AMISTAD SIN ESTRELLAS
crítica de Starlet | Sean Baker, 2012Escribía Juan Cruz en el diario El País un artículo de opinión, hará cosa de un mes, en el que divagaba –con acierto–, sobre la banalización en el uso del término amistad. Decía algo así como que estaba prostituido, se comerciaba con él, se trivializaba en subastas en las que se presumía de la cantidad de “amigos” que uno tiene en Facebook. Cuantos más mejor. ¿Pero qué queda de ese afecto personal, desprendido que germina y se robustece con el trato? Un simple “Me gusta”. Una visión, quizá, un tanto catastrofista de las relaciones entre pares que hay que interpretar en su justa medida. Esta valoración subjetiva sirve para contextualizar la (supuesta) excepcionalidad afectiva hilvanada en Starlet (2012). De todas formas, en medio de la barbarie tecnológica todavía prevalece, creo yo, el afecto del roce. No se le escapa a nadie que las historias de amistad siempre han tenido un lugar privilegiado en el cine. Su universalidad ha sido un tema abordado en muchísimas películas. Cuanto mayor sea la distancia empática que a priori existe entre los sujetos, mayor es la emoción y complicidad de la platea. Al margen de su mejor o peor factura, éste ha sido uno de los factores clave en el éxito de películas como Intocable (2011), Up (2009) o Gran Torino (2008), por citar algunas recientes. Y en esa máxima se apoya Sean Baker. El director americano relata el nacimiento de una extravagante amistad, entre una joven actriz porno que apenas supera la veintena –Jane– y una anciana octogenaria –Sadie–, a raíz de la compra de un termo en cuyo interior había diez mil dólares. El sentimiento de culpabilidad de la joven sienta las bases de un acercamiento extraño que dará a lugar a situaciones tensas, emotivas, graciosas y a una particular relación.
De ritmo algo lento en el desarrollo del meollo. La relación entre la nieta de prácticas y la abuela en funciones tarda mucho en definir su rumbo, a camino entre el altruismo culpable y el relleno de asientos vacíos en el vagón familiar. En medio de esa búsqueda de identidad, se perciben una serie de recursos trillados y manidos que desvirtúan lo estrafalario de la relación entre dos polos opuestos –no solo generacionalmente–. El filme desemboca en un mar de convencionalismos, con giros argumentales obvios en su tosquedad y con algún exceso exhibicionista incluidos –la escena de rodaje en el plató–. Se ahonda en esa falta de definición con la multitud de frentes abiertos y que es imposible cerrar desde las trincheras. Temas como la pornografía, las drogas, la inmadurez juvenil o las disyuntivas morales son rodados por encima, envenenando su abordaje con un suspiro de superficialidad. A este drama sobre amistades estrambóticas se le ven las costuras. Es lo que tienen los guiones plagados de remiendos. No obstante que estas ácidas pinceladas no adulteren los atractivos del atuendo. Su ligereza permite digerirla con suavidad. Sin propensión a lo plomizo el metraje avanza sin necesidad de vaselina.
Starlet cuenta con una pareja protagonista bastante entrañable. Dree Hemingway está muy natural en su papel –los curiosos y cotillas se estarán preguntando si tiene algo que ver con el autor de Por quién doblan las campanas, pues sí, es su bisnieta–. Escuálida, aparentemente frágil, tenue, afable, dulce y repipi a partes iguales. Protagonista del juego de palabras del título. Una pequeña estrella en la periferia de la meca del cine: geográficamente –vive en el Valle de San Fernando, a las afueras de Los Ángeles–, y artísticamente –trabaja en la industria del porno–. El contrapunto se lo da Besedka Johnson –fallecida poco después de terminar el rodaje–, si bien comparten cierta similitud física, a pesar de los años, psicológicamente Sadie es un personaje más denso, atormentado por el peso de una larga vida. Reacia, cascarrabias, una Miss Havisham moderna cuya reliquia no es el vestido de la boda que no fue, sino un viaje a París que nunca hizo. Ambas armonizan una historia de poso rancio. El disfraz posmoderno intenta ocultar un cuento ordinariamente urbanita y arquetípico. Una Barbie que trata de ayudar a una vieja que languidece en el purgatorio, a la espera de sentencia. Un croquis argumental que busca la originalidad en el atrezo, no en el contenido. Rodada con esa estética inseparable del cine indie americano, primando la austeridad formal, cámara en mano, con ese tembleque que uno empieza a aborrecer en según qué planos. No por su uso, sino por su abuso. Starlet es bonita, hasta cierto punto. Es entretenida, hasta cierto punto. Es absolutamente prescindible, porque no aporta nada nuevo y repite fórmula de manera velada. No termina de emocionar. Tiene un final no previsible, pero sí esperable. Podríamos hacer aquí una reflexión de infinidad de líneas acerca de las lecturas sobre la amistad que nos deja la cinta, sería una pose, igual que Starlet. Si esto es lo que se entiende por película renovadora, no me interesa. Si esto es lo que se entiende por una repetición de códigos bien elaborada, tampoco me interesa. ★★★★★
Estados Unidos, 2012, Starlet. Director: Sean Baker. Guion: Sean Baker, Chris Bergoch. Productora: Cre Film / Cunningham & Maybach Films / Freestyle Picture Company. Fotografía: Radium Cheung. Reparto: Dree Hemingway, Besedka Johnson, James Ransone, Stella Maeve. Presentación Oficial: South by Southwest y Locarno 2013.