FANGO CINEMATOGRÁFICO
crítica de Confession of a Child of the Century | Sylvie Verheyde, 2012Charlotte Gainsbourg, actriz mimada de Lars von Trier y, por lo visto, su musa inspiradora, es una de los protagonistas de Confession of a child of the century, producción europea dirigida por Sylvie Verheyde. La directora que fuera responsable de Stella (2008), una obra polémica y mediocre (que sorprendentemente recibió el apoyo de la prensa), se embarca en la adaptación de la novela de Alfred de Musset. Para ello, se entrega totalmente a la fidelidad de la reconstrucción histórica, osadía típica de los asiduos jugadores de ruleta que se inclinan a escoger entre rojo y negro. Con finalidades exclusivamente estéticas, al menos a juzgar por lo visto en pantalla, la obra describe la relación entre dos seres de características opuestas, que parecen complementarse desde la primera conversación: él es un sujeto que goza de los placeres y los excesos, que se ha dejado guiar por la “buena vida”, y que se ve marcado por la pérdida; ella, una viuda solitaria algunos años mayor que él, es todo lo contrario.
La obra es, como casi todo lo que ha sido producido en aquella época, un reflejo de las transformaciones sociales. La tradición literaria decimonónica europea, de alguna manera, pone el foco en estudiar los vínculos humanos que se generan entre individuos de diversas clases, de universos aislados y regidos por sus propias normas. Confession of a child of the century no es la excepción y, por supuesto, está acentuado al límite (a la manera que lo hacen las películas inseguras de sí mismas). Por ello, en secuencias altamente grotescas, como la inmersión del protagonista en una orgía que lo hace vomitar, puede advertirse el modo de vida que llevan estos hombres y mujeres, dentro de las murallas que mantienen oculta toda conducta reprochable. Ese es un momento clave para aproximarse a la esencia del vínculo entre Octave (el protagonista) y un estilo de vida al que se presta por despecho, habiendo sido víctima del engaño, una acción tanto o más repudiable que un crimen a sangre fría. Esa escena funciona, asimismo, como el núcleo de toda la película, pues su naturaleza concuerda con el resto: es un banquete visual tan suntuoso como desapasionado, y esa falta de pasión es un pecado que arrastra a la obra a un terreno fangoso del que no puede salir.
No hay nada que diga que esta novela sea especial. Después de todo, la historia no ofrece demasiado, ni se destaca por nada en particular: es sencilla y se maneja casi enteramente en los mismos términos, haciendo hincapié en la falta de ética y decoro. Por consiguiente, no puede esperarse que la adaptación, si pretende ser fiel ante cualquier otro rasgo de identidad propia (que la directora parece no permitirse bajo ninguna circunstancia), sea algo interesante. Y de hecho, no lo es. Puede sonar ofensivo remarcar que, lo único verdaderamente llamativo durante el primer tercio de película, es la música. Y yendo más lejos, es probable que sea ella la que impide que un espectador no se levante de su butaca y vaya a una plazoleta a tomar aire fresco (o vaya a cualquier otro lado que le resulte más agradable, el cual, por cierto, no será muy difícil de hallar). Es una introducción extensa y redundante, que define lo vulgar a partir de un lenguaje cinematográfico igual de mediocre. Durante este acercamiento a su personaje principal, un apático Pete Doherty, el espectador espera la aparición de esa gran actriz que es Charlotte Gainsbourg. Y cuando toma la palabra, en una escena increíblemente artificial que incluye nieve, cansancio, un trote a pesar del cansancio, y una injustificada reflexión sobre cómo el cansancio ha desaparecido, todo lo que uno puede esperar se reduce a dos posibilidades: la primera, es que la trama adquiera un giro sorpresivo (cosa que nunca sucede); y la segunda, es que acabe pronto.
Una elegante puesta en escena y una soberbia musicalización hacen que el formato cinematográfico no haya sido en vano. De otro modo, Verheyde habría conseguido una gran obra si hubiera optado por recrear esa historia en el campo de la fotografía, ya que reflejaría lo estático de su engendro (y ni siquiera la fotografía, pese a su falta de movimiento, es tan estática como esta película). Se trata de una producción sumamente desagradable, un total desperdicio de tiempo, dinero y energías, un remedio bastante efectivo para aquellas personas que sufren algún problema de insomnio y, sobre todo, una caída muy fuerte dentro de la impecable filmografía de Charlotte Gainsbourg, el único lazo que puede crear la ilusión al espectador de que Confessions of a child of the century es un largometraje sugerente, cuando dista abismalmente de serlo. ★★★★★
Rodrigo Moral.
crítico de cine.
Francia, 2012, Confession of a Child of the Century. Directora: Sylvie Verheyde. Guion: Sylvie Verheyde (Novela: Alfred de Musset). Productora: Les Films du Veyrier / Hérodiade / Integral Films. Presentación oficial: Una cierta mirada (Cannes 2012). Fotografía: Nicolas Gaurin. Intérpretes: Charlotte Gainsbourg, Pete Doherty, Lily Cole, August Diehl, Volker Bruch, Joséphine de La Baume, Karole Rocher, Guillaume Gallienne, Rebecca Jameson, Diana Stewart, Rhian Rees, Kathrin Anna Stahl.