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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Ida

    Ida, de Pawel Pawlikowski, 2013

    De la fe y otros demonios

    crítica de Ida | Pawel Pawlikowski, 2013

    El cine polaco no ha dado demasiado que hablar en los últimos años. Dentro de una cinematografía pequeña y anclada en un puñado de tópicos, Ida, quinta película de Pawel Pawlikowski, es un pequeño e inesperado oasis de calidad. Pawlikowski, director polaco afincado en Londres, había dirigido dos películas tremendamente británicas como Last Resort (2000) y My Summer of Love (2004), que no hacían prever el giro casi filosófico que ha tomado con Ida. Su protagonista es Anna (Agata Trzebuchowska), una joven novicia que se encuentra a punto de hacer sus votos finales en el mismo convento católico donde fue abandonada en 1945, cuando era un bebé. Antes de que eso suceda, la madre superiora la insta a que visite a su única pariente viva, su tía, Wanda Gruz (Agata Kulesza); ésta, antigua funcionaria de alto nivel del partido comunista que, debido a su conducta más que irregular, se ha visto reducida a ejercer de magistrada local, es una mujer dura, misántropa y rayana en el alcoholismo, entre otras adicciones. En plena borrachera, le revela a Anna una verdad que no esperaba: su verdadero nombre es Ida Lebenstein, y es judía. Tal revelación embarcará a tía y sobrina en un viaje por las carreteras de Polonia, en busca de la verdad sobre el destino de los padres de Ida, pero también de la historia personal de Wanda y de la posibilidad de una vida más allá de los muros religiosos y políticos que las atrapan.

    Reminiscente, al menos en su aspecto formal, del cine de Ingmar Bergman e incluso del de Carl Theodor Dreyer, Ida resulta un contundente análisis de la fe, entendida en su sentido más amplio y no sólo en el religioso, en un país tan sacudido por las complicaciones derivadas de ella como la Polonia de los años '60. Estamos ante una película de choques; al más tópico choque generacional entre Anna/Ida y Wanda, se superponen toda una serie de distintos enfrentamientos, algunos más inevitables que otros en el lugar y momento en que se ambienta la película. El intenso choque religioso entre católicos y judíos, la lucha por las conciencias populares entre la iglesia (católica) y el estado (comunista), y el abismo, preñado en ocasiones de resentimiento, entre los que vivieron los horrores de la guerra y los que nacieron en tiempos de (relativa) paz, se ven reflejados en uno y otro personaje, a veces insalvables, y otras veces con la chispa de la posible reconciliación.

    Ida, de Pawel Pawlikowski, 2013

    Para contar una historia que se intuye profundamente personal, Pawlikowski sólo necesita ochenta ajustadísimos minutos, que aprovecha a la perfección. Menos tiempo hubiese sido impensable en un momento en que nos estamos acostumbrando a que las películas sean cada vez más largas, y más minutos hubiesen resultado en añadidos innecesarios. Con hora y veinte de metraje, Pawlikowski convierte Ida en el ejemplo perfecto de narrativa eficiente: nada sobra, nada falta. Pero la gran baza de Ida son sus dos actrices protagonistas: Agata Trzebuchowska y Agata Kulesza. La primera, casi debutante en el cine, resulta fascinante; su rostro pálido, de grandes ojos oscuros, es un regalo para la cámara, y contribuye a hacer de Anna/Ida un personaje extraño, misterioso y etéreo, más ángel que humano, del que es difícil apartar la mirada. Pero es la segunda, veterana de la televisión polaca, quien se lleva la parte del león: Wanda es un personaje seco, lleno de defectos y de resentimientos, que sin embargo resulta más digna de compasión que de desprecio. Es una mujer que una vez pudo haber sido alguien, que una vez fue alguien, pero que, por varios motivos, terminó con un pasaporte al fracaso, que diría el Marlon Brando de La ley del silencio. La interpretación de Kulesza hace sentir todo eso a flor de piel, casi en carne viva, y, aunque ambas mujeres, tan opuestas como complementarias, son imprescindibles para entender las diferentes concepciones de la existencia que plantea Pawlikowski, es Wanda la que resulta más humana, la que se parece más a nosotros.

    Ida, de Pawel Pawlikowski, 2013

    Visualmente, Ida es una película seca, austera, casi ascética; un estado al que ayudan la fotografía en blanco y negro más espectacularmente bella de los últimos años, obra de Lukasz Zal, y la utilización del ratio académico (1.37:1, en lugar de los actuales 1.85:1 y 2.39:1 o anamórfico), que fue el estándar entre 1932 y 1953, y recientemente utilizado en películas como Fish Tank (Andrea Arnold, 2009) o The Artist (Michel Hazanavicius, 2011), que lamentablemente se perderá en la gran mayoría de pantallas en que se proyecte. Sin embargo, a pesar de su sobria belleza, de su pulso certero y de sus dos espléndidas actrices, es una película que debe ser vista en el estado de ánimo adecuado. De lo contrario, esa misma austeridad podría provocar que nos quedemos en la superficie, y que sea vista como un ejercicio de estilo, bellísimo pero frío, y no como la experiencia emocional y reflexiva que puede llegar a ser. ★★★★

    Judith Romero
    redacción Londres | enviada especial al BFI London Film Festival.

    Polonia-Dinamarca, 2013, Ida. Director: Pawel Pawlikowski. Guión: Rebecca Lenkiewicz y Pawel Pawlikowski. Productora: Opus Films / Phoenix Film Investments. Presentación: Festival de Gdynia 2013. Fotografía: Lukasz Zal. Montaje: Jaroslaw Kaminski. Intérpretes: Agata Trzebuchowska, Agata Kulesza, Dawid Ogrodnik.

    Ida, de Pawel Pawlikowski, 2013 póster
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