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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cine Club | Déjame entrar (2008)

    Déjame entrar

    Oskar y Eli: un amor sin barreras

    crítica de Déjame entrar | Låt den rätte komma in, de Tomas Alfredson, 2008

    El escritor sueco John Ajvide Lindqvist sorprendió al mundo en 2004 con Déjame entrar, una novela que suponía una vuelta de tuerca sobre el mito de los vampiros y que logró ser un gran éxito de ventas. La clave de esta buena acogida fue la hábil combinación de una bonita historia de amor adolescente con temas bastante controvertidos y actuales como las drogas, la prostitución, la pedofilia o el acoso escolar, también conocido como bullying. Como no podía ser de otra manera, tan jugoso material pronto despertó el interés de la industria del cine para realizar su inevitable traslación en imágenes. El propio novelista se hizo cargo de un guión que suavizó los ingredientes más espinosos del libro, sustituyendo la explicitud por la insinuación, mientras que en la silla del director se sentó Tomas Alfredson –futuro responsable de la también alabada El topo (2011)–. El resultado: una de las mejores películas de terror de los últimos años y una de las obras que con más seriedad se ha acercado al tema del vampirismo, en unos tiempos donde Stephenie Meyer lo ha dulcificado hasta el hartazgo con su saga de Crepúsculo.

    La acción tiene lugar a principios de la década de los ochenta en Blackeberg, un suburbio de Estocolmo. Allí vive, junto a su madre, Oskar, un inteligente pero retraído adolescente de doce años que sufre un maltrato continuado por unos compañeros de colegio. Su soledad termina con la llegada al vecindario de Eli, que se ha mudado a la casa contigua a la suya en compañía de un adulto llamado Hakan. Pese a que en la novela se habla claramente de que Eli es un personaje masculino que ha sufrido una castración, en la versión cinematográfica –y a aún más en su posterior remake norteamericano dirigido por Matt Reeves– este hecho únicamente queda sugerido en una breve escena en que aparece Eli cambiándose de ropa y se le ve la cicatriz. Tampoco se hace hincapié en la verdadera naturaleza de la relación entre el vampiro y Hakon, que aparece como un desinteresado protector (y proveedor de sangre fresca) de Eli, obviando sus tintes pedófilos. Pequeños detalles omitidos (o camuflados) con el fin de restar sordidez y polémica a una película que se presenta como un hermoso romance adolescente entre Oskar y “la vampira” Eli. Una historia de aceptación, amistad y posterior amor que, por su sinceridad y realismo deja en evidencia más si cabe la ñoñería de Crepúsculo. Kåre Hedebrant y Lina Leandersson, pese a su corta edad y nula experiencia anterior ante las cámaras, ofrecen unas interpretaciones muy potentes, logrando una química en pantalla que ya quisieran para sí Robert Pattinson y Kristen Stewart. Hedebrant consigue transmitir todo el odio y la rabia contenida contra esos niños que le atormentan a diario, así como la paulatina atracción que va experimentando hacia Eli, aun cuando ésta huele mal o se comporta de una manera extraña. Leandersson, por su parte, tiene en su mirada la madurez propia de un ser de más de cien años encerrado en el pequeño cuerpo de una niña de doce. Sin duda, un acierto de casting que se convierte en el ingrediente clave para el éxito de la película.

    Déjame entrar

    El paisaje gélido y blanco de la nevada Blackeberg –pese a que algunas escenas se filmaron en Luleå, al norte de Suecia– acentúan el tono descorazonador y melancólico del relato. La relación entre Oskar y Eli (al igual que los ambiguos lazos que unen a Eli y Hakon) está tratada con especial sutileza, prestándole gran importancia a las miradas –en muchas ocasiones, esquivas– y los silencios. Déjame entrar es una experiencia contemplativa e intimista que, si bien como drama romántico tiene una gran fuerza, como obra de terror tampoco pierde un ápice de efectividad. La calma habitual de la narración se ve rota en numerosas ocasiones por imprevisibles explosiones de descarnada violencia –especialmente en las escenas que muestran los crímenes con los que Hakon complace la necesidad de sangre de su Eli–, rodadas con gran fuerza visual. En este aspecto, el filme tiene numerosos momentos que merecen formar parte de la antología del género por su virtuosismo y capacidad inquietante, como el “suicidio” de la mujer víctima de Eli en la cama del hospital, envuelta en llamas por el contacto con la luz del sol, el sacrificio del personaje de Hakon y, sobre todo, la terrible venganza que tiene lugar en la ya imprescindible escena de la piscina. Todo un prodigio de montaje. Y para redondear la jugada, la película nos reserva un desenlace absolutamente memorable, perfectamente coherente con el admirable puslo narrativo mostrado por su director durante las casi dos fascinantes horas de metraje.

    Déjame entrar

    Déjame entrar vino a confirmar el excelente momento que atraviesa la cinematografía sueca gracias al triunfo de las adaptaciones de la saga Milleniun en todo el mundo. No solo se convirtió en un éxito de taquilla considerable –más de once millones de dólares que triplicaron su presupuesto–, sino que cosechó multitud de premios en los más diversos festivales. Mejor película en Tribeca, Gran Premio en Sitges, Mejor película y fotografía en Göteborg, Mejor director, guión, fotografía en los Premios Guldbagge de Suecia, Saturn a la Mejor película internacional o el Gaudí a la Mejor película europea son algunas de esas distinciones, merecidísimas si tenemos en cuenta que estamos ante uno de los títulos más influyentes del reciente cine europeo, que se acerca mucho a la categoría de obra maestra. Una maravillosa historia de amor con tintes fatalistas entre dos personajes inadaptados, que parecen no encontrar su lugar dentro de la sociedad. Dos seres aparentemente oscuros que logran desbordar luminosidad y esperanza cuando están juntos, olvidándose por un instante de las palizas en el colegio, las continuas discusiones entre padres divorciados o la soledad de quien está condenado a vivir eternamente atrapado en el cuerpo de un niño. Con un título que evoca al mito ancestral de que los vampiros no pueden cruzar el umbral de una casa sin antes haber sido invitados a hacerlo, bien podríamos decir que estamos ante la película de vampiros más perturbadora, trascendente y respetuosa con el tema desde Entrevista con el vampiro (1994), de Neil Jordan.

    José Antonio Martín
    redacción Canarias

    Suecia. 2008. Titulo original: Låt den rätte komma in. Director: Tomas Alfredson. Guión: John Ajvide Lindqvist (Novela: John Ajvide Lindqvist). Productora: EFTI. Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Música: Johan Söderqvist. Montaje: Tomas Alfredson, Daniel Jonsäter. Intérpretes: Kåre Hedebrant, Lina Leandersson, Per Ragnar, Henrik Dahl, Karin Bergquist, Peter Carlberg, Ika Nord, Mikael Rahm, Karl-Robert Lindgren, Anders T. Peedu.

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