El fulgor efímero
crítica de De cine: memorias de un príncipe de Hollywood (1981), de Budd Schulberg | Ed. Acantilado, 2006Ya he comentado en otro lugar (aquí) algunos de los escritores que marcaron mi siniestra y detestada adolescencia (lo normal, vaya): ellos fueron de lo poco bueno que el poso de los años ha dejado de una época que no me apasiona en exceso recordar. De los últimos ocho o nueve hasta ahora, puedo decir con total seguridad que uno de los que más me ha impactado ha sido Budd Schulberg, y más en concreto su fascinante novela El desencantado. En ella Schulberg rememora en cierta manera su primer trabajo para el cine, un guión de una película idiota que le encargaron realizar con el ya mítico y en plena decadencia Francis Scott Fitzgerald. Schulberg cambia los nombres, pero la argucia no oculta, ni lo pretende, la realidad. Y la realidad es la de un joven escritor enfrentado a su primer trabajo cinematográfico consciente de que se trata de una basura, pero empeñado en hacerlo de la forma más digna posible con la esperanza de dar salida posteriormente a una segunda historia, ésta sí una obra personal y comprometida, si sus jefes quedan contentos. Al recibir la noticia de que su compañero de escritura será el maduro escritor, ya todo un mito con fama de genio pero también de borracho incapaz de lograr poner en pie una novela como la que le dio la fama, siguiendo la extraña costumbre hollywoodense de emparejar a escritores pensando que enseguida congeniarán y trabajarán juntos sin problemas, el joven se siente tan intimidado como feliz: por muy necio que sea el encargo, si lo escribe con Fitzgerald a la fuerza deberá ser una obra con destellos de verdadera magia. ¡Ay! El desencantado, como indica su título, escritor no mostrará el más mínimo interés por trabajar en un proyecto que le parece una soberana mierda y que ha aceptado sólo por dinero. La novela desgrana la desesperación del joven que asiste impotente a cómo su sueño de convertirse en un escritor cinematográfico va a verse truncado precisamente por el autor que más admira, a cómo por momentos más que de colega ejercerá de niñera siempre pendiente de las borracheras enloquecidas de su compañero, a cómo en el más denigrante de los días bajos el viejo escritor dará muestras tan brillantes de su genio que harán olvidar al joven los malos ratos… En fin, una historia demoledora sobre la decadencia, el orgullo, las caídas y las recaídas, del luchar por lo que amas y al tiempo contra lo que más amas, El desencantado, como he dicho, ha sido para mí uno de los más maravillosos libros que he podido leer en los últimos años. Una novela de verdadero hálito trágico, pero que sabe ser divertida, poética y reveladora.
retrato de Clara Bow |
En De cine, un libro de memorias, Budd Schulberg, en un acto de increíble modestia para quien ha escrito una obra tan abrumadora como El desencantado, o quizá tal vez por eso mismo, no se dedica sólo páginas a sí mismo. A lo largo de más de la mitad del grueso volumen el verdadero protagonista es su padre, el productor B. P. Schulberg (utilizando como base el libro de memorias de éste que quedó inédito), su familia y toda la panda de personajes estrafalarios, geniales, payasos o definitivamente idiotas que poblaban el Hollywood de aquellos años que fueron de la década de los 10 al primer lustro de los años 30 del siglo pasado. Su postura no es la egocéntrica, y bien podría haberlo sido, de quien nos dice “mirad lo que he vivido”, sino la de quien nos cuenta sus experiencias y las de quienes le rodearon compartiendo con nosotros lo que desde su posición privilegiada ha visto, esto es, diciéndonos “mirad lo que puedo contaros”: es un libro de extrema generosidad con el lector. Nos enseña cómo fueron, desde la perspectiva vivencial, todas esas cosas a las que uno mayormente sólo ha podido acceder a través de libros teóricos: el nacimiento mismo de Hollywood, cuando la ciudad de Los Ángeles era un pueblucho provinciano y desértico, el paso de las películas de dos rollos a los largometrajes, las guerras gangsteriles entre productores y distribuidores, el crecimiento de las grandes productoras y sus monstruosos e hiperbólicos dictadores (Harry Cohn, Louis B. Mayer, Sam Goldwyn, Adolph Zukor- éste algo menos, la verdad-, aunque también los había adorables como Jesse Lasky), la locura de los años 20, la destrucción y la gloria que trajo la llegada del cine sonoro, las anécdotas más tristes, las más escandalosas, las más divertidas de sus protagonistas… Y, por encima de todo ello, el estilo fluido, inteligente, vibrante de un gran escritor para contárnoslo.
