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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cine Club | Breve encuentro (1945)

    Breve encuentro (1945)

    Breve encuentro | Brief Encounter, de David Lean, 1945. Cine Club Num. 81

    David Lean se inició en el mundo del cine como montador. Llegó a trabajar tanto para realizadores olvidados del calibre de Paul Czinner como para otros menos recordados de lo que debieran, así Michael Powell y Emeric Pressburger. Ya como director, repitió esa labor, curiosamente, en sus dos primeras películas, Major Barbara (1941, en la que solo aparece acreditado en la dirección Gabriel Pascal) y Sangre, sudor y lágrimas (In Which We Serve, codirigida por Noel Coward, 1942), y en la última, Pasaje a la India (A Passage to India, 1984). Su paso por el mundo del cine permanece imborrable, y con razón, gracias a las épicas superproducciones que marcaron su carrera desde que realizara El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957). Tanto esta como las posteriores Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), Doctor Zhivago (1965) y La hija de Ryan (Ryan’s Daughter, 1970) lo han convertido en el epítome perfecto de lo que consideramos director clásico. Sin embargo, solo hace falta ver sus películas para que precisamente lo que notemos sea que su clasicismo consiste en tratar asuntos peliagudos y controvertidos enfundados en historias que parecen de guerra pero uno no sabe si lo son de verdad, de aventuras de una grandeza que rozan la mítica y dramas desaforados que en realidad versan sobre miserias de la vida cotidiana. Al final, los mismos temas que ya tratara en sus primeras películas de presupuestos más humildes. Más llamativas aún resultan sus soluciones narrativas y formales, que nos hacen pensar en que lo que ahora consideramos clásico es el cúmulo de normas primitivas que él se dedicaba una tras otra a romper. Y si romper os parece un término quizá demasiado fuerte tratándose de Lean, digamos que “tan solo” retorcer a su antojo. Algo que muchos directores que habitan en el podio de la vanguardia aún estamos esperando que hagan.

    Breve encuentro (1945)

    Breve encuentro (Brief Encounter, 1945) es una de esas historias pequeñitas y sencillas que marcan su primera etapa como director. Basada en una obra de teatro de Noel Coward, autor con el que había trabajado en sus tres filmes anteriores, narra la fugaz aventura romántica de un ama de casa de clase media y un doctor con esposa y dos hijos que se enamoran casi sin querer y que se ven atrapados en una red de convenciones, compromisos y sentimientos de culpabilidad que les impide llegar allí donde el corazón les pide a gritos que los lleve. Ya desde la primera secuencia, en un plano de una maestría sobrecogedora, Lean nos explica todo esto sin que todavía sepamos quiénes serán los protagonistas. Mientras los personajes cómicos de la función, el jefe de estación Godby y la camarera Myrtle (el fabuloso Stanley Holloway y la divertida Joyce Carey), los cuales mantienen a su vez su propio desternillante romance sirviendo de contrapunto al drama de los caracteres principales en la más estricta escuela shakesperiana, hablan y hablan en el bar de Myrtle de los pequeños incidentes a los que se han enfrentado ese día, vemos cómo alguien recoge un té del mostrador y desaparece al fondo del cuadro sentándose a una mesa. La conversación hace que apenas nos fijemos en él, pero al poco Lean realiza un pequeño travelling con la cámara que nos lo devuelve. Junto a él está sentada una mujer. Ambos permanecen callados y tristes contrastando con los locuaces Godby y Myrtle. Son estos los que de nuevo captan toda nuestra atención hasta que entra en el local una entrometida señora que reconoce a la mujer de la mesa y se sienta con la pareja, la cual muy pronto descubriremos que está formada por los protagonistas de la historia, el doctor Alec Harvey (un magnífico, como siempre, Trevor Howard) y la sencilla ama de casa Laura Jesson (una conmovedora Celia Johnson). Mientras la señora toma el relevo de la cháchara implacable, notamos una tensión profunda en la intimidad rota de la pareja. Todo discurre en una forzada apariencia de cordialidad, pero los rostros de Alec y Laura son todo un poema de indefensión. Los siempre breves momentos que comparten se ven de continuo asediados y expuestos a que los encuentros fortuitos aniquilen su felicidad. Alec se incorpora, se despide con apenas unas palabras y se va. El dolor de Laura se torna incontenible en su mirada y, si es la primera vez que ves la película, te preguntarás por qué. Y justo entonces, cuando todavía te lo estés preguntando, David Lean introducirá un flashback en el que Laura nos narrará todo desde el principio. Lo hará una vez haya llegado a su casa, haya dado las buenas noches a sus hijos y se siente a coser. Toda la película se desarrollará mientras su marido hace un crucigrama. En serio que no sé ya qué es lo clásico y qué es la vanguardia, pero lo que mis ojos ven es cine puro.

    Breve encuentro (1945)

    Breve encuentro es pues el relato que Laura imagina hacerle a su marido de lo que de verdad ella ha estado haciendo en esos momentos en los que él cree que va a la ciudad de compras y a ver una película al cine, su día de libertad, como lo llaman. Laura comienza recordando su primer encuentro con Alec, un pequeño accidente que desembocará en citas semanales que los llevarán de una instantánea simpatía a una repentina y arrolladora pasión romántica en la que los dos adultos darán salida a sus sentimientos de una manera casi adolescente en su ingenuidad. Cuando la pasión se torne imparable es cuando se darán cuenta de hacia dónde van y del daño que están haciendo a los que aún los aman. Un breve atisbo de felicidad fuera de la rutina familiar que de la luminosidad y alegría de los primeros furtivos encuentros pasará a la oscuridad de las convenciones sociales y la propia ética que los constriñen y les impiden avanzar. Todo nos es narrado desde el punto de vista de Laura, que por su condición de mujer casada será quien, en definitiva y atendiendo a la época, más deberá sufrir a costa de una sociedad estereotipada y su irreprimible pero comprensible sensación de culpabilidad, de traición a un marido que siempre se ha mostrado atento y cariñoso con ella. El drama es que lo inevitable no surge porque los respectivos matrimonios de los protagonistas sean un desastre, sino precisamente por lo contrario. Su historia de amor los obligará a plantearse en qué consiste de verdad la felicidad, si eso que estaban viviendo no era sino un pálido fantasma de la misma.

