Memorias de la asfixia
crítica de Atmen (Breathing) | de Karl Markovics, 2011La duplicación de esencias que da orden a la vida de los mortales alcanza su máxima representación con el nacimiento y el deceso, pues ambas constituyen un ciclo vital y se basan en experiencias indescriptibles para la humanidad. Pero, claro está, puede manifestarse en las más pequeñas cosas del mundo, incluso de índole material. Karl Markovics presenta, en su ópera prima Atmen, una paradoja sobre la repetición de estas pequeñas esencias a la luz de la necesidad de cerrar un ciclo e iniciar uno diferente. La existencia es lo bastante complicada como para dejar abiertas esas heridas que azotan y debilitan irreversiblemente el alma. Entonces es necesario cerrarlas cuanto antes, y a Roman Kogler, el antihéroe de esta tragicomedia fúnebre, le ha llegado el momento de poner las cosas en orden. Con dieciocho años de edad, ha hecho de su existencia un viaje atroz, cuyas únicas estaciones han sido un orfanato, un centro de detención juvenil y una funeraria. El abandono y el crimen, el odio y la falta de información, son claves para el desarrollo del filme. En otras palabras, Atmen se erige sobre dos grandes enigmas. El primero, es el tema de la identidad. ¿De dónde proviene este Moisés marcado por las tragedias y adversidades? Y el segundo, aunque se trata de un enigma exclusivamente para el público (los personajes están al tanto de todo), es el tema del crimen. ¿Cuáles han sido los móviles que han conducido a Roman a matar a un joven de su edad?
Esta producción austriaca obedece a los principios del cine europeo independiente, aunque los estiliza. Markovics, incuestionablemente concesivo, flexibiliza todos los elementos del filme, los eleva a la ruta de la distribución internacional (o al menos, eso intenta). Cualquier otro director habría optado por hacer callar a sus personajes, y dejar que los cadáveres putrefactos y los fantasmagóricos seres humanos que los rodean se expresaran con un simple movimiento o una simple mirada. En Atmen, si bien lo sombrío y lo sereno se complementan en variados episodios, se presta un lugar muy importante al diálogo. Y además, Roman, aun siendo un solitario y problemático joven, es bastante expresivo. No cae en el lugar común de los grandes androides del cine europeo, y su conducta esquiva toda tendencia suicida. Es un sujeto angustiado y confundido, busca ante todo saber de dónde proviene, y si no se esfuerza por alcanzar la libertad condicional, es pura y exclusivamente porque prioriza sus orígenes. ¿Cómo avanzar hacia el futuro si el pasado aún lo asfixia? Siguiendo esa lógica, no puede afirmarse que Roman sea un personaje apático, y esto posibilita un vínculo muy especial entre él y el espectador. Si hubiese sido más turbio, la audiencia difícilmente lo habría aceptado. Tranquilamente puede hacerse un paralelismo con el protagonista de Michael, película austriaca del mismo año estrenada en el Festival de Cannes: ¿alguien siente piedad alguna por ese solitario pedófilo en cuyo sótano mantiene privado de su libertad a un joven?
Atmen expresa la duplicación esencial en numerosos momentos, pero principalmente en tres. Por un lado, su nuevo trabajo: la siderurgia no ha sido precisamente su fuerte, pero contra todo pronóstico, se ha familiarizado con su labor en una funeraria. Para explicar esto podrían desarrollarse numerosas hipótesis, y muchos coincidirían en este hecho: un hombre gris como Roman sólo podía acabar ahí. Pero es por demás curioso que, habiendo asesinado a un muchacho (con todos los traumas, los miedos y las sensaciones que pueden asaltar la conciencia de un asesino), haya llegado precisamente a ese lugar. Y eso sólo puede explicarse mediante la necesidad de cerrar todo asunto pendiente con la muerte. Cuatro años atrás ha golpeado salvajemente a un joven, y ahora su trabajo consiste en cuidar cadáveres, limpiarlos, vestirlos y trasladarlos. En segundo lugar, esta el retorno al seno materno, un reencuentro con una frialdad equivalente a la del abandono, pero con las consecuencias lógicas que este puede generar (la posibilidad de comprender quién es en realidad). Y en tercer lugar, la asfixia, ligada estrechamente al título de la obra. En varios momentos, Roman rechaza toda presión sobre su rostro, con la máscara para soldar (en la escena inicial), con la camiseta que se le queda trabada alrededor del cuello, o en otros momentos más cruciales (como expresa la grabación, en video, del testimonio de Roman). Este recurso recuerda a una obra del cine argentino, "La historia oficial", con la niña que se aterroriza cuando un grupo de amigos de su edad irrumpe violentamente en su habitación (trayendo al presente un terrible acontecimiento de un pasado que su conciencia jamás habría podido percibir). Aquí, cada momento de asfixia lo remonta a la almohada. Y la duplicación se da cuando este, en un acto que otros juzgarán innecesario, se zambulle al fondo de la pileta de natación. ¿Por qué? Simplemente por la necesidad de cerrar un ciclo.
Markovics entrega una obra prolija, entretenida y accesible. Por momentos, amortigua el angustioso drama con chistes (mayormente relacionados a los cuerpos), pues reconoce que la dureza de su temática puede alejar al público en general. Afortunadamente, maneja bien las atmósferas, el ritmo, y su dirección de actores es notable. Por otra parte, decir que la elección de Thomas Schubert para el rol principal es acertada, es decir muy poco. Schubert es el alma del filme, se entrega totalmente al personaje de Roman Kogler, uno de los más fascinantes de los últimos tiempos. Pocos jóvenes logran un registro tan humano y tan veraz. El joven es una promesa para tener en cuenta, que ha sido reconocido y premiado por su interpretación. Atmen, sin ser perfecta, y pudiéndosele cuestionar el carácter explícito con el que se resuelven los dos enigmas (de manera excesivamente clara sobre los minutos finales), o lo aislado que queda el episodio del tren y las cervezas (uno de los más deliciosos de la película, no cabe duda), se trata de una gran película. El mensaje es optimista y esperanzador, y la experiencia cinematográfica totalmente positiva. ★★★★★
Rodrigo Moral
redacción Argentina.
Austria, 2011, Atmen. Dirección y guion: Karl Markovics. Productora: Epo-Film Produktionsgesellschaft. Presentación Oficial: Sarajevo 2011 (mejor película). Fotografía: Martin Gschlacht. Música: Herbert Tucmandl. Intérpretes: Thomas Schubert, Karin Lischka, Gerhard Liebmann, Georg Friedrich, Stefan Matousch, Luna Mijovic, Georg Veitl, Klaus Rott.