EL ASTRONAUTA ENAMORADO DE LA TIERRA
crítica de Oblivion | John Kosinski, 2013Guste más o menos, Tom Cruise se ha labrado durante los últimos 30 años una de las carreras artísticas más taquilleras de las que pueda presumir un actor. También puede alardear de no haber caído jamás en el error de protagonizar una película excesivamente mala, manteniendo un nivel de calidad más que aceptable en todos sus trabajos. Cuando se adquiere semejante posición de poder dentro de la industria de Hollywood, el nombre del actor se convierte prácticamente en una marca registrada. Dejan de existir los géneros cinematográficos y cada filme es esperado como “el nuevo de Tom Cruise”. Esto empezaría a suceder, aproximadamente, desde Jerry Maguire (1996), total vehículo de lucimiento para que la estrella ganara su primer Oscar –algo que no sucedió, pero a punto estuvo–. La saga de Misión imposible, Noche y día (2010) o Jack Reacher (2012) son algunos de los ejemplos más claros de artefactos diseñados a medida para el Cruise más comercial. En ocasiones, la personalidad de un gran director ha sabido llevarse al actor a su terreno, tal es el caso de sus dos colaboraciones con Spielberg dentro de la ciencia ficción, las magníficas Minority Report (2002) y La guerra de los mundos (2005). Tras los excelentes resultados críticos y comerciales de estos dos trabajos, Cruise se dispuso a probar suerte por tercera vez en el género, aunque esta vez bajo la dirección de un realizador bastante más influenciable, Joseph Kosinski, cuya experiencia anterior se reducía a TRON: Legacy (2010), la secuela de uno de los títulos malditos de Disney. El resultado fue Oblivion.
La idea de la película parte de un relato corto que el propio director escribió en 2005 y que se convertiría en una exitosa novela gráfica de la que Kosinski distribuyó 30.000 ejemplares en el Comic-Con International 2010, aprovechando la presentación de las primeras imágenes de TRON: Legacy. En el año 2070, la Tierra ha quedado destruida tras una cruenta guerra contra una especie alienígena que llegó para invadirnos. Los humanos ganamos la batalla pero pagamos un alto precio. El planeta quedó inhabitable por la radiación y las numerosas catástrofes naturales que se desencadenaron tras la destrucción de la Luna y los supervivientes tuvieron que ser evacuados a Titán, la luna de Saturno. Jack Harper, un antiguo marine, se dedica a reparar las máquinas que se dedican a extraer los últimos recursos naturales (agua), acompañado de su esposa Vika, con la que vive en una plataforma alejada del ataque de los scavengers, los letales alienígenas invasores. Pese a que sus memorias fueron borradas para la misión, a Harper le asaltan los sueños que tienen como protagonista a una bella mujer y un pasado anterior a la guerra –sí, lo mismito que le ocurría a Schwarzenegger en Desafío total (1990)–. Cuando una vieja nave humana se estrella en la Tierra, dejando como única superviviente a Julia, la mujer de las visiones de Harper, nuestro héroe comenzará a plantearse preguntas sobre la verdadera naturaleza de la guerra que les ha llevado a esa situación y sobre su propia existencia. El argumento de Oblivion es inicialmente, de lo más interesante, independientemente de las influencias que se puedan detectar de otros títulos, tanto en la historia como en los aspectos más visuales. El personaje de Cruise podría tener muchas semejanzas con el Wall-E (2008) de Pixar, aquel robot que se dedicaba a limpiar de basura una Tierra devastada y deshabitada, que también desarrollaba una gran nostalgia y amor por el planeta que una vez fue. Otras influencias se podrían encontrar en Soy leyenda (2007) –otro caso de “película de”, en este caso Will Smith–, con esa idea del último humano sobre la Tierra luchando contra seres amenazantes. Pero si hay una película reciente con la que tendría muchos puntos en común, esa sería Moon (2009), la extraordinaria ópera prima de Duncan Jones sobre un astronauta que trabaja en la más absoluta soledad en una excavación minera de la Luna. Muchos de los hallazgos narrativos de aquella, aparecen “prestados” en este filme, mientras que la dirección artística bebe más de la elegancia de la mítica 2001, una odisea del espacio (1968), con esos decorados blancos y sofisticados. Que la deidad extraterrestre venga representada en una especie de monolito enorme, aumenta aún más si cabe su vínculo con la obra maestra de Kubrick (también con la marginada Zardoz (1974) de John Boorman).
