LA PIEL DEL COCODRILO
crítica de Mud | Jeff Nichols, 2012Él fue quien descubrió la mirada más perturbadora de los últimos tiempos. A un tipo que se comunica verbalmente sin apenas mover los labios, incapaz de desenredar ese nudo de sentimientos o saliva pastosa que se acumula en su garganta, con una frente de martillo y unos ojos de pez burlón. Electricidad pura en todas sus manifestaciones. Aún sin patentar, a la espera del escultor idóneo. 2007 disponía del mejor signo para el nacimiento de una colaboración brillante entre Michael Shannon y Jeff Nichols, actor y director respectivamente, dispuestos a dejar huella dentro del circuito norteamericano: Shotgun Stories mostró con solvencia no pocas de las condiciones de un narrador que retrata con madurez a la familia y su combustible, a hombres dolidos que sienten mucho pero callan más. Espectadores en primera línea de fuego con vocación de prófugos. Siempre alarmados, cubriendo su propia retaguardia física y psicológica. Todo ello resumido finalmente en un solo plano en el que un padre de familia contempla el cielo, desde donde una oscura nube promete devastar el mundo desde aquella insignificante porción de tierra, en Ohio. Más febril que real, la visión se convertiría poco a poco en una especie de estática dramática sin paliativos. El protagonista, obrero amenazado por la herencia de la enfermedad, se decide a construir un refugio anti-hecatombes o anti-tornados, el imprescindible búnker familiar, aunque ello se traduzca en la ruina económica y en la pérdida del seguro médico que cubre el tratamiento de su hija sorda y que asegura también la bella sonrisa y, por tanto, la felicidad de esa amable mujer costurera a la que da vida Jessica Chastain. El cielo trasunta catástrofe. Sólo queda refugiarse ante el Apocalipsis: nadie sobrevivirá; y sin embargo, el “loco” sí. O no. Todo es imprevisible, áspero, depresivo, subyugante, incierto, dudas y más dudas gravitando alrededor de un satélite distópico que lanza destellos de empatía. El presagio que genera angustia y no poco desasosiego, mientras Nichols sitúa la cámara en el lugar justo. Mientras, Take Shelter se corona como la mejor de ciencia-ficción y drama que ha dado el cine del actual siglo.
Toca asentir, y pasar página. Y revisionar de vez en cuando. Manda el presente en un negocio que no rinde pleitesía a esos creadores honestos, quienes a partir del clasicismo sustentan mundos propios pero reconocibles, como es el caso del director de Little Rock, cuyo modelo radica en los márgenes de una sociedad injustamente (mal)tratada, quizá demasiado estricta a la hora de aprehender su problemática interna, aunque fascinante a la hora de interacturar –con mayor o menor violencia— con su entorno, es decir, todos aquellas personalidades, ya sean bestias o almas transparentes, que se entrecruzan dentro de esa madeja que es el relato del outsider: románticos de mecha larga que se camuflan lejos de la carretera aun viviendo siempre pendientes del asfalto. Esta vez, la necesidad de huir cristaliza a modo de tragedia contrarreloj en aquella minúscula isla que jamás nos transmite la quietud del náufrago; ni tan siquiera el afán contemplativo que se le presupone a una especie de ánima que espera y espera eternamente. Tampoco la mentalidad kamikaze que presume su caracterización: incisivo superior roto, media melena grasienta, camisa blanca raída y vaqueros que sostienen —y esconden— una pistola. Mud no aparece cuando dos niños fondean con su barca en la orilla para adueñarse de otro navío con camarote que ha quedado encajado entre las fuertes ramas de un árbol tras el décimo quinto diluvio o crecida del Misisipi. Mud está intentando pescar cuando se conocen. Fuma y pesca y habla mientras fuma y sonríe tímidamente. Y se presenta a esos prodigiosos chavales, cuyas interpretaciones corresponden a Tye Sheridan y Jacob Lofland, aquí dos amigos —el protagonista, demasiado susceptible a las ideas románticas y a las primeras decepciones amorosas, apuntes que se agravan porque su madre ha pedido el divorcio y su estabilidad, ay, se tambalea; su escudero, en cambio, es un chaval huérfano o abandonado que vive con su tío (Michael Shannon) y aspira a tocar unas cuantas tetas y otros tantos culos de chicas descocadas— que se internan en la boca del lobo, a través de una historia de venganza, amor y crepúsculos con sicarios de por medio.
Jeff Nichols repite como autor máximo de una obra sin precedentes en las listas anuales. Esta vez, nos contagia la humedad del pantano que dice adiós a los pocos lugareños que todavía resisten allí, en las márgenes izquierda y derecha de un Misisipi cuya banda sonora rescata sonidos country, temblores que percuten incisivamente en el pecho de todos y cada uno de los personajes de Mud, dotada del máximo favor: la coherencia y la energía, la vitalidad y la acción, el nervio y el mordisco de la víbora, ese black snake moan personificado en una rubia de bote que torpedea la vida del intempestivo Mud. Es imposible apartar la mirada de un relato cuyo molde es tan clásico como agradable. La adolescencia huye de su ingenuidad y la escapada siempre fue eterna. Interrumpida o no, la paz se filtra en las apariciones de un exsoldado (impagable Sham Shepard, para variar) que habla consecuentemente de los sentimientos que definen la relación entre el prófugo y la problemática mujer a la que interpreta Reese Whitherspoon. Una china en el calzado de esta trama llena de matices, fina aunque pantanosa, que remueve vísceras sin reparar en la pose de ese cine —supuestamente— indie que gana muchos premios pero no hace industria.
Nichols es diferente, y en esa diferenciación se encuentra también la clave de su potencial expresivo. ¿Quién hubiera afirmado que con apenas tres producciones a sus espaldas sería una apuesta sobre seguro, sinónimo de fidelidad a un microcosmos que conoce y describe sin ápice de grandilocuencia ni tópicos manidos? Mud rebasa los parámetros de sus antecesoras, al tiempo que despierta a un sector de escépticos que aún no había procesado los códigos de Take Shelter. Su filmografía es un work in progress que dibuja a un cineasta superior. Y aunque hoy realice un claro guiño a la industria masiva (mal que les pese a los inventores del cine low cost y demás sistemas productivos, las ideas ambiciosas siempre necesitarán de mecenas dispuestos a invertir en fábula), es fácil reconocer al hombre detrás de la máquina. Un cerebro expeditivo que lo tiene todo para triunfar. Al menos creativamente. El resto, lo más básico —dinero, premios, portadas—, puede que sean minucias. Quedará el papel de Matthew McConaughey, la emotividad de dos muchachos entrañables, la voz nasal de Ray McKinnon. Los rifles rugiendo por encima de ese río con mandíbula. Coda: la mística del sur. ★★★★★
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
Estados Unidos, 2012, Mud. Guión y dirección: Jeff Nichols. Fotografía: Adam Stones. Música: David Wingo. Reparto: Matthew McConaughey, Tye Sheridan, Jacob Lofland, Reese Witherspoon, Sam Shepard, Ray McKinnon, Paul Sparks, Bonnie Sturdivant, Sarah Paulson, Michael Shannon, Joe Don Baker, Stuart Greer. Presentación: Sección Oficial Cannes 2013.