Vemos pasar ante nuestros ojos, como una película misma, a personajes tan borrosos como el genio desconocido, tan extraño como patético, Marcel DeSano, director de una sola película, o Micky Neilan y su rebeldía, o el tan fulgurante éxito como desesperanzador final del estrellato de Clara Bow (“Acabada a la edad de veintiséis años, Clara Bow entró tambaleándose en el invierno de su insatisfacción cuando debería haber estado en el verano de su juventud”, p. 273). El excesivo y genial Erich von Stroheim, el auge y caída de George Bancroft y el increíble viaje por Europa de éste y su esposa con los Schulberg, Joseph von Sternberg y sus aires de grandeza, la invasión alemana con Marlene Dietrich y Emil Jannings, el inquietante pero hogareño Tod Browning, la “putita” Sylvia Sidney (según la madre del autor, claro), o el tremendo Herman Mankiewicz. Acerca de éste, hermano del director Joseph Leo Mankiewicz y coguionista, entre otras muchas películas, del Ciudadano Kane de Orson Welles, Schulberg nos deja más de una perla. Aquí va una: “El pobre Mank, el Ambrose Bierce de Hollywood, era un despilfarrador en todos los sentidos, incluyendo frases brillantes que desperdiciaba en las ocurrencias que soltaba en el comedor de los estudios, conversaciones en cócteles y réplicas en reuniones de guiones. Era típico de una obra que Mank hubiera escrito y presentado a mi padre, quien a su vez me lo pasaba a mí, que las acotaciones estuvieran repletas de agudezas más chispeantes que los propios diálogos” (p. 528).
Sergei M. Eisenstein en la mesa de montaje |
Un poquito, sólo apenas unas líneas por desgracia, dedica a la maravillosa Colleen Moore (imagen de cabecera), que había brillado en los años 20 como la Clara Bow “buena” y que con la llegada del cine sonoro se unió a la caravana que llevó a las estrellas de esa década enloquecida a la oscuridad. O las hermosas, sentidas y realistas páginas en las que nos relata el paso de Sergei M. Eisenstein por la Paramount, los estudios en los que en ese momento el padre de Schulberg era un reputado productor. Un ejemplo de cómo en pocas palabras se puede explicar qué fue lo que le sucedió al genio ruso allí y, sobre todo, cómo lo afrontó. Y un ejemplo de cómo la verdadera inteligencia se enfrenta a un problema: con la comprensión del mismo. A Eisenstein no le dejaron hacer allí ni una sola película, pero jamás se sintió frustrado: “Eisenstein no se había hecho ilusiones con respecto a lo que la Paramount podía hacer- y no hacer- por él y sus revolucionarias teorías cinematográficas. Era consciente de que no encajaba en unos estudios en los que los talentos taquilleros como los de Lubitsch y Von Sternberg podían explotarse con mayor facilidad. Lo suyo no era frustración, sino más bien un desconcierto resignado, como el de un maestro de ajedrez que por error se hubiera metido en el Ebbets Field de los Dodgers de Brooklyn y hubiera decidido sentarse a jugar” (p. 544). Los cientos de exégetas del magistral ruso jamás han sido capaces de explicárnoslo con tal sencillez y claridad. La vida, en ocasiones, es así de simple y pragmática: uno no siempre encaja en el lugar en el cual está. Y todo esto entrelazado mágicamente con las anécdotas de infancia y adolescencia del autor. Así sus correrías con su amigo Maurice por los platós de los estudios y, de manera especial, por divertidas, sus gamberradas en el templo judío de Los Ángeles ante la ira del rabino Magnin.
Schulberg da por terminado este viaje apasionado y arrebatador por toda una época y por el nacimiento de una industria justo cuando abandona Hollywood para ir a la universidad, a principios de los años 30, dejando atrás lo que enmarcó su infancia y juventud principesca, con todas sus luces y sus sombras: las del cine mismo. Sólo dos perlas más antes de terminar: “Los escritores escriben- o al menos eso hacían en los tiempos dorados antes de que se les pidiera que saltaran al circuito de los medios de comunicación a promocionar sus propios libros- porque ésa es su forma de no tener que hablar.” (p. 491); “(…), de 1905 en adelante, el guionista de cine siempre ha sido la figura más baja del tótem cinematográfico.” (p. 18) Si amas el cine, amarás este libro (vaya, parece que estoy fabricando una frase publicitaria de las que se inventaba el papá de Schulberg). Pero lo genial estriba también en que si el cine te importa un soberano pimiento podrás disfrutarlo casi igual. Porque no sólo es una iluminadora lección de cómo es este arte que también es una poderosa industria, sino una verdadera y reveladora enseñanza de qué demonios es eso que llamamos, de manera grandilocuente, vida. No de aprender cosas útiles que te van ayudar a vivir mejor, entendedme, sino a comprender y aceptar que la vida no es sino cine mismo. A veces muy malo, vale, pero cuando funciona puede resultar tan exitosa como una superproducción. Eso sí, todo igual de efímero.
José Luis Forte
redacción Extremadura
De cine: memorias de un príncipe de Hollywood
de Budd Schulberg (1981)
editorial| Acantilado
ISBN| 978-84-96489-71-4
precio| 29 €
nº de páginas| 732
encuadernación| rústica
encuadernación| rústica
colección| El Acantilado, 136
traducción| J. Martín Lloret