La guerra, a través de los ojos de un niño
cine club | El imperio del sol, de Steven Spielberg (Empire of the Sun, 1987)A estas alturas de la vida, pocas son las voces que se atreven a alzarse en contra de las aptitudes de Steven Spielberg como excelente realizador dramático. Los siete Oscars obtenidos en 1993 con la tremenda La lista de Schindler (incluidos los de mejor película y director) supusieron el definitivo reconocimiento de la crítica, para la que hasta ese momento era básicamente el rey Midas de Hollywood, capaz de facturar un estupendo cine de entretenimiento con el que arrasaba en las taquillas de manera casi infalible. Luego vendrían Salvar al soldado Ryan (1998) –que le otorgó su segunda estatuilla como director–, Munich (2005) o Lincoln (2012), filmes “serios” que Spielberg compaginó sabiamente con sus habituales espectáculos de siempre. Sin embargo, hay que recordar que no le fue precisamente fácil lograr este equilibrio entre cineasta “de prestigio” y facturador de cine comercial. En la década de los 80, Spielberg era sinónimo de éxito y dinero. Con Tiburón (1975), Encuentros en la tercera fase (1977), En busca del arca perdida (1981), E.T., el extraterrestre (1982) e Indiana Jones y el templo maldito (1984), logró encabezar año tras año las listas de filmes más taquilleros. Únicamente su incomprendida sátira bélica 1941 (1979) le dio un pequeño disgusto. En 1985 llegó un momento decisivo en la carrera de Spielberg, rodando la adaptación de la novela de Alice Walker El color púrpura, su primera incursión en el drama. Pese a que con los años, la cinta se ha convertido en todo un clásico de los 80, las críticas se ensañaron con ella tildándola de excesivamente sentimental, traduciéndose en un estrepitoso fracaso durante la ceremonia de los Óscars donde optaba a 11 premios y se fue de vacío. El director, lejos de achantarse, decidió probar suerte dos años después con un nuevo proyecto de similares ambiciones artísticas, la adaptación al cine de la autobiografía de J.G. Ballard El imperio del sol.
La historia arranca en 1941, durante la II Guerra Mundial en un Shanghai ocupado casi íntegramente por los japoneses. Únicamente ha sido respetada, gracias a la protección diplomática, la denominada zona de asentamiento internacional, algo así como un país dentro de otro, donde europeos y americanos continúan normalmente sus vidas de lujo, sin verse afectados por la pobreza que existe al otro lado de las alambradas. Jim Graham es un niño inglés de clase alta que vive felizmente junto a sus padres en su elegante mansión, asistiendo a fiestas de disfraces de la alta sociedad y disfrutando de su pasión por los aviones. Vive en una burbuja, sobreprotegido, ajeno a la guerra que asola el país. Pero esta inocencia se verá violentamente destruida cuando el mismo día del ataque a Pearl Harbor, Jim y su familia se vean obligados a dejar atrás sus posesiones materiales para tratar de escapar de China, con tan mala fortuna que el pequeño se separa de sus padres en medio de la multitud que huye desesperada por las calles. Jim va a parar a un campo de concentración situado junto a un aeropuerto militar chino. Durante sus largos cuatro años de cautiverio, pasará de ser un miedoso niño a convertirse en un precoz hombre, ingeniándoselas para sobrevivir en condiciones infrahumanas (de su amigo, el maleante Basie, aprenderá que se puede ser capaz de cualquier cosa por una patata, aunque esté infestada de gorgojos) sin perder un ápice de su talante alegre y altruista, ya que también se dedica a hacer la vida más llevadera al resto de los prisioneros, entre ellos el matrimonio Victor, que suple de alguna manera la ausencia de los auténticos padres del muchacho.
En un principio, Spielberg compró los derechos de la historia de Ballard para que la dirigiera David Lean, reservándose únicamente las labores de producción –algo que en aquellos años le aportó tan buenos dividendos con películas como Poltergeist (1982), Gremlins (1984) o Regreso al futuro (1985)–, pero ante la negativa del director de Lawrence de Arabia (1962), no le quedó más remedio que encargarse del proyecto personalmente. Años después le volvería a suceder algo similar cuando tuvo que dirigir Inteligencia artificial (2001) tras la repentina muerte de Stanley Kubrick. Al igual que en ésta, en el interior de El imperio del Sol parecen subyacer dos películas distintas. Por un lado, hay mucho de la megalomanía y la épica del cine de Lean en las espectaculares escenas de masas de El imperio del Sol. La secuencia de la ciudad en caos ante la entrada de las tropas japonesas, con esa gran multitud de gente tratando de huir, es en este sentido todo un prodigio de montaje que poco tiene que envidiar al comentadísimo desembarco de Normandía de Salvar al soldado Ryan. Eran tiempos en que este trabajo se hacía con cientos de extras y sin necesidad de “magia digital”, lo que le otorgaba una mayor de sensación de realismo. Por otro, son perfectamente reconocibles los tics sentimentales con los que Spielberg siempre ha retratado a la familia y, especialmente, la infancia. El dibujo que el realizador hace del pequeño Graham no dista mucho del Elliot de E.T., compartiendo la afición de montar en bicicleta, por ejemplo. El buen ojo para descubrir jóvenes promesas de la actuación vuelve a quedar patente con la elección de Christian Bale para el papel protagonista. Por aquel entonces, nadie podría vaticinar que acabaría convirtiéndose en uno de los intérpretes más talentosos del futuro, con un Óscar al mejor actor secundario incluido por The Fighter (2010), pero ya apuntó muy buenas maneras en su caracterización de Jim.
