Conservadurismo frente a progresismo
crítica de Pelo malo | Mariana Rondón, 2013
Flamante ganadora de la Concha de Oro en la 61ª edición del festival de San Sebastián, Pelo malo (2013) es una película meritoria pero que no entraba en casi ninguna quiniela para llevarse el premio gordo. Los aplausos del público en su presentación oficial fueron tibios, y las reacciones posteriores en general fueron positivas pero no entusiastas. Sin embargo, la sorpresa no sería tanta cuando comprobamos que esta victoria mantiene la tendencia reciente de los principales festivales europeos (véanse las últimas ganadoras en Berlín, Cannes y Venecia) por premiar un cine de calado sociopolítico y estilo naturalista. Son películas que llaman la atención sobre un determinado fenómeno (la corrupción y criminalidad, la homosexualidad, la pobreza y marginalidad) al que una sociedad concreta aún no ha dado una respuesta satisfactoria, y que están rodadas con una cámara cercana a sus sufridores personajes. Los jurados parecen ponerse de acuerdo en sus gustos, de tal forma que esta especie de neorrealismo renovado aunque familiar (literalmente) está tomando la delantera respecto a otro tipo de cine, al menos en cuanto a reconocimiento elitista y metales en su estantería. Pero si en Berlín y en Cannes, por lo que hemos podido ver hasta ahora, tal opción fue acorde a la calidad superior de la cinta galardonada, en San Sebastián un servidor y otros muchos opinamos que se ha cometido cierta injusticia. Lo cual explicaría mejor la mencionada dosis de sorpresa.
La película de Mariana Rondón se centra en la relación entre un niño confundido y su autoritaria madre. El título hace referencia al revoltoso pelo del primero, elemento a priori insignificante pero que para su madre supone la primera señal de la incipiente homosexualidad de su hijo. Una perturbación inadmisible para ella que se une además a sus penurias económicas y familiares ya existentes. En efecto, ella ha perdido hace poco su trabajo de vigilante de seguridad y trata de recuperarlo a toda costa, pero mientras tanto no puede pagar a alguien que cuide de su hijo y de su hija pequeña y por tanto algún día debe dejárselos a su suegra. La abuela del protagonista será la que le empuje hacia su lado más feminizado, en particular en una secuencia en la que ambos bailan al son de “Mi limón mi limonero” de Henry Stephen. Esta es una de las escenas más luminosas del metraje, que por lo demás va encadenando secuencias como el intento de realizarse una foto para el colegio por parte de ese crío y una amiga vecina, otorgándole a tal trámite un esmero ingenuo; o la curiosa mirada que aquel dedica a otros vecinos de su barrio mientras practican deporte o lo ven por la televisión. Acciones por tanto en gran medida contemplativas que a duras penas hacen avanzar la progresión dramática de una cinta que por su tema y contexto se habría beneficiado de más intensidad en dicha progresión.
En este sentido, Rondón no sabe imprimir ni la suficiente sensibilidad (con alguna excepción como la mencionada escena del baile) ni la oportuna tensión (con alguna otra excepción como cuando la madre regaña al hijo) a la historia, conformando un relato que se queda a medio camino entre una y otra, por lo demás desarrollando irregularmente sus personajes así como su relación con un ambiente enrarecido por la enfermedad de Chávez. En otras palabras, la peculiar combinación de delicadeza y dureza del filme conlleva que no estén realmente presentes ni una ni otra. Por otro lado, se monta la historia con un realismo que permita sortear la censura, pero ésta impide mostrar las cosas tal como son y ello se opone a la mencionada intención realista, pues el juego con el subtexto no es demasiado hábil. Por ejemplo, se nos dan varias pistas sobre el sentimiento de rechazo que siente la madre hacia su hijo, pero al final es necesario que la misma acuda a un médico y le confiese su temor de que aquel sea homosexual. Este momento pone de manifiesto que el comportamiento anterior de ambos requería una aclaración, maniobra clásica de estructura de guion por la que elementos previos sin relevancia aparente la adquieren más adelante cuando se nos revelan sus implicaciones, pero es también una muestra de que esas pistas anteriores no cumplen del todo su propósito pues se hace necesaria una explicación que se opone a la supuesta ambigüedad con que pretende jugar la película.
Dicho esto, Pelo malo sí reúne, hasta cierto punto el rigor de un apreciable drama familiar, sobre todo habiéndose producido en Venezuela. Los elementos estilísticos típicos como la cámara al hombro, la iluminación natural, las interpretaciones sobrias o los diálogos casuales están presentes y empleados con criterio, provocando que las situaciones sean creíbles y que el seguimiento de dicho drama sea suficientemente eficaz. Rondón y su equipo técnico se marcan incluso algunos planos de sorprendente lirismo visual, encontrando aquí mejor que en la construcción narrativa una manera de exteriorizar las dudas que siente su protagonista. Y la directora también sabe dirigir bien a sus actores, destacando un siempre complicado trabajo con menores pero sobre todo el esfuerzo de Samantha Castillo en el retrato de esa madre que tiene todas las papeletas para caernos antipática, pero a la que acabamos entendiendo y de la que terminamos por compadecernos. Similar efecto produce en su conjunto el filme, tratando inicialmente un tema espinoso y molesto pero desarrollándolo con cierta sensibilidad, quizás con algo de torpeza pero también con sabia paciencia y ánimo tolerante, conduciendo a un resultado cuyo reconocimiento aceptamos casi por compasión… Frente a la pasión con que habríamos recibido el triunfo en su lugar de Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013). | ★★★★★ |
Ignacio Navarro.
enviado especial a San Sebastián | 61ª edición del Festival de San Sebastián | crítico cinematográfico.
Venezuela, Perú & Alemania, 2013. Directora: Mariana Rondón. Guion: Mariana Rondón. Productora: Artefactos S.F / Hanfgarn & Ufer Film und TV Produktion / Imagen Latina / La Sociedad Post / Sudaca Films. Fotografía: Micaela Cajahuaringa. Musica: Camilo Froideval. Montaje: Marité Ugas. Intérpretes : Samuel Lange Zambrano, Samantha Castillo, Nelly Ramos, Beto Benites. Presentación: Festival de Toronto 2013.