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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | A Single Shot

    A Single Shot

    ¿EL TIRO DE GRACIA?

    crítica de A Single Shot | David M. Rosenthal, 2013

    Por A Single Shot (2013) peregrina lo peor de la sociedad rural estadounidense: asesinos, adictos a las drogas, traficantes, psicópatas, alcohólicos. El director David M. Rosenthal ofrece una fotografía descarnada, cruda, sin moralina y pretendidamente explícita de los despojos de un agujero sin futuro. Uno de esos sitios en los que la indudable influencia del ambiente establece la condición moral de sus habitantes. Puro determinismo geográfico y moral. Un sitio sin nombre, pero de esos que el imaginario colectivo es capaz de situar en el mapa. Uno de esos lugares de los que no se puede escapar. Allá donde habita la white trash de los montes. Esa América gris, de granjeros curtidos en el frío y el barro. De maleantes con camionetas sucias y destartaladas. De desalmados con gallinas y vacas. Esa América de la que habla Donald Ray Pollock en su libro de relatos Knockemstiff. La misma de Daniel Woodrell, autor de la novela en la que se basó la película homónima: Winter's Bone (2010). Cinta de la que bebe A Single Shot, y cuya alargada sombra pesa como una losa en cada escena. El lastre es evidente, cualquiera puede percibirlo. Las comparaciones son odiosas, pero inevitables. Y ahí sale perdiendo. La atmósfera es similar, el clima inhóspito, la estética gris, la desolación y la violencia como canalizadora de conflictos también lo son. Influencias y pretensiones a un lado, A single shot tiene su propio pulso. Presentada en el Festival de Berlín de este año, es una adaptación del libro del mismo nombre.

    A Single Shot

    En los primeros diez minutos de metraje David M. Rosenthal pone toda la carne –de ciervo en este caso– en el asador. Un hombre, John Moon, sale de caza –ilegal, los múltiples carteles nos advierten de ello– y mata accidentalmente a una chica. Entre sus pertenencias encuentra una suma de dinero considerable. Nervioso y visiblemente afectado, toma una decisión precipitada: esconde el cadáver en un contenedor industrial y se queda con la pasta. Ese montante de dólares pertenece a un delincuente local que tratará de recuperarlos. Aquí nace la pesadilla. Comenzará un acoso terrorífico, en el que estarán involucradas más personas de las que a priori cabía imaginar. Un ejercicio de suspense. Un juego de tensión cocido a fuego lento, a baja velocidad. In crescendo. El cazador furtivo, a cada minuto que pasa, más está contra las cuerdas. Absorbente y asfixiante a partes iguales. A ello contribuye la credibilidad de los escenarios, de tintes pos apocalípticos, dignos de The Road (2009). Granjas ruinosas, humedad y carreteras desatendidas. Un ambiente gris, creado por una fotografía loable –del catalán Eduard Grau–, capaz de trasmitir un clima –inquietante y depresivo–, y trasladar una idea a través del cromatismo y la luz. A todos estos alicientes se suma un reparto excepcional, brillando por encima del resto el actor protagonista –Sam Rockwell–, y el amigo alcohólico de éste –Jeffrey Wright–. Ambos rozan la proeza en sus respectivos papeles, le otorgan una carga emocional que maquilla alguna que otra insuficiencia del guion.

    A Single Shot

    Con todos estos aciertos la cinta cierra filas e intenta ocultar sus miserias. Empezando por un guion que solo funciona en su escalada de tensión y cuya vía sentimental – una infancia marcada por un embargo familiar y el intento por parte de Moon de recuperar a su mujer y su hijo– parece más un aderezo que un aliciente dramático. Aquí es donde pierde en su comparativa con la citada Winter's Bone. La película de Debra Granik se centraba, más que en el thriller como tal, en el dibujo costumbrista de un universo rural infectado hasta la decadencia. Aquí, ese cosmos, es mero decorado, una fotografía fija. No lo profundiza del todo. Lo muestra, pero no lo penetra. Tampoco se ahonda en las disyuntivas morales a las que tiene que enfrentarse John Moon. Las consecuencias de sus actos no parecen ser una carga aparente. No hay peso reflexivo en la toma de decisiones. Pasan como impulsos sin trascendencia visible en su interior. El protagonista no es que sea un tío duro al uso, sólo es un hombre solitario cuya única fisura en su coraza de acero parece ser la ausencia de su esposa, y en base a esto actúa. En el guion parece que nada tiene importancia excepto resolver de quién es el dinero. Diseñado para entretener, no para emocionar, malogrado en la riqueza de matices. Igualmente deslucida la banda sonora. Válida para según qué momentos, termina resultando estridente, por abuso. Se me antoja más propia de una cinta de terror chillona, que de un thriller. En definitiva. Una película de claroscuros. De luces y sombras. Entretenida hasta el desenlace. Fallida en la consecución de sus pretensiones. Menos de lo que podría ser. Bastante más que una simple producción de sobremesa. Un ejercicio de erudición formal en según qué aspectos. Evidencia de cómo un guion limita las intenciones latentes en un filme. Muy preocupada en mostrar su condición de indie, no es un defecto, es un apunte. Recomendable y disfrutable a partes iguales. Criticable, pero a sabiendas de que supera con dignidad ciertos parámetros de calidad. ★★★★

    Andrés Tallón Castro.
    crítico de cine.

    Canadá, 2013, A Single Shot. Director: David M. Rosenthal. Guion: Matthew F. Jones (Novela: Matthew F. Jones). Productora: Unified Pictures / Media House Capital / A Single Shot Productions. Fotografía: Eduard Grau. Música: Atli Örvarsson. Reparto: Sam Rockwell, Jeffrey Wright, Kelly Reilly, Jason Isaacs, William H. Macy, Melissa Leo, Joe Anderson, Ted Levine, Ophelia Lovibond, Amy Sloan. Presentación oficial: Festival de Berlín de 2013.

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