Forajidos de la crisis
crítica de 11.6 | de Philippe Godeau, 2013
“Los forajidos sólo hacen el mal cuando creen que esta bien. Los delincuentes hacen sólo creen que hacen el bien cuando hacen el mal”. Lo dice uno de los personajes de la novela más conocida del autor norteamericano Jim Dodge. Y el Toni Musulin del director Philippe Godeau podría encarnar el ejemplo perfecto de esa cita. 11.6 narra un caso real ocurrido en 2009, cuando un agente de seguridad dedicado al transporte de grandes sumas de dinero decidió robar uno de los furgones blindados que conducía, llevándose un total de 11,6 millones de euros. Las motivaciones de tal acto, por lo que se intuye, radicarían en el hartazgo de Musulin hacía su compañía, que le niega tajantemente una baja laboral de un único día para asistir al entierro de un alguien cercano. Para colmo de males, sus nóminas no son correctas. Haciendo el mismo número de horas que su compañero, su salario es ligeramente menor. Concretamente “10 minutos menos”, durante todos los meses, desde no sabe exactamente cuando. En su ámbito personal, su vida es muy poco activa. Musulin no siente absolutamente ningún apego por su mujer. Su actitud es la de alguien que esta esperando a que algo suceda, y si no es así, será él quien lo propicie.
Nos encontramos ante un filme hijo de su tiempo, concebido desde un personaje central clave que será santo y seña de todo el discurso. Toni Musulin es el antihéroe por antonomasia de la crisis, y su lema es claro: ¿Si el sistema nos roba a nosotros porque no hacer nosotros lo mismo? Philippe Godeau traza un arco algo moroso en la percepción que el espectador tiene del protagonista. Comienza presentándose como alguien en quién confiar, seguro, pacífico y también algo altivo y callado. Progresivamente, y conforme su situación laboral va empeorando, Musulin boicotea su propio matrimonio haciéndole creer a su mujer que esta acostándose con otra, sólo para que esta se distancie, haciendo lo propio con sus compañeros de trabajo, con los que lleva durante años en el mismo grupo. Paralelamente a esta decadencia, adquiere un almacén que va forrando de una doble pared de ladrillos. La función no queda clara hasta el último tramo, cuando uno descubre que lo que parecía un acto impulsivo en realidad fue meditado con meses de antelación. Nuestro forajido lleva a cabo su golpe y como todo buen criminal de buen corazón e intenciones nobles, dejará la mayor parte del dinero intacta. Sus motivaciones no son económicas, sino personales. Cobrarse la justicia por su mano. Derribar a su propia empresa, descubriendo sus tejemanejes e ilegalidades, hundiendo las acciones en bolsa para mandarla directamente a la quiebra.
A la hora de ver la resolución, uno no puede evitar encontrar cierto idealismo en el fondo que maneja la obra. Musulin es presentado desde la ambigüedad y la antipatía, haciendo creer que sus actos son puramente despreciativos, cuando en realidad tienen una lógica. Alejar a la gente que quiere de lo que está a punto de hacer. Del martir político, social y económico en el que está a punto de convertirse. Uno conoce la historia, intuye el camino, pero no puede evitar sentirse algo engañado cuando en los últimos minutos es testigo del la auténtica óptica desde la que Godeau quería retratar al personaje. La de un justiciero de la nueva corrupción. Podemos estar de acuerdo, entenderlo, pero el director es poco sutil, y peca de tramposo. Su desarrollo no es limpio y por tanto despierta recelos. Tampoco le beneficia la licencia poética del personaje de la exploradora de montaña. Una mujer con la que Musulin se encuentra casualmente una noche, y que encarnará, en clave metafórica, la pureza de corazón que todo héroe anhela. Sólo aparece en una escena, pero es más que suficiente. Nuestro Robin particular partirá al exilio una vez haya llevado a cabo el golpe, residiendo casualmente en la misma zona que ella. No la encontrará nunca, pero un único plano de su casa bastará para dejar caer la idea. De esos once millones de euros, dos y medio nunca aparecerán.
Aún con todo lo opaca que es, 11.6 es un trabajo en el que merece la pena pararse, pues despierta reflexiones que podrían dar lugar a una charla de peso, sabe contar las cosas con cierto ritmo, y no se alarga en exceso, centrándose en las motivaciones de Musulin más que en el golpe mismo. Godeau busca un tono más introspectivo que vibrante, más apegado al drama que al thriller, cuyo género cultiva poco y muy superficialmente, por más que François Cluzet ponga todo su empeño entregando una interpretación muy apegada al misterio de los grandes iconos del cine negro y policíaco. Él es parte de que todo se mantenga en pie a cada minuto, pues su presencia es constante en cada escena y su expresión enigmática parte del motivo de que Musulin sea un personaje tan conflictivo con el que relacionarse. Su trabajo es el reverso francés de un James Bond mileurista, amante de los Ferraris y poco amigo de las conversaciones banales. La referencia no es casual. Hablamos de fraude a varios bancos franceses y un seguro de coche. El carisma de alguien así, hoy en día es incuestionable y explica que esta sea una de esas obras valorada desde un enfoque actual más por el discurso que contiene que por el resultado en sí mismo. Habría que imaginar cómo hubiera sido recibida hace 15 años. Pues cada película tiene su tiempo, y hasta cierto punto, es consecuencia de éste. Y 11.6 entra en esa corriente, sin duda alguna. | ★★★★★
Gonzalo Hernández Espinosa
redacción Madrid
Francia. 2013. Título original: 11.6. Director: Philippe Godeau. Guionistas: Agnes de Sacy, Philippe Godeau (basado en la novela “Toni 11,6 Historie du convoyeur” de Alice Géraud-Arfi). Intérpretes: François Cluzet, Bouli Lanners, Corinne Masiero, Juana Acosta, Johan Libéreau, Mireille Franchino, Stéphan Wojtowicz, Jean-Claude Lecas, Eric Bernard, Karim Leklou. Fotografía: Michel Amathieu. Productoras: Pan Européene, Wild Bunch, France 3 Cinéma, Versus Production, Rhône-Alpes Cinéma. Fecha de estreno oficial: 3 de Abril de 2013 (Francia). Presentación oficial: Karlovy Vary 2013.