Los efectos especiales, excelentes como serían de esperar en una superproducción de gran presupuesto como la que nos ocupa, cumplen su función de otorgar espectacularidad a la historia, sin apabullar en ningún momento. No abusa Kosinski de las virguerías técnicas –como hiciera en la respetable TRON: Legacy–, pero sí se ve forzado a incluir trepidantes escenas de acción con batallas de naves al más puro estilo de Star Wars, con fines meramente comerciales. Este es el mayor hándicap de la propuesta: su indefinición constante entre ser una película de acción más para lucimiento de Cruise y las ambiciones artísticas de un argumento que podría haber dado mucho más juego. Cae innecesariamente Oblivion en algunos momentos románticos que afean bastante el conjunto, al caer en una cursilería que roza el ridículo. El triángulo amoroso entre Harper-Vika-Julia podría haber funcionado con la misma intensidad sin necesidad de recurrir a escenas como la de la petición de mano en la terraza mirador del Empire State Building. Tom Cruise es el amo y señor de la función en su eterno personaje de héroe de acción y está, como no, perfecto. En cambio, dos interesantes actrices como Olga Kurilenko y Andrea Riseborough actúan como meros objetos decorativos alrededor de la estrella, pese a que la segunda se come la pantalla en cada aparición. Morgan Freeman hace uno de esos secundarios que le sirven para pagar facturas últimamente, sin grandes esfuerzos. Pero el mayor pecado es desperdiciar a un actorazo como Nikolaj Coster-Waldau en un personaje de relleno, casi sin diálogos ni importancia en la trama. Por todas estas taras, los mayores aciertos de Oblivion los hallaríamos en la forma. El director de fotografía Claudio Miranda –ganador del Oscar en 2012 por La vida de Pi– saca el máximo provecho de los impresionantes paisajes islandeses en donde se recreó el planeta devastado, mientras que la impresionante música compuesta por la banda francesa de música electrónica M83, está muy por encima de la propia película.
Oblivion podría haber sido un clásico instantáneo del género de la ciencia ficción, como sí lo fueron Minority Report o Moon, pero algo falló en el camino para que los resultados quedaran en una simplemente buena película post-apocalíptica. Tiene toda la pinta de que el director viera mermadas sus ambiciones artísticas por las presiones de los grandes estudios, más preocupados en garantizarle un nuevo éxito de taquilla a Cruise tras los pequeños tropiezos de sus últimas aventuras cinematográficas. El filme, sin duda sugestivo y nada desdeñable, termina navegando en tierra de nadie, presentando serios problemas de ritmo para tratarse de un espectáculo de acción y haciendo demasiadas concesiones –ese epílogo inútil en la cabaña– como para ser considerada una obra seria del calado de Blade Runner (1982). Dicho de otra forma, como película de Tom Cruise es impecable, cumple a la perfección su función de hacer que el espectador se evada durante dos horas a otros mundos imposibles, pero no hay que pedirle más profundidad de la que hay. A fin de cuentas, esto era un cómic de Joseph Kosinski y no una novela de Philip K. Dick. ★★★★★
José Antonio Martín.
crítico de cine.
Estados Unidos. 2013. Título original: Oblivion. Director: Joseph Kosinski. Guión: Joseph Kosinski, Michael Arndt, Karl Gajdusek (Cómic: Joseph Kosinski, Arvid Nelson). Productora: Universal Pictures/ Chernin Entertainment. Presupuesto: 120.000.000 dólares. Recaudación: 285.600.588 dólares. Fotografía: Claudio Miranda. Música: M83, Anthony Gonzalez, Joseph Trapanese. Montaje: Richard Francis-Bruce. Intérpretes: Tom Cruise, Olga Kurilenko, Andrea Riseborough, Morgan Freeman, Melissa Leo, Zoë Bell, Nikolaj Coster-Waldau.