MELANCOLÍA EN EL CHIADO
crítica de Tren de noche a Lisboa | Night Train to Lisbon, Bille August, 2013
Un veterano profesor, cuya vida aún no tiene definida, se sube en la estación del olvido a un tren con destino a la memoria del pasado. Esta puede resultar una buena síntesis de la nueva obra de Bille August, aclamado director de cine que vuelve a introducir sus dedos en las heridas de las naciones sufrientes. Alguno recordará Goodbye Bafana, sobre la situación política en Sudáfrica, que gira en torno al emblemático personaje de Nelson Mandela. Pero eso no es nada comparado con su último trabajo, Tren de noche a Lisboa, presentada en la última edición del Festival de Berlín: el relato de un profesor suizo que, tras salvar a una mujer del suicidio y encontrar en su abrigo un libro, decide investigar sobre su origen. La obra, escrita por un médico portugués unido a la Resistencia durante el gobierno de Antonio de Oliveira Salazar, no cuenta con muchas copias distribuidas. De algún modo, ha sido enterrada por el paso del tiempo, por el olvido de una sociedad progresista que rechaza girar la cabeza. Sin embargo, en sus páginas plagadas de hermosas reflexiones sobre la libertad, encuentra este profesor una esperanza de vida mejor, un significado que complemente su insignificancia. Así, emprende un viaje para reconstruir el puzzle, es decir, la historia del escritor. Para ello, necesitará recurrir al testimonio de hombres y mujeres que constituyeron el círculo íntimo de este personaje, al que da vida una galería de los actores europeos más populares en el resto del mundo: Bruno Ganz, Charlotte Rampling, Martina Gedeck, Mélanie Laurent y August Diehl, entre otros.
Con un formato de docuficción, Tren nocturno a Lisboa es un compendio de los géneros más apasionantes de la cinematografía. Reducir sus alcances a los de un simple thriller de suspenso es un recorte imperdonable y, desde el punto de vista de la crítica, bastante mediocre. También añade romance, misterio, cine político, buenos toques de humor, cine testimonial. El espectador puede percibir el intento de articular los diferentes géneros en una narración que luche por conquistar su atención. Aunque en última instancia, en aquellos momentos en que lo consigue, debe su éxito a la preeminencia notable de uno sobre los otros, principalmente del cine político. El resto se ve altamente perjudicado: los momentos en que el humor guía la acción son un tanto mediocres; las reflexiones romántico-filosóficas son un mero artificio, un instrumento con fines específicos que las rigen; el suspenso es un rótulo que describe con enorme generosidad el pobre manejo de la intriga; finalmente, el cine testimonial es forzado por los intereses inherentes a la narración. Los discursos son convenientes, demasiado oportunos, y ocasionalmente poco veraces, enunciados por intérpretes con gravísimas dificultades para encarar sus roles, lo que claramente encuentra su motivo en la cuestión de la lengua, ya que en la mayoría de los casos, el inglés no es la lengua natal de los actores.
Sin lugar a dudas se trata de una obra menor de August, un cine que por momentos se deja llevar por las estelas del olvidable telefilme, aunque sabe tomar fuerzas cuando le conviene y lanzarse contra el espectador queriendo causar algo, aunque no llegue a ser ese impacto que cualquiera busca cuando abona el precio de una entrada. No es, y tampoco cabe duda, la obra definitiva sobre la memoria colectiva, esa que tantos intelectuales buscan consagrar como paradigmática y revolucionaria. Se limita a ser entretenida, mientras sigue al pie de la letra los principios del cine hollywoodiense de intrigas y misterios. Tal vez su rigurosidad le juegue en contra, así como su exceso de afecto hacia la eternamente controversial figura del héroe: en este caso, Amadeu reúne todas las cualidades por las que los cazadores de mitos y leyendas de la política silenciada y subversiva se han baboseado durante años: principalmente la de ser capaz de dejar un lema, un escudo, un símbolo de lado, y obedecer pura y exclusivamente a la moral (como la escena en que, como médico, salva la vida de un miembro fundamental de la policía secreta). Pero estas obras necesitan de un héroe. El mundo necesita de ellos para salir adelante, y este profesor (uno de esos cazadores de mitos y leyendas, digamos) no es la excepción: necesita de un pasado que lo inspire a hacer del futuro algo mejor. No importa si en un país o en otro, pues todos comparten las mismas leyes humanas. A fin de cuentas, el (deliberado) buen sabor que deja su final abierto, puede ser producto de la fascinación por la naturaleza de su personaje, o producto de la conveniencia. ★★★★★
Rodrigo Moral.
crítico de cine.
Alemania, Suiza, Portugal, 2013, Night Train to Lisbon. Director: Bille August. Guión: Ulrich Herrmann, Greg Latter (Novela: Pascal Mercier). Productora: Studio Hamburg Filmproduktion. Presentación oficial: Berlinale 2013. Música: Annette Focks. Fotografía: Filip Zumbrunn. Intérpretes: Jeremy Irons, Jack Huston, Christopher Lee, Mélanie Laurent, Charlotte Rampling, Lena Olin, Tom Courtenay, Bruno Ganz, August Diehl, Martina Gedeck, Beatriz Batarda, Burghart Klaußner, Nicolau Breyner, Filipe Vargas, Adriano Luz.