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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Cruce de caminos

    Cruce de caminos

    SÓFOCLES, EURÍPIDES Y SU SÍNTESIS

    crítica de Cruce de caminos | The Place Beyond the Pines, Derek Cianfrance, 2012

    Al hablar de cultura y de relaciones sociales, a menudo se afirma que los griegos ya lo inventaron todo. Cuando los americanos declararon su independencia a finales del siglo XVIII y decidieron construir las instituciones que dieran forma a un nuevo Estado, mandaron emisarios a tierras helenas para reproducir las ruinas de sus edificios más antiguos y simbólicos. En ellos la ciudadanía se congregaba para resolver los asuntos de la ciudad, aunque esa vida pública estaba también muy ligada al arte, por lo que al día siguiente podían perfectamente volver a reunirse y sentarse, ya no para dialogar sino para observar y escuchar, al menos durante el tiempo que durase el espectáculo que se representaba ante ellos. Ya no hablamos de política sino de las famosas tragedias griegas, de Antígona, Edipo rey o Las Troyanas, obras que según sus reglas más clásicas transcurrían de sol a sol y que luego Aristóteles estudiaría bajo sus tres unidades dramáticas. Vemos enseguida cómo lo anterior también ha pervivido hasta la actualidad, encontrando su plasmación quizás más reconocible en el cine: en su origen teatral, en su estructura en varios actos y en los personajes que nos da a conocer y cuya vulnerabilidad nos conmueve sin remedio. Y, nuevamente, es en el contexto estadounidense donde encontramos sus ejemplos más célebres: en el gran cine americano, desde Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) hasta la trilogía de El padrino (Francis Ford Coppola, 1972, 1974 & 1990), incluyendo obras maestras más recientes como Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007) o La red social (David Fincher, 2010). En ellas todos los elementos de la película se unen en asombrosa armonía, desde la fotografía hasta la música, pasando por el guión y la puesta en escena, para extraer toda la potencia y la energía que laten en las venas de unos personajes profunda y fatalmente humanos.

    En Cruce de caminos (The Place Beyond the Pines, Estados Unidos, 2012), con todo, la historia no tiene las connotaciones megalómanas de aquellas. La misma transcurre en Schenectady, una población aparentemente apacible sita en medio de la naturaleza frondosa del estado de Nueva York. Nos situamos además en la década de los ochenta, algo que nunca se expresa directamente pero que deducimos de la vestimenta, los vehículos y la música. Incluso de la fotografía. En cualquier caso, como hemos adelantado, estos elementos deben estar al servicio de los personajes que pueblan el relato. El que conocemos primero es Luke, un motorista rubio y rebelde, lleno de tatuajes y de melancolía, que encuentra en Ryan Gosling una encarnación tan idónea como reveladora. Pues, pese a sus parcas palabras y background casi inexistente, logra dotar a este personaje de un calado dramático tan sutil como poderoso. Enseguida se nos revela que tuvo un hijo con un ligue fugaz, Romina, interpretada con un cúmulo de emociones por Eva Mendes, que ahora se reencuentra con él y le impulsa a dejar su trabajo y cuidar del bebé, al que ha llamado Jason. Pero la decisión no proviene de Romina, que en principio ya no quiere saber nada de Luke y vive ahora con otro hombre. Es Luke el que opta por cambiar el rumbo de su vida, aunque para eso tenga que robar el dinero con el que pueda mantenerlos, una medida extrema justificada por una sola escena (Luke llorando en la iglesia mientras bautizan a Jason) y una sola frase (cuando dice que no quiere abandonarlo, pues él no estaba nunca con su padre y no quiere que Jason acabe igual.) Sin embargo, no todo será tan fácil, ya que en su camino se cruzará un policía aun joven e íntegro, Avery, al que Bradley Cooper dota de un poderío equiparable al de Gosling aunque con pensamientos y resultados antitéticos.

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    La trama gira pues en torno a las relaciones paterno-filiales y a enfrentamientos entre héroes y antihéroes, desarrollando temas de destino, pecado, venganzas y legados que nos remiten inevitablemente a los textos antiguos. Del género trágico, la película parece tomar desde el principio varios aspectos. Se inicia con el correspondiente prólogo, introduciendo sucesivamente a Luke, Romina y Jason, donde al poco rato deducimos las motivaciones de Luke, uniendo su presente y su pasado, y donde se nos hace partícipes de su sufrimiento. En la tragedia griega le seguiría la llamada párodos, caracterizada por la entrada de los cantos corales. En la película estos suenan como parte de la banda sonora, como leitmotiv de los momentos nostálgicos que comparten Luke, Romina y Jason, y que por tanto se retomarán más tarde, en actos posteriores, cuando se representen emociones semejantes. Entretanto se suceden los episodios, donde el dramatismo se palpa en la tensión de los atracos que comete Luke en las sucursales bancarias, para hacerse con el mencionado peculio. Y, por fin, llegará el éxodo, en que el héroe, Luke, tendrá que resolver sus conflictos y someterse a un castigo… Pero llegados a este punto solo han transcurrido cincuenta minutos de metraje. Hay un fundido en negro y el protagonismo se altera, recayendo ahora en Avery. Cuarenta minutos más tarde, otro fundido, marcando en este caso un salto temporal de quince años, hará recaer ese protagonismo en un Jason adolescente. Sin dar apenas más información acerca de esta segunda y tercera partes, un análisis de las mismas revela que prácticamente repiten los mismos esquemas de la primera. El que hemos llamado su prólogo, por ejemplo, empezando con Luke y Romina, se repite hacia el inicio de la tercera parte con una planificación muy parecida, ahora con Jason y el hijo también crecido de Avery. También se reiteran, por poner otro ejemplo, ciertos motivos visuales, como los planos de seguimiento de la espalda de los protagonistas cuando se encuentran en situaciones de análoga soledad. Son por tanto tres tragedias unidas por un único núcleo, que se retroalimentan y refuerzan entre sí, pues el director y coguionista Derek Cianfrance mueve siempre la historia hacia delante, abandonando los flashbacks que utilizó en Blue Valentine (2010), confiando en que lo que hemos presenciado en la primera parte quede grabado en nuestra mente mientras se desarrolle la tercera, pues una no funciona sin la otra... Y vaya si lo consigue.