    Breve encuentro (1945)

    Lean mueve sus piezas con una elegancia y una delicadeza ejemplares. Plantear una historia de amor que funciona gracias a la contención es obra de Noel Coward, claro, pero trasladarla a imágenes y que nos parezca tan intensa, tan viva y tan poderosa es obra suya y de su equipo, en especial los dos actores principales que en cada gesto, en cada mirada, en cada silencio y en cada palabra en apariencia insustancial nos están revelando más cosas que en mil escenas de pasión. Ir juntos al cine, comer en un restaurante pidiendo los mismos platos, ir en coche a pasar una tarde en el campo… Es tan sencillo alcanzar la felicidad como difícil es mantenerla. Toda su historia de amor se desarrolla, por las propias condiciones en que se desenvuelve, en un estado platónico. Solo habrá un intento de que estos encuentros al fin sean físicos, pero entonces el mundo cercado por las convenciones en el que viven se nos mostrará con toda su crudeza. Y es en esta ocasión cuando por única vez el relato abandone el punto de vista de Laura y nos sea dado contemplar una escena en la que ella no está presente. El objetivo está claro: no solo es Laura la que debe enfrentarse al oprobio de una sociedad que rechazaría su infidelidad si la descubrieran. Alec se encuentra en la misma situación: también él está atrapado sin remisión. Y si precisamente es el hecho de que Laura y Alec nunca llegarán más allá de un beso tan apasionado como escondido lo que lleva a los detractores de la película a considerarla un tanto pacata, no hay más que remitirse al desenlace para demostrar que Breve encuentro es la más moderna de las películas que os podáis encontrar. No solo porque pocas veces una historia de amor ha hundido los pies en la realidad de manera tan profunda sin recurrir ni a los excesos del melodrama más cercano al culebrón ni a las majaderías propias de las comedias románticas más insustanciales, sino porque muestra un desenlace insospechado en su sencillez y porque este resulta en gran medida rompedor en lo que respecta tanto a los roles que nos inculcan desde pequeños que deben corresponder a un matrimonio como a la visión machista de que es la esposa la que siempre debe perdonar las infidelidades del marido. Un solo plano, una sola frase, bastan para que la pareja de Laura, ese marido bonachón que parece no enterarse de nada, se transforme en el más inteligente, el más comprensivo y a la postre el personaje más romántico y entregado de la función. Ya lo dije: David Lean aparenta ser el más clásico de los directores clásicos. Pero no os dejéis engañar. Nadie como él rompía todas las convenciones una tras otra sin que nos demos apenas cuenta. Nadie como él para demostrarnos que en lo clásico pervive la más rabiosa de las vanguardias.

    Breve encuentro (1945)

    El mismo Lean intentaría cuatro años después, con la ayuda del escritor Eric Ambler al guion adaptando una novela realista del maestro de la ciencia ficción H. G. Wells, repetir su jugada magistral. Pero no se puede ser sublime sin interrupción. Amigos apasionados (The Passionate Friends, 1949) es una película bastante menor, quizá debido a que su trama romántica carece del hálito desesperado de Breve encuentro. Sus protagonistas nos resultan menos simpáticos, no tanto un Trevor Howard casi igual de encantador que en esta como una Ann Todd que debe lidiar con un personaje de motivaciones marcadamente egoístas, lo cual dificulta que empaticemos con ella, y un Claude Rains que si bien se nos muestra como el marido comprensivo del trío (las semejanzas argumentales de ambas películas son notables) nunca deja de dar un poco de miedo. Así terminan por no llegar a nuestro corazón de manera tan intensa y la historia deviene en una serie de coincidencias y desencuentros a los cuales asistimos siempre con interés pero en pocos momentos con pasión. Su estructura narrativa cimentada en flashbacks dentro de flashbacks y su realización cuidada que nos regala planos de gran belleza no permiten que olvidemos que es David Lean quien está detrás de un filme que después de todo no deja de asumir riesgos, pero que en esta ocasión no deslumbra ni arrebata. Para eso ya tenemos Breve encuentro.

    José Luis Forte
    Redacción Extremadura

    Inglaterra, 1945. Título original: Brief Encounter. Director: David Lean. Guion: Anthony Havelock-Allan, Ronald Neame y David Lean, basado en la obra de teatro de Noel Coward. Productora: Cineguild. Productores: Noel Coward, Anthony Havelock-Allan y Ronald Neame. Estreno: 26 de noviembre de 1945. Fotografía: Robert Krasker. Música: John Hollingsworth, Percival Mackey y Muir Mathieson; y Rachmaninoff (Piano Concerto Nº 2). Dirección musical: Muir Mathieson. Ayudante de dirección: George Pollock. Montaje: Jack Harris. Dirección artística: Lawrence P. Williams. Intérpretes: Celia Johnson, Trevor Howard, Stanley Holloway, Joyce Carey, Cyril Raymond, Everley Gregg, Marjorie Mars, Margaret Barton.

    Breve encuentro (1945)
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