EL INFIERNO, TAN DEVASTADOR COMO DESCONOCIDO
crítica de The Act of Killing | Joshua Oppenheimer, 2012Bien es cierto que la historia se escribe a gusto de los vencedores, siendo la Historia un gran libro en blanco a examinar con lupa. Algunos pasajes, también es verdad, son especialmente proclives a la fabulación: el victorioso puede corregir, reescribir y borrar sin esfuerzo las líneas más comprometedoras, para invertir —valga ese bucle interminable— su propio discurso anterior. Todo ello sin dejar huella. O sí, aunque da igual. Están en una posición ventajosa porque la narración es suya, les pertenece no solo por haber derramado ríos enteros de sangre sino por estar ahí, por valentía y por honor y por resistencia (esas estupideces que señalas cuando no te queda ni dignidad, ni humanidad), para dejar constancia del enorgullecedor hito. Una costura irreversible en el alma de millones de víctimas, tanto mortales como generacionales; familias enteras arrojadas por la borda en nombre del volátil bien común, reducido siempre a los intereses de un grupo que dice algo sobre el pueblo y la nación, habitualmente amenazada por otro núcleo que también le ha contado a su parroquia los peligros secesionistas a que se enfrentan. Todos son buenos mientras dura la mentira. Nadie miente, y nadie dice la verdad. Las ratas abandonaron el barco mucho antes del primer fuego, y el enemigo se multiplica. Y entonces sólo quedas tú, campesino o simple espectador entre dos tierras carbonizadas, sin respuesta ni asidero. Con principios que fugan hacia aquella época de bonanza inalcanzable, con la única certeza del segundo por respirar y la sinrazón asfixiando lentamente. A veces, eso sí, sobreviene como un tsunami. Es el golpe más aterrador, rápido y eficaz. La locura en estado puro. Un imperativo segregacionista que, ya en 1957, se antojaba devastador en cierta latitud asiática. Por entonces el PKI (Partido Comunista de Indonesia) vivía su mejor momento, con el colchón electoral que le otorgaban sus 3,5 millones de afiliados y sus más de 10 millones de simpatizantes: la primera fuerza política del país, supeditada a la férrea dictadura que había impuesto allá por 1945, un 17 de agosto, el líder nacionalista Sukarno.
Proscrito y expatriado a Sumatra durante la Segunda Guerra Mundial, Sukarno regresaría en los estertores del conlicto para declarar, ya sí, la independencia definitiva de aquel archipiélago desolador. Es decir, Indonesia. Y lo hizo, además, como precursor de la nada sutil "democracia dirigida", cuya traducción más o menos literal es "hago lo que quiero, cuando quiero, donde quiero y como quiero". Mi sumiso, el populacho. Mis machacas, los paramilitares. Mis sicarios, eso mismo. Gánsteres sedientos de violencia, torturadores que imitaban a estrellas hollywoodienses proyectadas en una realidad oscura, bochornosa, cruel. Y, sin embargo, consentida incluso durante el horror que se llevó por delante, según cifras aproximadas, a más de 700.000 indonesios (intuyo que cayeron muchos más). Fue entre los años 1965 y 1966, momento en que Sukarno —a instancias de los Estados Unidos, que le proveyó de armas en su lucha contra los rojos— emprendió una persecución sistemática para erradicar cualquier rastro, por pequeño que fuera, del PKI. No hubo investigaciones, ni juicios, ni margen a eso que llaman ahora "presunción de inocencia". Bailó el machete, rodaron las cabezas. Mujeres y niñas fueron violadas sin freno hasta morir. Se quemaron casas, torturaron a campesinos, a comerciantes, a políticos, a activistas cuyo mayor crimen fue luchar por unos valores y unas ideas, equivocados o no, que jamás hubieran merecido tal represalia. Cuesta pensar que semejante barbarie no haya sido reconocida siquiera, y que sus ejecutores —grandes o medianos, en primera o segunda línea— pueblen aún las mismas calles que destruyeron año tras año, desde los cimientos.
Todo este horror se palpa angustiosamente en The Act of Killing, película documental que presenta a varios de esos carniceros que sonríen, cantan y cuentan anécdotas sobre decapitaciones y niños huérfanos sin futuro. La protagoniza un gánster dispuesto a rodar una película que radiofríe aquel episodio, con factura de serie Z o telefilme de muy bajo presupuesto, en la que será protagonista indiscutible y podrá (he aquí el gran detalle) expiar falsa e inconscientemente sus pecados. De tal forma que, al principo se muestra burlón, excéntrico y salvaje, y al final casi se derrumba ante las simples apreciaciones del entrevistador (y director), Joshua Oppenheimer. "Vamos a demostrar que los comunistas no eran crueles. Todo el mundo cree que lo eran, pero los únicos y verdaderos crueles fuimos nosotros". Escuchas esta afirmación entre incrédulo y asqueado, mientras los colegas del tal Haji Anif, unos fantoches tan impredecibles como ridículos en su forma de actuar, instan a unos humildes lugareños para que se unan —como si tuvieran elección— al rodaje. El propio Anif se declara incondicional de cierto estereotipo asociado a leyendas como Marlon Brando y Elvis Presley. Hombres que, mejor o peor, han trascendido su tarea para engrosar la lista de ídolos inmortales. Rebosaban testosterona, eran talentosos y envidiados. Supongo que su filosofía era hasta cierto punto contraria al gánster que solía verse en las películas de Hollywood tiempo atrás, aunque Anif confiesa orgulloso haber copiado un sinfín de gestos y escenas de tortura para aplicarlas en su trabajo habitual, esto es, matar a sangre fría a cambio de dinero. Como si para él no existiera ninguna línea que separe la realidad de la ficción. The Act of Killing logra extraer el terror incrustrado en la memoria, una memoria inexistente por culpa del silencio, que reclama ya su capítulo sin concesiones. Todo resulta insólito en una película que gravita con solidez alrededor de tres modelos: el realismo recreado, la recreación de la realidad y la Realidad. En la secuencia más terrorífica y desestabilizadora, un sicario revela la psique del monstruo: "¿Yo soy un criminal? ¿Según quién? (...) ¿La Convención de Ginebra? (...) Ojalá me lleven a declarar al Tribunal de La Haya. ¡Me haré famoso!". ★★★★★
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
Dinamarca, 2012. Director: Joshua Oppenheimer. Guión: Joshua Oppenheimer, Christine Cynn. Productora: Final Cut for Real / Arts and Humanities Research Council (AHRC) / Danmarks Radio (DR). Fotografía: Carlos Arango De Montis, Lars Skree. Música: Karsten Fundal. Reparto: Documentary, Haji Anif, Syamsul Arifin, Sakhyan Asmara, Anwar Congo, Jusuf Kalla,Herman Koto, Haji Marzuki, Safit Pardede, Ibrahim Sinik, Soaduon Siregar, Yapto Soerjosoemarno, Adi Zulkadry. Presentación Oficial: Telluride 2012.