuviera uno de los aciertos de casting más célebres de la Historia del Cine y le ofreciera el papel que le daría la fama y el prestigio definitivos, el del enigmático oficial británico Lawrence de Arabia en una descomunal superproducción que le supuso su primera nominación al Óscar como mejor actor. El gran éxito de aquella cinta, avalada por 7 Óscar (incluidos los de mejor película y director) pusieron a la nueva estrella en la cabeza de cartel de otros títulos de grandes proporciones (y metrajes) como fueron Becket (Peter Glenville, 1964) –segunda nominación al Óscar como mejor actor–, Lord Jim (Richard Brooks, 1965), La Biblia (John Huston, 1966) o La noche de los generales (Anatole Litvak, 1966), que le convirtieron en un rostro eternamente asociado al cine histórico de carácter más épico, al igual que sucediera con Charlton Heston.
Un joven Peter O'Toole |
Sin embargo, Peter O´Toole no estaba dispuesto a dejarse encasillar y en ¿Qué tal, Pussycat? (Clive Donner, 1965) sorprendió con su primer papel de comedia, género en el que reincidiría a continuación con Cómo robar un millón y… (William Wyler, 1966), donde formó pareja romántica con otro de los iconos de la época, la deliciosa Audrey Hepburn. Junto a otra Hepburn, en esta ocasión la enorme Katharine, ofreció una de sus actuaciones más gigantescas y recordadas en el drama histórico El león en invierno (Anthoney Harvey, 1968), dando vida al rey de Inglaterra Enrique II. Mientras la actriz se hizo con uno de sus tres Óscar por su actuación de la maquiavélica Leonor de Aquitania, O´Toole sufrió, una vez más, el desplante de la Academia y se tuvo que quedar en la simple nominación, la tercera ya de su carrera. Un año después volvió a superar con nota un nuevo reto: ponerse a cantar en el musical Adiós, Mr. Chips (Herbert Ross, 1969), acompañado de la más experimentada en temas musicales Petula Clark. Con este papel logró su primer Globo de Oro como mejor actor de comedia o musical, que vendría a sumarse a los tres anteriores que ya poseía como actor dramático por Lawrence de Arabia, Becket y El león en invierno, además de ponerle por cuarta vez en la terna por el Óscar al mejor actor. Los buenos resultados de su incursión en el cine musical hicieron que repitiera experiencia (por partida doble) en 1972 con La clase dirigente (Peter Medak) –donde obtuvo una nominación al Óscar como mejor actor, la quinta ya– y El hombre de La Mancha de Arthur Hiller, de menor éxito pero que le permitió luchar por un nuevo Globo de Oro. A estas alturas de la película, poco le quedaba por demostrar al actor sobre su enorme versatilidad interpretativa, por lo que los 70 fueron unos años bastante mediocres en lo que a entidad de sus proyectos se refiere, tanto es así que culminó la década participando en la escandalosa cinta pornográfica Calígula (1979) de Tinto Brass.
Peter O'Toole y Romy Schneider |
En los primeros 80, sin embargo, vivió un efímero resurgir gracias a dos nuevas nominaciones al Óscar por Profesión: el especialista (Richard Rush, 1980) y Mi año favorito (Richard Benjamin, 1982), títulos menores a los que O´Toole salvaba de la vulgaridad gracias a su buen hacer. Desde entonces, el actor se limitó a intervenir como secundario en todo tipo de subproductos que le llegaban, tanto en cine como en televisión, con la excepción de aquella memorable El último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987) que se convirtió en un gran éxito a todos los niveles. Ya en 2003, la Academia de Hollywood intentó zanjar una de las deudas más imperdonables de toda su historia, otorgándole al actor un Óscar por toda su carrera, algo que en principio no le sentó bien porque consideraba que aún tendría oportunidades de lograr el premio por méritos propios. Y estaba en lo cierto, ya que lograría una octava nominación al Óscar por su trabajo en Venus (Roger Michell, 2006). De nuevo se volvían a acordar del casi octogenario actor en las carreras de premios y las críticas fueron, como en sus mejores tiempos, entusiastas. Peter O´Toole ha continuado trabajando hasta el fin de sus días –tiene pendiente de estreno el drama histórico Katherine of Alexandria, de Michael Redwood–, tal vez con la esperanza de lograr alguna vez una novena candidatura a los premios más famosos de Hollywood. Genio y figura hasta la sepultura, este gran hombre nos ha hecho vivir durante décadas multitud de momentos mágicos frente a la pantalla, tocando prácticamente todos los géneros con idéntica brillantez, dándole dignidad a algunos títulos con su sola presencia y participando de la grandiosidad de algunas obras maestras. Se lleva con él a Lawrence de Arabia, el profesor Mr. Chips, Enrique II de Inglaterra, el oficial James Burke y tantos personajes inolvidables a los que Peter O´Toole imprimió su elegancia y enorme profesionalidad. Se ha ido, sin duda, uno de los últimos grandes nombres propios de la Meca del Cine, un hombre que combinó a la perfección el papel de actor con el de estrella. Desde este 15 de diciembre, los amantes del séptimo arte nos hemos quedado un poco más huérfanos y Hollywood ha perdido una parte importante del brillo que le quedaba. Hasta pronto, Mr. O´Toole.