A TRAVÉS DEL ESPEJO… ALUCINÓGENO
crítica de El congreso | The Congress, Ari Folman, 2013
48º Festival de Karlovy Vary
Mezclar la imagen real y la animada tiene un problema de base, y es que la identificación que nos generan los actores de carne y hueso se pierde cuando dejan de serlo, lo cual por otro lado tampoco ocurre cuando la película es enteramente animada pues desde el principio entramos en sus parámetros y no nos salimos de ellos. Realizar tal combinación siempre es por tanto una decisión arriesgada: puede funcionar bien en el sentido en que superpone distintos niveles de realidad o imaginación y acentúa la dinámica visual de la película en concreto, pero a cambio puede trastocarnos un tanto y desviar indebidamente nuestra atención. Hay unos cuantos ejemplos al respecto en la historia del cine, a los que ahora hay que añadir la ambiciosa y personal adaptación que ha querido llevar a cabo el director israelí Ari Folman, conocido por la casi exclusivamente animada Vals con Bashir (2008), a partir de la novela de Stanislaw Lem. El caso es que todo el primer acto de The Congress, presentada con respuesta ambivalente en el pasado festival de Cannes, no encuentra reflejo en el libro, sino que éste se sitúa directamente en el psicodélico congreso futurológico con el que la película sin embargo solo inicia su segundo acto y su parte animada. Por tanto, la unión entre ambos campos visuales puede parecer incluso más forzada y equívoca que de costumbre, aunque veremos más detenidamente por qué tras resumir su trama.
El metraje arranca pues con un monólogo del agente de Robin Wright, a cargo de Harvey Keitel, mientras presenciamos las reacciones de aquella, que hasta cierto punto se interpreta a sí misma. Él la acusa a ella de no haber tomado decisiones acertadas en su carrera, optando por un camino que la ha conducido desde el estrellato hasta casi el anonimato. Seguidamente, el jefe de los estudios Miramount (Danny Huston) les lanza a ambos una última propuesta, una oferta económicamente envidiosa y la última que tendrá que aceptar la actriz como parte de su profesión ante las cámaras: consiste en escanear su imagen y utilizarla sin su posterior consentimiento en cualquier contenido audiovisual que la productora lance a partir de entonces. Esto les permitirá emplear a la Wright digital en los géneros que la Wright original nunca quiso protagonizar, así como rejuvenecer su imagen y explotarla sin límites… Aunque su respuesta es inicialmente reacia, al final logran convencerla de que lo mejor a su edad es que acceda a ello. Esto a grosso modo compone el mencionado primer acto de la cinta, incluida una trama paralela sobre la ceguera y sordera crecientes del hijo de Wright (Kodi Smit-McPhee), tratadas por su médico de confianza (Paul Giamatti). Y aquel se desarrolla sobre todo mediante conversaciones alargadas entre los personajes implicados, con diálogos trascendentales (sobre la biografía personal, la ética de dicha decisión o el futuro que se anticipa en el medio) captados con una planificación tan sucinta como inquietante, pero ello no chirría porque el contexto es altamente intrigante. El conflicto es fortísimo y estamos deseando saber en qué va a desembocar esa innovadora proposición: por eso aunque aquí se sobreactúe un poco (en particular Huston como el quemado mandamás) y haya quizás demasiada solemnidad, funciona porque la situación es casi de vida o muerte y las espadas están permanentemente alzadas.
A partir de ahí esperamos que la película nos siga impresionando con lo que pueda pasar después, una vez que se haya creado esa Wright alternativa y una vez que la Wright real haya abandonado su carrera en el cine. Y hasta cierto punto nuestros legítimos deseos se satisfacen, con un salto temporal de veinte años tras los cuales aparece una Robin Wright envejecida, al volante de un lujoso Porsche, convocada a un congreso futurista emplazado en una región animada, donde también se está promoviendo el último filme de la nueva Wright, un excesivo, oscuro y paródico entretenimiento de ciencia ficción. En él conviene destacar el siguiente detalle, y es que incluye una breve escena en la que la protagonista es expedida de un avión subida sobre una bomba atómica como un jinete, imagen que homenajea directamente ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1964). El momento tiene gracia pero anticipa algo totalmente inesperado visto lo visto hasta entonces: la creciente falta de ideas frescas que sufrirá el resto del metraje. En efecto, el mismo está repentinamente dominado por una animación infantil y alucinatoria, lejos del grave aspecto visual de la primera parte, y además, salvo el caso ya citado y alguna otra escena siguiente, se va olvidando por completo el argumento que debería sostener la película, cual es el contraste entre las dos Wright o las vidas que llevan a partir de entonces. En vez de ello, el contraste que tenemos es en realidad entre ambas partes del metraje, ya no solo gráficamente sino narrativamente, desembocando en un resultado demasiado irregular. Así, aunque la entrada de Wright en el hotel donde se celebra el multitudinario encuentro, contemplando criaturas a cada cual más singular al son del Piano Trio de Schubert, prolonga el asombro, poco a poco el interés decae.
Esto último en definitiva se debe a que ya no hay un objetivo claro en juego, que nos mantenga en vilo, sino una mera sucesión de secuencias estéticamente excitantes e imaginativas pero huecas. Además, en su último acto la cinta comete el imperdonable error de caer en elementos de lo más convencionales del género, como las píldoras que permiten volver al mundo real pero de las que solo se dispone de una, por lo que uno de dos amantes debe resignarse y dejar partir al otro. En otras palabras, estamos ante un caso claro de película que va de más a menos, de una trama brillante y prometedora a una que pierde casi toda originalidad, defecto mayor cuando constantemente se nos pretende mostrar algo nuevo, por mucho que el tratamiento visual siga siendo inventivo. Y la decepción es mayúscula teniendo en cuenta que su primera media hora aproximadamente, o más precisamente el tiempo que dura hasta el primer sueño que Robin Wright tiene en el hotel donde se celebra el congreso que da título al filme, es vibrante y apasionante. Hasta entonces nos mantenemos boquiabiertos ante la audacia y la fuerza de una película que finalmente está defectuosamente unida, que habría funcionado mejor dejando de lado la mayor parte de la obra de Lem y centrándose en la que debería ser su trama principal pero que acaba siendo meramente un instrumental punto de arranque. | ★★★★★ |
Ignacio Navarro
Enviado especial al Festival de Karlovy Vary 2013
Israel, Alemania, Polonia, Luxemburgo, Francia, Bélgica, 2013. Director: Ari Folman. Guion: Ari Folman. Productora: Bridgit Folman Film Gang / Pandora Film / Opus Film / ARP Selection / Entre Chien et Loup / Paul Thiltges Distribution. Presentación: Festival de Cannes 2013. Fotografía: Michael Englert. Música: Max Richter. Montaje: Nili Feller. Robin Wright, Harvey Keitel, John Hamm, Paul Giamatti, Kodi Smit-McPhee.