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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Kon-Tiki

    Kon-Tiki

    HAZAÑAS DE OTRO TIEMPO

    crítica de Kon-Tiki | Joachim Rønning, Espen Sandberg, 2012

    Hubo un tiempo en el que los locos se jugaban la vida, no por un subidón de adrenalina, sino por algo tan erudito como probar o refutar una tesis, ver lo que nadie había visto, llegar a donde nadie había llegado, comunicarse con quien nadie se había comunicado. La curiosidad, ambición y ganas de aprender del ser humano no tienen límite. Ese era la fuerza. La reformulación del concepto de frontera, el cambio de mentalidad de los hombres en los siglos XV y XVI, así como las características del mercantilismo influyeron de manera determinante en las expediciones ultramarinas y en los descubrimientos que se hicieron durante aquellas centurias. Éstos fueron el germen de los que vendría después, con voluntad más acreditada. La figura del explorador a la antigua usanza, cargado de un aura romántica, ese estereotipo que ha desaparecido. Todavía quedan zoólogos, antropólogos, arqueólogos, fotógrafos y una retahíla de profesiones singulares que aún tienen, en esencia, motivaciones y metas similares. Pero no tienen la magia que otorga la inocencia. En la actualidad la gente está de vuelta y media de todo, es difícil sorprender. Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los testimonios eran confundidos con fantasías. En esa época nacieron exploradores, que movidos por la sed de aventuras y el afán de gloria, se recorrieron lugares ignotos. Fueron héroes de su tiempo. Su legado, más allá del rigor científico, constituye materia prima para los contadores de historias. De hecho, los filmes de aventuras son un género con vida propia en el séptimo arte. Sus años de gloria se sitúan en el ecuador del siglo pasado, pero iconos como Indiana Jones pertenecen a décadas posteriores.

    Después de la II Guerra Mundial, allá por 1947, un noruego de alma aventurera, Thor Heyerdahl, quiso cruzar el Pacífico en una balsa –bautizada como Kon-Tiki–. Desde Perú hasta la Polinesia. Para ello construyó una embarcación con nueve troncos unidos entre sí por un cordaje de cáñamo. El objetivo de Thor era demostrar su tesis: que los primeros pobladores de la Polinesia llegaron por vía marítima, desde Sudamérica, en embarcaciones iguales a la utilizada durante la expedición y cuya fuerza motora eran las corrientes, las mareas y la fuerza del viento. Un suicidio, a ojos de la comunidad científica de aquel tiempo. Una locura de la que nació un documental ganador de un Oscar –Kon-Tiki (1950)– y un libro que vendió más de 40 millones de ejemplares y que fue traducido a más de 60 idiomas –Kon Tiki–. Ambos con la firma de Thor Heyerdahl. Una epopeya que Joachim Rønning y Espen Sandberg –amigos de la infancia y vecinos de la localidad natal del protagonista de la historia– decidieron llevar a la gran pantalla con el previsible título de Kon-Tiki (2012). Ambos tuvieron un debut poco halagüeño, Bandidas (2006). Rodaron en Hollywood y tras el despropósito decidieron volver a su tierra natal, con el rabo entre las piernas. A su vuelta filmaron Max Manus (2008), cuyo éxito les permitió embarcarse, nunca mejor dicho, en la película noruega más cara de la historia –alrededor de 16 millones de dólares–. No les fue mal. Tuvo muy buena acogida entre el público y fue nominada al Oscar como Mejor película de habla no inglesa. Un éxito incontestable.

    Kon-Tiki

    Compartió presencia, que no rivalidad, en la última edición de los Oscar con la pretenciosa, absurda y aburrida –aunque más potente visualmente– La vida de Pi (2012). Ambas van de balsas a la deriva por el océano. Pero la cinta noruega, un punto más evasiva, infinitamente más entretenida, recupera las mejores sensaciones del cine de aventuras y además evita la monotonía del mar con dinamismo, pequeñas dosis de acción y un toque de humor. Solucionando los momentos de incertidumbre con resultones golpes de efecto. Padece , eso sí, de los estigmas inherentes a esta clase de cine, con personajes poco trabajados, un punto estereotipados –Thor, por momentos parece un loco risueño, plagado de indolencia–. Pero hay un incuestionable toque europeo, sería exagerado decir autoral, pero sí con poso del viejo continente. El cine americano hubiese hecho del relato de esta hazaña un hito del manido slogan "persigue tus sueños". Sin embargo la pareja de directores habla de peajes emocionales, del precio a pagar por anteponer las ilusiones a los compromisos morales. La estructura argumental también es la propia de la reproducción de este tipo de proezas: el riesgo compartido, la empresa de resolución incierta y la consecución de un componente trascendental. Tiene todos los ingredientes, mezclados en su justa medida.

    Kon-Tiki

    Hay aspectos reprochables, al margen de las redundancias del género. La reconstrucción de época es poco creíble. Poco natural. Se percibe el carácter artificial, casi teatral de los decorados y del vestuario. Fruto también de una fotografía demasiado preciosista, con colores muy límpidos. Sin suciedad, sin filtros. Todo contribuye a que la puesta en escena vea resentida su verosimilitud contextual. No así la credibilidad de los hechos. La dupla realizadora pretende ajustarse, a lo largo de las dos horas de metraje y en la medida de lo posible, a lo ocurrido. Probablemente con una dramatización excesiva –que no intensidad dramática, de la que adolece–, propia de las películas de aventuras y del cine en general. En resumidas cuentas, una película para todos los públicos. Da a conocer héroes del pasado a los más jóvenes. Una historia basada en hechos reales y de cuyos protagonista se nos da cuenta al final para otorgarle rigor al asunto –sin fotos para emocionar al patio de butacas, agradecido por ello–. Resonancia potente del mejor cine de aventuras. Un eco de un mundo sugerente, consolidadamente cosmopolita. Un filme cuyo mayor acierto no es otro que limitar sus ambiciones significativas al mero entretenimiento. ★★★★★

    Andrés Tallón Castro.
    Redacción Madrid.

    Noruega, 2012, Kon-Tiki. Director: Joachim Rønning, Espen Sandberg. Guion: Petter Skavlan, Allan Scott. Productora: Coproducción Noruega-Reino Unido-Dinamarca; Recorded Picture Company (RPC) / Nordisk Film Production / DCM Productions. Fotografía: Geir Hartly Andreassen. Música: Johan Söderqvist. Reparto: Pål Sverre Valheim Hagen, Anders Baasmo Christiansen, Gustaf Skarsgård, Odd Magnus Williamson, Tobias Santelmann, Jakob Oftebro, Agnes Kittelsen, Eleanor Burke, Manuel Cauchi. 

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