Sobre sus jóvenes e inexpertos hombros recae la mayor parte del peso de la película, teniendo que hacer creíble el paso de la niñez a la adolescencia en pantalla (la historia se desarrolla durante cuatro años) y trabajando en unas condiciones bastante duras para un chico de su edad. Magníficos actores como John Malkovich o Miranda Richardson acompañan perfectamente al chaval, que se erige como protagonista absoluto de las casi dos horas y media de función. La primera mitad del filme es, sin duda, la mejor. Se permite Spielberg incluso, algún momento de acción al más puro estilo de Indiana Jones con la persecución a través de las calles de Shanghai de la que es víctima Jim por parte de un joven ratero que quiere quitarle los zapatos, saltando por encima de los tradicionales motocarros que las invaden. El resto de la película, el que refleja la vida en el campo de concentración –de nuevo la sombra de Lean y de El puente sobre el río Kwai (1957) es alargada– se preocupa más describir el paso a la madurez del personaje central (con ocultos deseos sexuales hacia la atractiva señora Victor) y en cómo éste se gana el respeto de Basie (de quien se convierte en mano derecha para sus trapicheos) e incluso del oficial japonés, el sargento Nagata. Este segmento es el que presenta ciertos problemas de ritmo, bastante normales en una superproducción histórica de su duración, pero también entrega algunos momentos de gran lirismo como cuando la luz cegadora de la bomba nuclear confunde a Jim, que piensa que es el alma abandonando el cuerpo sin vida de la señora Victor, el impresionante bombardeo de los Aliados al campo –con la aparición de ese idolatrado P-51, “el Cadillac del cielo”– y, sobre todo, la magnífica (de las mejores dramáticas que ha parido Spielberg) escena del reencuentro de Jim con sus padres, a los que apenas reconoce. El abrazo en el que se funde con su madre y esa mirada ojerosa que refleja todo el horror que ha tenido que vivir, alcanza unas altas cotas de emotividad sin caer en lo manipulador.
El imperio del sol, en gran parte rodada en las marismas del río Guadalquivir, es una obra plásticamente hermosísima, con un gran trabajo de fotografía de Allen Daviau (en su tercer trabajo para Spielberg tras E.T. y El color púrpura) y una magnífica banda sonora del habitual John Williams, que incluía una preciosa nana tradicional de origen galés llamada Suo Gan que abría la película cantada por un coro de niños (entre los que está Jim) y que se vuelve a oír en los pasajes más emotivos. Pese a que con el tiempo se le han acabado reconociendo sus muchos méritos cinematográficos y ha dejado de considerarse un trabajo menor de Spielberg, lo cierto es que en su día fue una obra muy maltratada. Si con El color púrpura, pese a las críticas, logró recaudar casi 100 millones de dólares en taquilla, con El imperio del sol no logró amortizar el elevado coste (para la época) de 38 millones de dólares, convirtiéndose en el segundo fiasco comercial de la carrera del director. Para colmo, tuvo la mala fortuna de estrenarse el mismo año que otra cinta que también reflejaba la II Guerra Mundial a través de los ojos de un niño, Esperanza y gloria de John Boorman, que fue mucho más respetada. Mientras ésta compitió en los Óscars por cinco premios importantes (mejor película, director y guión original, entre ellos), la cinta de Spielberg únicamente tuvo presencia en seis categorías técnicas (montaje, fotografía, banda sonora, dirección artística, vestuario y sonido), yéndose finalmente de vacío. Una vez más, la Academia de Hollywood volvía a darle la espalda al Spielberg dramático. Uno más de esas numerosas injusticias que únicamente el tiempo, tan sabio él, sería capaz de rectificar.
José Antonio Martín.
redacción Canarias.
Estados Unidos, 1987. Título original: Empire of the Sun. Director: Steven Spielberg. Guión: Tom Stoppard (Autobiografía: J. G. Ballard). Productora: Warner Bros. Presupuesto: 38.000.000 dólares. Recaudación en USA: 22.238.696 dólares. Fotografía: Allen Daviau. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Intérpretes: Christian Bale, John Malkovich, Miranda Richardson, Nigel Havers, Joe Pantoliano, Leslie Phillips, Masatô Ibu, Emily Richard, Rupert Frazer.