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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Upstream Color

    Upstream Color

    UN DESCONCIERTO NATURALISTA

    crítica de Upstream Color | Shane Carruth, 2013

    Shane Carruth volvió después de nueve años. Casi una década después de su ópera prima: Primer (2004), aquel encriptado y elíptico ejercicio de viajes temporales low cost que sorprendió a propios y extraños. Una exhibición de heterogeneidad laboral que cautivó en el Festival de Sundance, obteniendo el máximo galardón otorgado por el jurado. Decía, que volvió; y lo hizo con Upstream Color, una cinta que consolida los síntomas que ya manifestaba el cineasta americano. Hacía falta una ratificación que descartase la excepcionalidad de los mismos y que diese trazas de identidad a resoluciones enigmáticas. Con esta nueva entrega se confirma la personalidad cinematográfica de Carruth. Fiel a sí mismo, repite en su polifacética omnipresencia funcional, acometiendo las labores de dirección, guion, interpretación, música, fotografía, producción, distribución… llevadas a cabo unas, con más acierto que otras, pero con una valoración de conjunto bastante satisfactoria, mejorando en cada una de ellas respecto a su película anterior, salvo en la interpretativa -de donde no hay no se puede sacar-. Cine independiente y hecho, vocacionalmente, para pocos. Carruth descubrió la manera de autofinanciarse huyendo del mainstream y dando la espalda a cualquier atisbo de comercialidad u ortodoxia, y de ahí parece no querer moverse. Sacerdote del desconcierto. En esencia el mismo, pero se aprecian cambios: menos cuadriculado y más circular, igual de obtuso pero menos científico, más esotérico y naturalista, igual de disfuncional en su narrativa aunque un tanto más lírico y menos técnico. Igual de confuso, pero contando con imágenes lo que antes contaba con palabras con tufillo a patente industrial. Abandona la verborrea técnica, por la visual de tintes oníricos. Deja las encrucijadas morales por las relaciones de amor. Deja la filosofía científica por el naturalismo.

    Prescindiendo, otra vez, de las explicaciones. A través de diálogos ausentes de sincronía y de escenas inconexas se habla de una nueva forma de alienación mental. Una especie de larva, gusano, oruga que se encuentra en plantas de exotismo desconocido es capaz de introducirse en el cuerpo humano, habilitando así un control externo de su conducta. Kriss –una sobresaliente Amy Seimetz– sufrirá las consecuencias de este bichejo utilizado en beneficio propio por un estafador –que afianza la línea naturalista del filme, empecinado como está por Walden de Thoreau– que le arruinará la existencia, hasta el punto de hacerle perder su trabajo y sus posesiones más preciadas, al menos hasta que conoce a Jeff –también víctima larval–. Ambos han sido objeto de un sofisticado crimen perpetrado con la extraña e inexplicable colaboración de un “técnico de sonido rural”, que con destreza y meticulosidad se dedica a registrar en su grabadora el ruido ambiente con el que embelesa a insectos y víctimas. Las pistas resultantes serán introducidas en unos cerdos que quedarán conectados sintomáticamente con las víctimas. Como ven, un farragoso guirigay pseudocientífico, más cercano a la ecuación de los Reyes Magos que a los algoritmos de Primer. Omitiendo información. Poniendo con aparente desorden e improvisación –el director afirmó, en sus múltiples entrevistas, que casi la totalidad de la película aparecía planificada en el storyboard– las distintas piezas de un rompecabezas, se maduran ideas sobre nuevas formas de manipulación, dominio, extorsión y coacción. Se reflexiona sobre la importancia de la naturaleza en la condición humana, la necesidad de buscar formas alternativas a lo preestablecido –un guiño, quizá, a su propia trayectoria como realizador, abandonando su trabajo como ingeniero y matemático por el cine– y lo inexplicable y escasamente racional que puede ser el amor entre dos personas. Un manifiesto sobre la libertad de los hombres en su estado original, en comunión con el ecosistema, al margen del vasallaje que exige la vida en sociedad.

    Upstream Color

    Concisamente, cine sin convencionalismos, cercano a lo experimental. Más denso en su digestión que en su absorción. Una experiencia que especula con lo sensorial, un concierto visual. Sustentado en el montaje, su gran baza. Muy expresivo y cálido, plagado de planos detalle y primeros planos. Muy influenciado por el cine de no ficción, con sonido asincrónico, y siguiendo ideas en el ajuste de secuencias más propias del padre del documental, Robert Flaherty: no todas los planos y escenas tienen un valor informativo concreto, el significado viene dado por la suma de todas las escenas. Formalmente se aprecia menos sucia y más preciosista que Primer. Así mismo la banda sonora mantiene estridencias que parecen marca de la casa; aunque la mejora es significativa existe una devoción bastante barroca por el ruido. Sus insuficiencias para contar historias con luminiscencia, más que premeditadas, se me antojan una incapacidad disfrazada con pretensiones de grandiosidad. Es una cinta que necesita más de un visionado –para quien lo soporte– y el paso del tiempo para que la ponga en su sitio. Afín a su ópera prima, evolucionando en todo, pero con problemas en su fluidez narrativa. Si bien el calificativo de interesante no desluce, el de confusa le va como anillo al dedo, pero esta vez ha perdido la capacidad de sorpresa. Difícilmente valorable. No queda claro si va camino de ser un genio o un Terrence Malick o un David Lynch de saldo. Tiene el beneficio de la duda, pero a expensas de su próxima película. Eso sí, hay que reconocerle una habilidad característica para fijar la atención del espectador a la espera de que todo cobre sentido, dado el disparate. Hipnótica hasta la hora de metraje, ahí uno despierta para tratar de no dormirse en medio del cargante desenlace. Recomendable habida cuenta de su excepcionalidad –por extraña–. ★★★★★

    Andrés Tallón Castro.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013, Upstream Color. Director: Shane Carruth. Guion: Shane Carruth. Productora: ERBP. Fotografía: Shane Carruth. Música: Shane Carruth. Reparto: Amy Seimetz, Shane Carruth, Andrew Sensenig, Thiago Martins, Juli Erickson, Ted Ferguson. Presentación: U.S. Premiere Sundance 2013.

    Upstream Color poster

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