Guerra fría de graffitis
crítica de Gimme the Loot | de Adam Leon, 2012Desde el minuto uno de esta película nos situamos al otro lado de la ley y eso nos gusta. Comenzamos acompañando a sus dos protagonistas igual que nos pasaremos todo el filme: corriendo de un lado para otro con botes de graffiti en los bolsillos y la idea de realizar una gran pintada en la cabeza. Pero siempre corriendo, inyectándonos una sobredosis de la realidad de color negro reinante en las calles del Bronx de Nueva York. Allí donde nada es gratuito, y donde la rivalidad entre bandas junto al pillaje más rudimentario, se encuentran a la orden del día. Gimme the Loot supone el debut cinematográfico del estadounidense Adam Leon, presentada el año pasado en el Festival de Gijón y en la sección Un Certain Regard del festival de Cannes, se alza como una pequeña gran obra fiel representante del cine underground e independiente de los EE.UU. Ese cine amateur que, como en este caso, tanto puede enseñar a su gemelo hollywoodiense sobre cómo hacer películas con un presupuesto muy bajo y sin perder para nada su innegable atractivo. Así, con una estética pretendidamente descuidada en ese afán hitchcockiano de que tanto la forma como el fondo contribuyan al mensaje final, somos testigos alienígenas del día a día de dos jóvenes graffiteros, Sofia y Malcolm, quienes desean llevar a cabo su obra allí donde ninguna otra banda callejera ha sido capaz de hacerlo: en la manzana gigante que aparece en el estadio de béisbol de los Mets cada vez que estos consiguen anotar una carrera. Un sueño que esconde la necesidad básica de ganarse el respeto y despertar la admiración de todos aquellos que les hacen la vida imposible en las áreas más marginales de Nueva York.
Como digo, testigos alienígenas pues sin duda desconocemos las leyes de supervivencia de la calle a las que tanto Sofia (Tashiana Washington) como Malcolm (Ty Hichkson) intentan agarrarse con uñas y dientes. Personajes encarnados por actores no profesionales que, sin embargo, realizan un papel excepcional y terriblemente verosímil. En un tono semidocumental, repleto de camisas anchas, partidos de baloncesto con canastas sin red y hurtos de todo tipo, los dos protagonistas querrán hacerse por las buenas o por las malas con los 500 dólares que necesitan para culminar su plan. Esto les conducirá a querer robar todas las joyas a una chica neoyorquina adinerada a la que Malcolm vende marihuana, y de la que cree enamorarse hasta que conoce su verdadera forma de ser. Una de las escenas más cómicas en este drama con cuerpo de comedia ocurre cuando, buscando la casa de la joven rica para forzar la cerradura, Malcolm y su compañero deciden bajar todas las escaleras de nuevo, desde la séptima planta, porque no están seguros de encontrarse frente a la puerta correcta. El tiempo apremia pero ellos comienzan de nuevo, escaño por escaño, escalando.
Pero quizás lo verdaderamente fascinante de este largometraje sean sus diálogos. El registro lingüístico utilizado y el potente lenguaje corporal de los dos protagonistas se convierten en trincheras inquebrantables dentro de un entorno en el cual quien no aparenta no existe, igual que quien no insulta no por ello recibirá menos recuerdos a sus antepasados. Todo suena mejor, o al menos más convincente, acompañado de un “fuck” en el momento justo. Pero los diálogos no son solo forma sino también fondo. Dicen mucho y, de la mano de los silencios y miradas que los abrazan, gritan todavía más. El pequeño romance que Malcolm mantiene con la joven a la que vende marihuana se prevé truncado desde el principio simplemente porque sus realidades chocan, no encajan ni pueden unirse. O dicho de otro modo, mientras que la comida favorita de Malcolm son los batidos su amiga prefiere las ostras con champagne. Y, por desgracia, el cine ya se ha encargado en tantísimas ocasiones de enseñarnos que un chico que probablemente sorbe de la pajita de su batido no puede ir por ahí codeándose con atractivas jóvenes adineradas. ¡Que no está bien visto hombre!
Y, pese a lo que en esta escena descrita puede parecer un diálogo repleto de clichés, la naturalidad de los dos protagonistas y la esfera íntima creada por su atracción mutua funciona a la perfección como contraste frente a la siguiente escena en la que los vemos juntos por segunda vez. En esta ocasión se trata de una secuencia fría en la que Malcolm es despreciado por la joven (y sus amigas) en una conversación de gran violencia psicológica. Malcolm es un simple camello y como tal, se merece el mismo trato que una cucaracha que, de vez en cuando, emerge de los suburbios para suministrarnos maría. Con todo, un filme muy entretenido y ligero que si bien no deja demasiados momentos para el recuerdo tampoco cansa. Una mirada muy próxima y sin maquillaje a la otra cara del país de los sueños y la riqueza mundial. A ese país en el que la desigualdad social cada vez es más monstruosa y en el que tus recursos económicos predeterminan tu destino. Difícil ascender en la pirámide. Nada de jugar con dados. ★★★★★
Patricia Martínez
redacción Madrid
Estados Unidos, 2012, Gimme the Loot. Director: Adam Leon. Guion: Adam Leon. Productora: Seven For Ten. Fotografía: Jonathan Miller. Montaje: Morgan Faust. Música: Nicholas Britell. Intérpretes Ty Hickson, Zoë Lescaze, Joshua Rivera, Tashiana Washington. Presentación Oficial: Festival de Cannes 2012.