GAIA, LA TOP MODEL EVANESCENTE
crítica de Epic: El mundo secreto | Epic, Chris Wedge, 2013Si el cartel no miente, a continuación nos someterán —previo desembolso en taquilla, no se confíen— a las peripecias de unos diminutos muy coloridos que siempre dejan tras de sí la impronta de la fábula, del encanto, del riesgo, de la amabilidad, del eminente uso de la física ("vuela, vuela alto") en una metáfora que cuenta por quincuagésima vez aquello de la lucha entre el bien y el mal, o sea, entre la luz y la oscuridad más insondables: al bueno sólo le falta un cartel en el pecho con la palabra "Bondad" y al malo, otro con la palabra "Maligno". Y si hay que declarar una guerra, pues se declara. No me vengan con chiquitas. Todo sea por mantener el statu quo del bosque, una suerte de oasis para los cientos de seres fantásticos que pueblan cada rincón salpicado de árboles y plantas cuyo embaucador y resplandeciente tono acaba saturando incluso al más agradecido de los espectadores. Así, su público potencial —que no supera los 10 años— se verá inmerso en la batalla no ya definitiva, sino cíclica a causa del cambio de ciclo en el último escalafón que dirige la naturaleza, aquí una reina con la fisonomía de una Barbie elegante que hace feliz a su guardia pretoriana y a su capitán, quien bebe los vientos por ella —casi literalmente, pues estamos ante una historia que gira y se sustenta en torno al oxígeno, y sus personajes tan solo lo procuran, y procuran también que no se agote—. Y como bien señala el cartel (imaginen que se hubieran equivocado y en vez de su verdadero nombre comercial, no sé, cosa de un desliz humorístico, apareciera el de Pixar), Epic proviene de una productora, Blue Sky, que tras década y media facturando películas como la triunfal Ice Age y esa otra medianía titulada Robots, junto con algún cortometraje —el ganador del Oscar, Bunny— equívocamente anecdótico, aún no ha logrado desprenderse la etiqueta de supletoria, como si fuera el Salieri (Godard en su analogía cinematográfica) del cine de animación, persiguiendo una estela incalcanzable. Y, sin embargo, Blue Sky se resiste a las comparaciones porque ni quiere, ni puede enfrentarlas. Quizá quieran afianzarse como creadores de un cierto estándar basado en la eficacia más que en el relato dispuesto a perdurar.
Epic ahonda en los aciertos visuales de la primera Ice Age, que si bien no marcó un punto de inflexión con respecto a los valores técnicos ya mostrados en la gran pantalla, sí provocó un leve seísmo allá por 2002: funcionaba el reciclaje prehistórico de El libro de la selva, y ganaba admiradores sin fin la ardilla Scrat, elevada a categoría de icono pop. Al fin y al cabo, ese personaje conectaba instantáneamente con la odisea del cómico mudo, a través de la tenaz persecución de una resbaladiza bellota que se erige en su Correcaminos particular; sin patas ni micmic, aunque evitando en última instancia ser poseída por Scrat o por cualquier otro roedor, condenada a permanecer entre hielo y, más tarde, a nadar en aguas recién fundidas. Los directores Chris Wedge y Carlos Saldanha explotarían a petición del estudio ese filón taquillero. Y quien esto escribe ha perdido la cuenta desde entonces: suman episodios, pero restan inventiva. Algo extrapolable a otros filmes realizados por Chris Wedge, que repite tras la cámara —redundando en esquemas— con Epic, aventura de corte ecologista que abre frenéticamente y desemboca en un baño moralizador. La moraleja resumida a título personal en una especie de razonamiento insufrible con rima aberrante: "Recicla o muere, desgraciado. Recicla, y vive a perpetuidad en un lago lleno de nenúfares y hiedra y cisnes luminiscentes. Recicla por tu madre, por los hijos vagos y sin talento que nunca tendrás. Por tu padre psicológicamente oblicuo. No dañes, no quemes bosques, no fumes en el campo, no dispares al río ni arrojes litronas a los ciervos indefensos. ¡No hagas barbacoas en la sierra, por Dios! No dejes que el inútil de tu cuñado oposite a guardia forestal: sabes que es un pirómano, una infección con dientes quirópteros, un maltratador con gasolina y mechero. Recicla o muere, desgraciado. Sabes que el verde es un color ecologista aunque no necesariamente optimista. Observa el esplendor, ama el verde. La hierba, también. Todo natural. Todo orgánico, el sol una cara de bebé. Y verde, verde esperanza. Verde de envidia. Por lo que más quieras. ¡Recicla!". Y, contra pronóstico, lo disfruto por momentos. Durante los primeros compases observamos una escaramuza que enfrenta a dos enemigos atávicos: Hombres Hoja y Boggans. Buenos y no tan buenos, respectavimante. Y por orden de aparición. Los hombres hoja forman parte de la guardia real, visten armaduras y cascos verdes, son ágiles y rápidos. El doble que sus enemigos, apenas unos cuerpos insalubres que se abrigan con el pellejo de las ratas.
Ambos intercambian golpes en el aire, los guardianes del bosque desde sus bonitos colibríes y los demonios sobre sus tenebrosos cuervos. La luz se filtra por las goteras de los árboles, y descubre espídicamente al tercero en discordia, un patoso investigador obsesionado con capturar alguna imagen que revele por fin la existencia de esos huidizos seres mágicos; que corre en derredor, internándose casi siempre hasta lo más espeso pero en la dirección equivocada, con un casco de lupas y decodificadores —tanto visuales como auditivos— y cachivaches que obligan a pensar, efectivamente, en un nerd que lo ha perdido (casi) todo por culpa de esa increíble hipótesis. Y digo "casi" porque aún conserva a su hija, que se ha mudado forzosamente junto a él debido a la muerte de su madre, quien jamás dio crédito a las demenciales teorías de ese profesor, el tal Bomba. Rápidamente descubres que Epic no es tanto la típica historia maniquea, happy end incluido, como la constatación de ese cine estrictamente infantil cuyo mensaje se procesa (y se olvida) gracias a la profusión del envoltorio, cuidado al milímetro, y libre también de matices a disfrutar con los sucesivos visionados. Si hubiese menos color y mayor amplitud de miras en el trazo de arquetipos heroicos. Porque al final, todo queda en un simple "llegué, vi y vencí... Al sueño". Lo cual no es nada desdeñable. ★★★★★
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.