El 'thriller' que te parió
crítica de Séptimo | de Patxi Amezcua, 2013Pelotudo. Sí, vos. A ver, ¿qué hacés acá, Thriller Pelotudo? Con esos aires de sospechoso habitual que no siembra sospechas porque nadie diría que eres diabólico hasta los tuétanos; los tuétanos, imagínate si es grave, pelotudo, que digo tuétanos. Y ni siquiera conozco su significado (J.J. Millás post-dixit). Me basta con saber que eres más frágil que el cristal aquel muy frágil, que se rompía con solo dos miradas, o quizá media mirada tímida. De un soplido se rompía, pelotudo. Que se iba al pedo a deshoras como mi vecino el Noir, fumador impenitente donde los hubiera, y un dandi que cambiaba de mujer en un pliqui (yo digo pliqui, ¿sabés?), y a cual más sexy, por cierto. Porque te digo una cosa, déjame que te diga una cosa, eh, pelotudo: qué mujeres llevaba del brazo mi vecino el Negro. Era yo un pibe cagón, tendría diez años, y me juntaba en la plaza con mis cómplices —el Pirata, que le debía el sobrenombre a su ojo vago; y el Félix, alias Hipocondriax— y lo veíamos pasar junto a su nueva novia y se nos olvidaban los recuerdos y el background y su vieja allá en la Conchinchina. Siempre igual el tío, ataviado con una gabardina beige y un sombrero de ala estrecha que nos evocaba a ese actor americano cuya voz era una nariz sin respiraderos. Qué voz elástica y adhesiva. Sabés quién digo, ¿no? Sí, ese. El de Casablanca y El halcón maltés y aquella con la Bacall (cómo resistirse a sus ojos en caída libre, a la imposibilidad de advertir el menor resquicio de fuerza ante éstos) sobre una novela de Hemingway, donde ella soltaba una frase tan recurrente como intemporal: "Si me necesitas, silba". Pues eso. Siempre fumando. Calada va, calada viene y el cáncer ahí, en la sombra absoluta, a la izquierda de mi vecino. Parecía un estertor de humos, pues no soltaba nada el muy egoísta hijo de la reconcha de su madre. Qué envidia nos dio siempre. Y ahí lo tienes, ochenta y nueve años y todavía acierta a la Flor con sus balines. Yo creo que ha vivido —y leído— tanto que ya no se acuerda de morirse. Él suele decir que le gusta reciclarse, y lo dice mientras se lleva la risotada al orto a tu costa. Normal. Normal. ¡Si es que eres un pelotudo!, que ni sabes la fortuna que heredaste del Clásico. Y ahora te miro y a veces siento nostalgia y otras vergüenza ajena. No te lo tomes a mal, pelotudo. Pero cuando la cagás, el río de mierda no perdona a nadie. Es un tsunami azotando el mundo lleno de perdedores y burócratas y esteticistas y perros con cara de humanos y gente sin mocos que sonarse. Y ya sabes que te quiero con la misma intensidad apolínea con que te odio: como a un hijo, vaya. Sea como fuere, entre el blanco y negro —humo falsamente reparador— y la polícroma velocidad que le imprimes a la trama, siempre me quedaré con el blanco y negro. No hay color.
Séptimo, atiende. Ahí estamos. Contemplas cómo cuatrocientos cuarenta y cuatro conductores circulan cada vez más rápido y con más estrés por la principal arteria de la ciudad sin/con límites (mentira). Cuatrocientos cuarenta y cuatro coches cruzando con sus respectivos cerebros, todos ellos con la atención en el volante y en el móvil, conversando a través de éste al tiempo que dan las 8.35 de la mañana, y lo anuncia el locutor de radio, cuya voz en off nos vehicula cual autobús sin ruedas en esta historia a domicilio. Y nosotros descendemos suavemente —o por corte, pero suavemente—desde el gran plano general aéreo hasta internarnos en el auto de un abogado que se dirige a por sus hijos, que viven en su casa que ya no es suya porque él y su mujer —que lo espera con los papales del divorcio, y esto no lo habíamos visto nunca— se han separado por lo que comúnmente se define como un "error en un momento de debilidad" o un "tema de cuernos que NO caben por la puerta y rozan con el dintel y desconchan la pintura, y pintamos hace nada, en Mayo" o "el Error, lo siento mucho, no volverá a ocurrir" o "el Error, lo siento mucho, y si no me perdonas me pego un tiro: NO SÉ VIVIR SIN TI" o "que sí, lo hice, donde las dan las toman (soy rencoroso y orgulloso)" o "que sí, lo hice y me alegro, vete al carajo y quédate con la custodia de los niños feos que tuvimos cuando éramos algo parecido a una pareja feliz y toda esa mierda del Paleozoico". O tal vez siguiendo el mantra del guión firmado por Patxi Amezcua y Alejo Flah, cuya moraleja rompe y une a su vez la casuística propia de las opciones anteriormente citadas: en tu secuencia más torpe, el protagonista, encarnado por el inconmensurable Ricardo Darín, le dice a su ex (Belén Rueda) que "éramos una pareja perfecta" y "podríamos empezar de cero". Sin tópicos.
Ay, Thriller Pelotudo. Antes o después de que hayan soportado el pandemonium del secuestro de sus dos hijos, cuya afición por bajar las escaleras corriendo mientras su padre baja —en plan abogado, eso sí— en ascensor se antoja fatalista. Ya en el vestíbulo, ese padre con los minutos adheridos al trasero (debe dejar a su prole en el colegio y marchar rápidamente a un importante vista con uno de sus mejores, hablamos de mucha plata, clientes) no encuentra a los pequeños. Ni rastro sonoro ni visual. Han desaparecido, y el sudor comienza a asfixiar, y el edificio debe ser clausurado hasta nueva orden, hasta que la mínima pista mínima apunte hacia su paradero, ya sea allí, en el edificio que les vio crecer, o en algún zulo que hierve los pensamientos de esos padres en su horca particular. La agonía y la impotencia son tales y el relato arranca con tal índice de tensión e interés, que termina —en lo que se consume la espuma de guión cicatero y no poco miope— por automutilarse cuando el giro primordial se adivina recta y recta y recta. Y no hay vuelta atrás, esto es cine. Que te lo dije, y no me importa refregártelo. ¡Te lo dije! Demasiada premisa, con toda seguridad, para tanto intérprete. Me explico: Ricardo Darín. El hombre con la mirada azul infrarroja: si te escondes en la penumbra, si te decides a no quererle, a despreciar frívolamente su sentimiento millonario, tanto da, sus ojos acabarán encontrándote y entonces la hipnosis será dulce. Él solo rescata del precipicio una película que ahonda en tópicos y, sobre todo, en la pista como spoiler imperceptible, con ritmo y sin embargo sin el suficiente interés, más allá del primer tercio. Así, el oscuro transistor que abre omnipotente el día como ya hiciera el de Mientras duermes, no es más que el minuto café-porra-Marca. Una presentación rutinaria para una película decepcionante. ★★★★★
Va por ti, Negro.
Juan José Ontiveros
redacción Madrid
España, Argentina, 2013, Séptimo. Director: Patxi Amezcua. Guión: Patxi Amezcua, Alejo Flah. Fotografía: Lucio Bonelli. Música: Roque Baños. Reparto: Ricardo Darín, Belén Rueda, Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro, Guillermo Arengo,Jorge D'Elía, Andrea Carballo. Productora: CEPA Audiovisual / El Toro Productions / Ikiru Films / K&S Films / Telecinco Cinema.