Homo desecado
crítica de Don Jon | de Joseph Gordon-Levitt, 2013Se la machaca impulsivamente, con la mirada fija en las imágenes que muestra el ordenador portátil que reposa en el escritorio de su acogedora habitación de soltero. Es una pulsión irrefrenable que ha hecho callo en sus dedos índice y pulgar y otros que no importan porque ya ni los siente o dejaron de sentir ellos debido a la explotación mecánica a que los sometía. Cadente, bien. Cariñosa, quizá. Que le obliga a buscar y olfatear virtualmente el vídeo, esos minutos de placer no tanto pecaminoso como pringoso, adherido a un kleenex que encesta cual balón de baloncesto tras el clímax de un play-off que se decide por un triple en el último segundo incandescente. Aunque en este caso, la canasta no es ninguna culminación volátil, sino la última fase rutinaria dentro de un proceso que condena al drogadicto, cuyo instrumento pende, o no, pues depende de la postura y del encuadre y de la angulación del cámara-voyeur. Un rollo barato que confunde a los millones de internautas que pervierten su ya de por sí pervertida visión sobre el sexo, quizá un tetris basado en el manual más ridículo proveniente de la India, a prueba de torsiones y roturas de ligamentos. Se la machaca, decíamos, y con decisión. Sin pudor (para eso están los cinturones que anulan momentáneamente la propia naturaleza) ni afán competitivo ni buscando batir el récord Guinness, tan sólo el suyo personal que asciende a no sé cuántas en un día incitante. Y lo hace, además, como todos, aunque no sin el punto de sopor y blanca sordidez que ofrece la imagen de un tío sentado a la mesa o tendido sobre el sofá al compás de una melodía con ecos ventosos que nos retrotraen al ascensor (o montacargas, pues son sensaciones que pesan mucho en su fealdad) de Kenny-G.
Se llama Don Jon. Y no es tonto. O sí, pero no insiste. Es lo que es. Un pobre diablo que hurga bajo las faldas cortas y dentro de los escotes prominentes, en discotecas para homo sapiens sapiens desprovistos de luces a medianoche, e incluso durante el día. Todo es posible. Como triunfar sistemáticamente vistiendo camisas y camisetas y chalecos sin mangas: síntoma del buen gusto que posee el protagonista, cuyos ojos una noche se clavan en la rubia más sexy del local, cuyas caderas se insinúan a cualquier observador o quemabarra no sólo curtido, sino también principiante y mentalmente trasnochado, en sintonía con la falta de luces. Nuestra época, sic. Don Jon, o Jon Martello. Elijan. Vive feliz porque tiene lo más elemental para serlo: porno, misa, familia, coche, amigos, y un cuerpo que endurecer con dominadas, abdominales y levantamiento de pesas mientras expía sus pecados en una oración semanal solventada con un largo rezo de, tomen aire, ¡vocación católica! Pornhub y Dios como nunca antes se han visto en pantalla XXL, casi erecta y muy tramposa. Amén. Así llega y se presenta a la velada; con nulas pretensiones románticas y, sin embargo, dispuesto a rizar el rizo del cliché que es la presente comedia. Debut en la dirección de Joseph Gordon-Levitt, quien estruja su carisma y convoca a dos actrices únicas, y separadas por el cuarto de siglo que dista entre la madurez plena y no poco excitante y la sensualidad chic aún más ardiente. Esto es, la necesidad de elegir entre Julianne Moore y Scarlett Johansson. Una pelirroja y una rubia, hijas de su pueblo.
El romance improbable que sirve para probar (y medir) las aspiraciones del actor que da el salto y, en el trayecto, se desdobla o se multiplica para situarse, simultáneamente, frente y tras la cámara. Nada nuevo. Menos aún tratándose de alguien que supura energía cinética, que cae simpático y se mueve con la elasticidad de un chicle tras el segundo centrifugado, eternamente infantil en su cuerpo de maza, con un gesto retráctil proclive a la mueca. Joseph Gordon-Levitt se hizo grande entre marcianos como John Lithgow y Jane Curtin. Nunca pasa inadvertido, ya que su cabeza es un periscopio que gira y gira y gira. Cuellilargo, y versátil. Y adicto al porno en esta película que inaugura su currículum en otras parcelas no exploradas aún. Lástima que la historia se desinfle poco a poco, sin capacidad cómica ni solvencia a la hora de tejer un romance que genere adhesión. Levitt erra el tiro y prefiere girar, pero en círculos con un diámetro asfixiante, alrededor de dos o tres tics psicológicos. Don Jon acaba siendo un breve cúmulo de escenas redundantes —véase las confesiones en la Iglesia, donde el cura receta padres nuestros como si fueran aspirinas—, estereotipos femeninos —la rubia que se horroriza cuando descubre que su novio consume dosis copiosas de porno, pero que disfruta viendo comedias románticas de corte extra-almibarado— y atractivos personajes unidimensionales —la viuda depresiva que podría entender al joven promiscuo, interpretada por Julianne Moore— que culminan un filme de rápida absorción y difícil recuerdo. Como aquel lunes que no encontraste nada apetecible en la red. Como aquel día tedioso que terminaste con un vídeo anticlimático. Por el quítame esa cosa nauseabunda, que no es lo mío. Por quemar goma sin protección. Por inercia salvaje. Un culto a la no inventiva. ★★★★★
Juan José Ontiveros.
Redacción Madrid
Estados Unidos, 2013, Don Jon. Guión y dirección: Joseph Gordon-Levitt. Fotografía: Thomas Kloss. Música: Nathan Johnson. Productoras: Relativity Media / Voltage Pictures / Ram Bergman Productions. Reparto: Joseph Gordon-Levitt, Scarlett Johansson, Julianne Moore, Tony Danza, Glenne Headly, Rob Brown, Brie Larson, Jeremy Luke, Italia Ricci, Amanda Perez, Lindsey Broad, Sarah Dumont, Sloane Avery, Eva Mah, Loanne Bishop. Presentación oficial: Sundance 2013.