INTENCIONES A MEDIO CAMINO
crítica de The Good Doctor | Lance Daly, 2011Cuando Annie Wilkes le rompía la pierna a su escritor favorito atado a la cama, su motivación no era una únicamente psicopática. Detrás de ese afán irrefrenable por mantener incapacitado al pobre James Woods radicaba también uno de los trastornos que más carne ha dado a los telefilmes de un domingo por la tarde. Hablamos del Síndrome de Munchaüsen, un trastorno mental consistente en mantener enferma a otra persona contra su voluntad o bien que ésta sea ajena a la situación real. Misery trató el tema desde un punto de vista más cercano al suspense. The Good Doctor, la segunda película de Lance Daly, comienza abordándolo desde el drama de corte intimista. Martin Blake es un joven soltero con una carrera prometedora en la medicina. Con una autoestima bastante delicada para lo que exige su trabajo, Blake busca de continuo la aprobación y el apoyo de los que le rodean. Es candidato a una beca que se traduciría en un ascenso importante, pero claro, los errores en el expediente no perdonan, y su primera negligencia se salda con una mancha en su currículum y su orgullo mermado. La solución aparecerá con la entrada en escena de Diane Nixon. Una joven con una grave infección en el hígado que no tarda en saldarse con éxito, despertando en Martin unas emociones hasta entonces desconocidas. Seguridad y fe en si mismo. Una (aparente) conexión instantánea que provocará en el doctor la necesidad de mantener a Diane ingresada, aunque sea a costa de su propia salud.
John Enbom (guionista) comienza centrando su atención en Blake, su ambiente de trabajo, y su carácter inestable. Los primeros pasos sugieren una idea valiente: ahondar en las motivaciones y la mente de una persona que es víctima potencial de la enfermedad anteriormente citada. Averiguar que la lleva a actuar así. En 15 minutos el terreno está preparado. Los elementos ya han quedado dispuestos en escena y el doctor se ha encontrado con su paciente. La cena que tiene lugar en casa de los Nixon, cuando la familia decide invitar a Martin como agradecimiento, constituye el primer punto de inflexión del desarrollo. Una escena que rompe el tono notablemente provocando una ligera inestabilidad en el conjunto. La primera hora de metraje bucea con cierta soltura mostrando las motivaciones del personaje central para actuar cómo lo hace. Navega con seguridad manteniendo el ritmo, sin prisa pero sin pausa, moviéndose entre el esterilizado apartamento de Blake y los familiares pasillos de un hospital urbano. Casi siempre en interiores, los espacios se revierten de un estilo aséptico que condiciona desde el primer momento el carácter minimalista del relato y las interrelaciones que se establecen. Una pulcritud formal que afecta a las interpretaciones, contenidas incluso en las cimas más dramáticas. Las conversaciones íntimas entre médico y paciente marcan la pauta del trayecto, ahondando poco a poco en el nucleo discursivo de la obra: la cobardía de una persona incapaz de enfrentarse a sus propias debilidades y lo que está dispuesta a hacer sólo para encontrar consuelo. En el tratamiento de un punto de partida tan prometedor, The Good Doctor parece que opta por una vía diferente, pero comete un error gravísimo: se acobarda en mitad de la carrera.
Cuando aún quedan treinta minutos, el climax de la relación médico/paciente llega de forma inesperada. De repente todo lo que se ha construido hasta ese momento se derrumba. El guión da un giro de 180 grados a través de una trama de chantajes muy poco convincente que incluye al típico soporte cómico reciclado en elemento de amenaza para el protagonista. Lo que parecía un personaje con ciertas aristas y capas acaba por convertirse en otro psicokiller barato. Martin por fin ha conseguido superar cualquier ética y moralidad posible para actuar sólo en beneficio propio, dejándose llevar por la obsesión compulsiva de un sociópata como el que William Wyler retratara en El coleccionista. Ni el loable empeño de Orlando Bloom consigue solucionarlo. Los efectismos dramáticos no funcionan, y el intento de suspense naufraga con estrépito. A Daly se le va todo de las manos. Y poco puede hacer para solucionarlo. Ello explica la precipitación del cierre. Brusco es decir poco. El director pierde el foco y la película no tarda en diluirse, presa de muerte de su propia cobardía. Dubitativa y achantada, convierte los esbozos de algo interesante en una plantilla prediseñada en la que tiene cabida tanto una investigación policial descafeinada como el desaprovechadísimo fichaje de un J. K. Simmons que, sin duda, merecía algo mejor que esto.
En vistas de la incapacidad de cineasta y guionista para centrarse en algo, uno sólo puede intentar salvar los restos. Pero hasta eso es difícil. Diane es un personaje débil, en el que se profundiza poco. Dibujado mediante fórmula. La típica joven de instituto con una sensibilidad elevada a la del resto de la gente, capaz de fijarse en la estrellas y escribir un diario con las tapas rojas, mientras se pregunta por la muerte e incluso es utilizada con poca sutilidad por Enbom para “justificar” en cierta medida las acciones del médico, buscando una humanización que no termina de materializarse. A pesar de todo, es ella la que verbaliza el leitmotiv del relato: “A veces uno hace cosas que no debería, pero simplemente no las puedes evitar”. En esa frase The Good Doctor encuentra su verdad, pero también su fracaso. El concepto no ha conseguido transmitirse. Todo esta tratado con mucha parcialidad y la estructura del guión no ayuda a ofrecer algo fresco, optando por la convencionalidad de un thriller mal llevado. Es una pena porque la idea que contenía era poderosa. Una con la que es fácil identificarse. En ese dilema tan humano la obra de Daly podría haber ofrecido algo incluso conmovedor. Más cercano a la verdad. Más complejo. Frustración es lo único que queda en el fundido a negro. ★★★★★
Gonzalo Hernández.
Redacción Madrid.
Estados Unidos, 2011. Título original: The Good Doctor. Director: Lance Daly. Guion: John Enbom. Intérpretes: Orlando Bloom, Riley Keough, Taraji P. Henson, Rob Morrow, Troy Garity, Molly Price, Wade Williams, Sorel Carradine. Música: Brian Byrne. Fotografía: Yaron Orbach. Productoras: Fastnet Films, Viddywell Productions. Presentación oficial: Festival de Cine de Tríbeca (23 de Abril de 2011).