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    Crítica | Elysium

    Elysium

    UN CAMPOSANTO DE GOLF

    crítica de Elysium | Neill Blomkamp, 2013

    Sin techo ni pie, la nave quedó suspendida en las alturas de Johannesburgo, Sudáfrica. Aquel monstruo ucrónico señalaba explícitamente el miedo a la colonización en las tripas del nuevo siglo, por formas inteligentes opuestas a un cierto humanoide que ya nos habían mostrado con anterioridad. Y había en ese vehículo algo que se escapaba a nuestra comprensión: millones de crustáceos bípedos susceptibles a la conducta segregacionista del común mortal, que miraba al cielo como si esperase el Diluvio o una lluvia de sapos, encomendándose a los políticos porque ellos, y solo ellos, son los que manejan las leyes a su antojo. Ellos fueron acotando también el terreno de acción de los temidos alienígenas, quizá no tan letales, hasta condenarlos al hacinamiento en el llamado Distrito 9. El lugar idóneo para reunir el detritus social, las bandas de sanguinarios con bazucas, la prostitución entre especies y el comercio ilegal de latas de atún que más tarde serían ingeridas por esos langostinos impredecibles. Nada se escapa a vista en ese vertedero atestado de chabolas, donde parejas y amigos hablan una lengua muy lejana en curvatura. Veinte años después de su no aterrizaje, es hora de partir. Si los dejan, por supuesto. Si un patoso funcionario con bigote no chafa sus planes de huida. Si la estupidez no fuera una opción. Si la mala suerte no jugara en contra, y si la fortuna no hubiera de buscarse más allá del confort que ofrece el despacho. Si el joven Neill Blomkamp, apadrinado por el artífice de la trilogía de El señor de los anillos, decidiera golpear con esa notable alegoría del apartheid que conforma el primer acto de Distrito 9, cuya realidad de producto de ciencia-ficción contrasta gravemente con el nervio hiperrealista de una forma en constante movimiento. Mitad hombre, mitad bestia. Y entretanto, la gravedad filtrándose en un espectáculo más efectivo que revolucionario. El patrón del triunfo —siempre en términos globales— se resume en esta serie: padrino de alto copete (entiéndase el concepto, no la imagen), debut insólito en una época demasiado autocomplaciente para con el género sci-fi, y mayor número de nominadas al máximo galardón. Más o menos calculado, el éxito del filme llegó como un revulsivo inapelable, y situó a Blomkamp en la agenda de las majors.

    Elysium

    Así sobreviene Elysium, nueva nota discordante que no lo es, pues tan solo aspira (y yo lo celebro) a trazar un sobrio ejercicio de acción con sus contadas y falsarias gotas de anti-elitismo. Las jerarquías sociales son ya tema recurrente en cine y literatura; tampoco se presta el libreto —escrito a cuatro manos por el propio Neill Blomkamp y Terri Tatchell— a las discusiones que podrían suceder a una película cuyo protagonista nació, creció y vive ahora en uno de los más grandes vertederos del planeta, localizado en México, a miles de kilómetros de ese satélite con forma de bumerán que alberga exclusivamente a las familias más boyantes de la grisácea pero luminosa Tierra. Una tierra, claro, para el hombre sin beneficio alguno, vigilada por robots intransigentes que imparten su mantra; y su mantra es cicuta para los muertos. Es decir: hostias van, hostias vienen. Y no sonría, que lo (re)mato. Así y todo, el niño rubio que aparece durante breves instantes (y que reaparecerá en algún flashback) se hace mayor. Crece, se machaca, intuimos, en un gimnasio improvisado, en los alrededores de un campo de chabolas frecuentadas por pinches y viejos prematuros, hackers que intentan dinamitar el sistema informático de aquel Marina D’or en donde las vacaciones son a perpetuidad, y cuya impasible reina —mérito de esa actriz maravillosa que es Jodie Foster— juega al buscaminas desde su sillón, recurriendo periódicamente a un soldado que se adivina muy profesional y menos piadoso aún que el fuego de sus armas. El chico, decía, posee el cuerpo. Y el pelo. Aunque prefiere rapárselo. Ha crecido en una casa de acogida llena de monjas mexicanas, pero su español no es mejor que el de Aznar hablando inglés. Peor aún, solo puede componer frases de tres o cuatro palabras. Un aspecto éste, el del idioma, perdonable aunque no justificable. Matt Damon se deja el pellejo. Y se capta. ¿Quién se atreve a decir que no es uno de los mejores de su generación? Elysium reafirma por enésima vez su ADN de todoterrreno: bate los registros y, pese a quien le pese, su sonrisa —aquí cercenada— es una garantía de inteligencia y de elegancia. Una elegancia rocosa, no obstante.

    Elysium

    Le pesan las convenciones a esta película de malos malísimos y pobres indefensos. Es tan maniquea que el (a ratos) maniqueo aquí suscribiente casi aplaude esa carencia total de grises. Yo, al igual que Blomkamp, quiero justicia. Y ambos nos conformamos con la poética. Al menos por ahora. Y aun con todo, Elysium guarda varios hallazgos visuales: el ralentí que difumina las siluetas de los cuerpos durante un intercambio de balas rayan en la artificiosidad del videojuego en tercera y/o primera persona, siendo el orden de los factores la clave del producto. La pirámide decrece en su ascenso, sí, pero ya contemplamos otra figura vorazmente aberrante: la pirámide invertida. Desaparecidos los pobres, sólo quedará gente adinerada. Y los ricos dejarán de ser ricos por ausencia de pobres. Aunque estos primeros siempre tendrán la ficción como aliada. Porque mientras exista un resquicio de fábula, quizá el embrujo represor que obligue a soñar con la ausencia de estatus (utopía), solo habrá paz (glup) sobre ríos de cadáveres —pausa dramática—. Y quien dice ríos, dice charcos. En plan austero. Como la dulce, pero momentánea, victoria del perdedor. La que inyecta, no sin moralina, ese nuevo rico con rostro de adolescente travieso. ★★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013. Guión y dirección: Neill Blomkamp. Fotografía: Trent Opaloch. Música: Ryan Amon. Reparto: Matt Damon, Jodie Foster, William Fichtner, Alice Braga, Sharlto Copley, Diego Luna, Wagner Moura, Talisa Soto, Ona Grauer, Terry Chen, Adrian Holmes.

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