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    Cianfrance parte entonces de los parámetros de la tragedia griega para ensancharlos, para superponerlos y a partir de ahí para intentar crear algo diferente. Recordemos por ejemplo las unidades de lugar y de tiempo diurno. Cianfrance también nos las recuerda con planos generales de la ciudad de Schenectady y con su puesta de sol, pero estos planos se suceden en varios momentos del metraje e ilustran con claridad manifiesta las elipsis espacio-temporales del mismo. La mayoría están marcadas con lentos encadenados, un recurso a menudo cuestionable pero que en este caso adquiere una extraña belleza, quizás porque su uso no es una excusa o un remedio sino una elección consciente con un propósito muy determinado, remarcando evoluciones irreversibles. En cualquier caso sorprende que, existiendo estas transiciones, algunos hayan lamentado la falta de economía narrativa de la película. Probablemente ello se deba en parte a su desdoblamiento tripartito, que ciertamente resulta novedoso, pero es difícil compartir esa lamentación cuando no sobra ningún minuto y cuando se está contando lo máximo con lo mínimo. Valga el ejemplo de la referida frase de Luke, u otra incluso más escueta donde dice que su moto es parte de la familia, con el significado que después veremos que tiene. Si la queja proviene concretamente del ritmo pausado de la película, parece más bien una reacción de injusto rechazo ante algo a lo que desafortunadamente cada vez estamos menos acostumbrados. Pues, efectivamente, cada vez son más frecuentes los montajes frenéticos y los planos que duran menos que el diálogo de cada personaje: aquí un personaje habla y el plano se queda con su rostro cuando pasa a escuchar al otro, por lo que por cada cuatro o seis diálogos puede haber simplemente un plano y un contraplano. Lo que se logra con ello es que la película respire y que la interacción entre dichos personajes sea mucho más sentida. A ello también contribuye una cámara que siempre está bien situada, incluso cuando se montan planos más elaborados. De hecho, la mezcla de contención y arrojo que muestran la técnica y la estética de Cruce de caminos refleja igualmente la naturaleza de sus personajes.

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    Pero, por añadir un tercer argumento, sorprende asimismo la mencionada acusación cuando con apenas un gesto y una mirada queda perfectamente definido uno de esos personajes. No hablamos siquiera de Luke, Avery o Romina, sino del secundario interpretado por ese actorazo llamado Ben Mendelsohn, que da vida a Robin, una especie de benefactor que acoge a Luke, le da un trabajo y luego le propone robar bancos. ¿Por qué le ayuda de esta forma, sin obtener nada a cambio? No es que sea un buen samaritano sin más. Al rato de conocer a Luke y enseñarle la caravana donde puede quedarse a dormir, se apoya en su pared, amagando rascarse la nuca con su brazo desnudo para enseguida arrepentirse y bajarlo, y a continuación mira a Luke de una manera que no puede sino confirmar su verdadera motivación: se siente atraído por él. Es homosexual, vive solo, aislado y marginado, y seguirá viviendo así quince años después, aunque ya no sean los años ochenta. Ello nunca se explicita, y es probable que el propio Luke ni siquiera lo sospeche, pero nosotros lo sabemos, y lo que sentimos por ese personaje es una mezcla de pena y empatía que le otorgan una dimensión trágica inigualable. Es un secundario, que no sale en pantalla ni veinte minutos. Imaginen por tanto la fuerza trágica que cobran los personajes principales y que recorre toda la película... Lo cierto es que no me gusta conceder precipitadamente el calificativo de obra maestra, aunque ya haya visto la que nos ocupa tres veces y la volvería a ver al acabar este texto. No queda por tanto más remedio que ceder ante una película que provoca esa sensación, que se crece con cada visionado y con cada minuto que transcurre después del mismo, y que demuestra dicha maestría desde su plano inicial, un apabullante plano secuencia pegado a Luke mientras van y vienen los créditos; hasta el de cierre, una panorámica tan opuesta en la forma como similar en el fondo, que transmite tanta esperanza como desolación. Es una obra maestra que logra lo que parecía casi imposible a estas alturas: ofrecernos una nueva perspectiva, tan única como identificable, de una tragedia que no podemos definir sino de generacional, y que se ha ido transmitiendo desde la antigüedad hasta nuestros días. ★★★★★

    Ignacio Navarro.
    crítico cinematográfico.

    Estados Unidos, 2012, The Place Beyond the Pines. Director: Derek Cianfrance. Guión: Derek Cianfrance, Ben Coccio & Darius Marder. Productora: Focus Features / Hunting Lane Films / Pines Productions / Sidney Kimmel Entertainment. Presupuesto: 15.000.000 dólares. Fotografía: Sean Bobbitt. Música: Mike Patton. Montaje: Jim Helton & Ron Patane. Intérpretes: Ryan Gosling, Bradley Cooper, Eva Mendes, Dane DeHaan, Ben Mendelsohn, Emory Cohen, Ray Liotta, Harris Yulin, Rose Byrne, Mahershala Ali. Presentación Oficial: Festival de Toronto 2012.

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