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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Grand Piano

    Grand Piano

    Amenaza en la Ciudad del Viento

    crítica de Gran Piano | Eugenio Mira, 2013

    ¿Suspense o sorpresa? ¿Magia real o simple prestidigitación? ¿Qué fue antes, la duda o la evidencia? O mejor dicho, ¿qué es más pavoroso: el terror a morir o la muerte? Hay cazadores sorprendidos en suspenso, en el palco de un auditorio elitista que aplaude lo que no entiende porque no hace falta entender las cosas para saber si son buenas (la traducción es asignatura de lingüistas, los verdaderos traductores andantes). Reflexión de condenado. O virtuoso sin libertad. Aquí, genio de la música que reaparece por la puerta mediana tras cinco años sabáticos. Una víctima cuyo rictus es un jeroglífico inescrutable de dudas, miedo, fatiga, incertidumbre. Todo ello reconcentrado en un cuerpo cinematográficamente a medio cocer, que nunca atraerá por su volumen: no es alto y habla bajito, como si pidiera perdón por existir. Hecho un manojo de nervios. Con el horizonte en aberrante o directamente a 90º respecto a la angulación habitual. Mientras el POV del rifle señala desde muy arriba y él pulsa las teclas del piano de cola, que perteneció a su desaparecido maestro. El solfeo, ya saben, es matemática; y el silencio, un signo de puntuación. Para respirar. Para matar. Delicadamente. Imperceptible. Con silenciador. Eludiendo la falange que compone esa orquesta de cámara con instrumentos clásicos y casi clasistas, con el director trazando figuras en el aire. Todo opulencia y serenidad. Perfección, si se quiere. Hasta su apremiante llegada a Chicago todo transcurre sin urgencias (paradoja de un relato que juega a ejercitar tensiones dormidas). Tan sólo la aerofobia del joven cerebro se intuye como un síntoma de otra angustia —más fuerte y letal— ulterior, y que desafortunadamente no experimento en mí.

    No-disparen-al-pianista-pero-acaben-con-él-cuanto-antes-por-favor se convierte —y muy pronto— en la máxima de una película que disecciona, no sin riesgo, la opulencia formal de autores como Brian De Palma o su impagable benefactor, Alfred Hitchcock. Y como ya hiciera Buried, la agonía de convivir por unas horas con la muerte, formulando preguntas que —esta vez sí— encontrarán respuesta en un subtexto nada evasivo. Sin críticas a la burocracia, ni monstruos aparentemente invisibles. Narración desestabilizadora para el espectador que rehúye los cánones de esa Alta Cultura (no me salpiquen) que es observada desde el tejado, en la oscuridad misma. Encajan los fragmentos pero el puzle, más que un rompecabezas, se adivina un castillo de naipes: prohibido soplar. Así y todo, el mullido asiento de Elijah Wood se calienta hasta alcanzar cotas inflamables. Y no porque el chico transmita el calor del Culo Eminente, más bien al contrario. Es Damian ávido de Happy Meal. Se inflama por fricción: tribología para sprinters temerosos. En contra de la creencia friki, aquella que le aupó no al Olimpo sino al Monte del Destino, Elijah Wood está muy limitado. Sus carencias para transmitir el frío y el fervor durante cualquier secuencia mínimamente opresiva son profundas. En Grand Piano añade morbo a un aspecto cinematográficamente insustancial, y que tampoco suma: mis ganas de que le vuelen la tapa de los sesos. Sufre lo indecible para expresar nada que no sea paranoia extática. Él está aquí, junto a nosotros, pero a miles de kilómetros del set. Y, o bien gusta, o bien provoca rechazo. Incluso cuando se enfrenta a la reconfortante llamada de su mujer en la ficción, una anecdótica Kerry Bishé. Ésta se marcará el playback más cuestionable del cine reciente, evocador de una época en que el star system aprobaba dichas actuaciones.

    Grand Piano

    Falta (o mérito) de un libreto que no matiza a los personajes, supeditados a una permanente floritura de posproducción. Impecable y sostenida en menor, como la filmografía de Rodrigo Cortés, quien produce —junto a su partenaire Adrián Guerra— este filme dirigido por Eugenio Mira. Su huella (la de Cortés) es tan evidente que, sin ganas de restarle mérito al director alicantino, cuyo anterior trabajo (Agnosia) no cumplió en ningún orden, Grand Piano podría ser la continuación —prefabricada y menos original— de Buried. Tan es así, que la música de Víctor Reyes remite en primera instancia al thriller made in Hollywood. Bajo mínimos, aunque pletórico. Se percibe la atmósfera de Última llamada y el David Fincher más esteta, ese que fascina desde los créditos iniciales, así como las vagas remisiones a la negrura de Truffaut (atribución omnisciente por real decreto) y su Tirad sobre el pianista. Claves que se evaporan en un producto de calidad técnicamente inapelable que incurre en un error de primer grado: si al principio no se nos entrega más información que al protagonista, tras la media hora inicial hemos visto todo y a todos, salvo a John Cusack. El Macguffin de la voz. ★★★★

    Juan José Ontiveros
    Redacción Madrid.

    España, 2013, Grand Piano. Director: Eugenio Mira. Guión: Damien Chazelle. Productoras: Nostromo Pictures / Antena 3 Films / Telefónica Producciones / Nostromo Canarias 1 AIE. Fotografía: Unax Mendía. Música: Víctor Reyes. Reparto: Elijah Wood, John Cusack, Alex Winter, Kerry Bishé, Allen Leech, Tamsin Egerton, Dee Wallace, Mino Mackic. Presentación Oficial: Festival de Sitges 2013.

    Grand Piano poster
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