Caminos sin caminar
crítica de 10.000 noches en ninguna parte | de Ramón Salazar, 2013La espera entre proyectos de un director interesante puede resulta frustrante. Un caso claro son los 8 años que separan 20 centímetros (2005) de esta estupenda 10.000 noches en ninguna parte (precioso título), tercer largometraje de Ramón Salazar. Financiada con total libertad, la película cuenta la historia de un joven (buen trabajo de Andrés Gertrúdix en un personaje nada fácil) que vive una existencia gris, monótona. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Pero no es algo voluntario, el vivir así. El joven es preso de un pasado que se antoja tenebroso y que reverbera en su presente debido a la presencia de su madre, un cataclismo emocional de proporciones épicas. Con este panorama tan crudo, encerrado en una difícil entrada en el mundo adulto, el Hijo escapa por Europa al cerrar los ojos. Salazar cuida al detalle esas escapadas, que representan facetas de nuestro protagonista, aspectos deseables donde la luz y el color brillan, en contraste con un Madrid que nunca ha resultado tan frío y distante. Hay un deliberado tratamiento fotográfico distinto para cada ciudad.
Apropiadamente, la cinta es un viaje. De los sentidos, de la mente y del ánimo del espectador, que asiste a un proceso de autodestrucción familiar. Susi Sánchez realiza un trabajo monumental dando vida y dolorosa verdad a la Madre, una mujer inapropiada y temperamental que se hunde más y más en su propio hoyo, rechazando asideros. Las vidas posibles del Hijo son los recovecos más íntimos de su psique, expuestos para que uno saque sus propias conclusiones mientras reflexiona sobre las opciones que se nos presentan en la vida y las consecuencias de tomar una u otra ruta. ¿Son estas vidas imaginaciones o quizá recuerdos? La cantidad de pinceladas que tienen incitan a descartar su condición onírica, pero otro tipo de detalles contradicen esta teoría. La verdad puede o no puede encontrarse a medio camino, ya que la apuesta de la película es por la ambigüedad. Las escapadas del Hijo nos llevan a la capital alemana y a la francesa. A Berlín llegará de manos de una joven con quien se cruza en un autobús, y por ella entrará a formar parte del microcosmos amoroso-sexual de una pareja abierta. Ana, Claudia y León representan la represión liberada del protagonista, cuya sexualidad nunca pudo desarrollarse de forma saludable. En París volverá a jugar y superará sus miedos gracias a una proyección del pasado, un resquicio de felicidad en forma de joven vitalista y comprensiva. Las tres historias, ramificaciones de una trama central, se alternan ante nuestros ojos en un eficaz y limpio ejercicio de montaje. Si funciona todo tan bien es por el estupendo elenco y la brillantez de un guión redondo, medido a la perfección.
La historia de Madrid expone los últimos coletazos de una unidad familiar sin nombres, que se desintegra y por el camino alcanza unas cotas altísimas (aunque nunca inverosímiles) de crudeza. Una trama escrita en forma de frases codificas que se combinan con insultos, evitando hablar directamente de algo abyecto. Que combina el zumbido de una mosca con la peste a alcohol, a vómito y a herrumbre. Y es que ese es otro de los puntos fuertes de la película, su capacidad de evocar sensaciones físicas. Un cine sensorial a través del montaje de sonido y la cercanía que da la cámara en mano, donde el tacto de los personajes se siente en nuestra piel y el agua, la nieve o el aliento traspasan la pantalla. Y donde el director se embarca, consciente o inconscientemente, en una tendencia que ha ido cultivando en los últimos tiempos el cine con una narrativa fragmentada, esto es, el emplazamiento de instantes descontextualizados a lo largo del metraje que tienen sentido una vez se ven en el conjunto de la escena o secuencia a la que pertenecen. En una propuesta como ésta, juguetona con la memoria y la fantasía, tienen más sentido que otras veces, que se antojan más un capricho de guión.
Llegado el final de la travesía, el clímax de la película recoge muchas de las pistas sembradas aquí y allá y establece tres resoluciones que un montaje paralelo va ofreciendo, con un muy logrado in crescendo de intensidad emocional, hasta que las piezas conectan a la perfección y la luz del resto de Europa empiece a llegar a España. Niveles de sentido que exploran al alma de los personajes, donde el arte deviene la salvación. Decir más cosas de 10.0000 noches en ninguna parte sería hacerle un flaco favor a las intenciones de Ramón Salazar. Un viaje con secretos que se revelan a sí mismos conforme avanza el metraje. Negra comedia marciana, retorcido melodrama familiar, incisivo estudio de personajes… todo vale para acercarse a una propuesta muy original. Es una película a experimentar, cuyos recovecos es mejor descubrir por cuenta propia. ★★★★★
España, Francia, Alemania, 2013. Dirección y guión: Ramón Salazar. Música: Iván Valdés, Najwa Nimri. Fotografía: Ricardo de Gracia, Miguel Amoedo. Reparto: Andrés Gertrúdix, Susi Sánchez, Rut Santamaría, Lola Dueñas, Najwa Nimri, Paula Medina, Manuel Castillo. Productoras: Elamedia, Escapada Films.