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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Rupturas por encargo

    Schlussmacher

    SIN NOVEDAD EN EL FRENTE

    crítica de Rupturas por encargo | Schlussmacher, Matthias Schweighöfer & Torsten Künstler, 2013

    15º Festival de Cine Alemán.

    Muchas de las comedias de la historia del cine están basadas en la improbable unión de una extraña pareja, pudiendo remontarnos para ello a la que formaban en los años 20 Laurel y Hardy (o el Gordo y el Flaco), y recordando otras como las de Abbott y Costello o sobre todo Lemmon y Matthau, entre cuyas colaboraciones encontramos una precisamente titulada La extraña pareja (Gene Saks, 1968). El cine más reciente también ha sabido aprovechar el humor derivado del contraste de dos personajes masculinos (muestra del machismo de este medio), enfrentados sobre todo a situaciones extravagantes que revelan su distinta manera de ver las cosas. Lo habitual es llamar ahora a estas películas buddy movies, pues, pese a las diferencias de carácter y estilo entre ambos personajes, siempre acaba formándose una duradera amistad entre ellos. En este marco se sitúa claramente Rupturas por encargo (Schlussmacher, 2013), una alocada comedia que ha cosechado un considerable éxito de taquilla en su país de origen. Su historia parte de una premisa imaginaria, centrándose en un empleado de una agencia dedicada a facilitar la quiebra de relaciones amorosas ajenas, bajo petición de uno de sus miembros, incapaz de hacerlo por si mismo. Tal agencia, por muy útil que pueda ser, no existe en la actualidad, por lo que el humor slapstick y exagerado que presenciamos más adelante quedaría justificado en tanto que el filme nos presentara un mundo similar al nuestro pero a la vez con sus propias reglas (no solo sociales sino también físicas), conduciendo a lo que en el cine se llama habitualmente la suspensión de la incredulidad.

    Sin embargo, el resto del metraje no aprovecha esa premisa, sino que la desarrolla como si fuera algo común, como si la vida real funcionase así, y no como algo más cercano a la ciencia ficción o a la fantasía. En otras palabras, las nuevas reglas no están claramente fijadas, y por ello algunos episodios en la segunda mitad del metraje, cuando comprobamos ya del todo que no se quiere introducir ninguna novedad sistémica, pierden la coherencia que sí presenciamos al principio. En efecto, uno de los encargos del mencionado empleado afecta a un hombre cariñoso pero socialmente alienado que no acepta de buen grado que su pareja quiera romper con él. Ambos hombres se ven por tanto obligados a convivir, en tanto que el segundo debe dejar su piso y el primero acepta que lo acompañe en un viaje por Alemania, recorriendo las localizaciones donde debe llevar a cabo sucesivos trabajos. Ello da lugar a secuencias disparatadas como la seducción de una mujer obesa que acaba persiguiendo como un rinoceronte desbocado a los coprotagonistas, escenas que logran con todo provocar la carcajada fácil sin caer en la vergüenza ajena. Pero, como hemos adelantado, este efecto se abandona progresivamente, pasando por así decir del surrealismo al irrealismo y a lo inexplicable. Ello queda patente en un último encargo, que lleva a ambos personajes a una mansión donde habita un millonario terrorífico que tiene sometida a su hija. En este capítulo hay en concreto dos momentos que ya no aceptamos de buen grado. Uno se corresponde a las ganas de orinar que sufre el miembro tontaina y sensible de la pareja, pretendiendo satisfacer esa necesidad a la entrada de la mansión. Pero una cámara de vigilancia sigue sus movimientos, por lo que es incapaz de cumplir su deseo, hasta que finalmente le dejan entrar en la casa. ¿Pero por qué previamente no se retira un poco más, fuera del campo de visión del impertinente dispositivo de video, para así orinar a gusto? Porque narrativamente debe entrar en la casa. Una acción queda pues admitida por la consecuencia que persigue el guionista (que no el personaje) y no por la causa que la provoca, ignorando esta última, lo cual supone una táctica inexperta y tramposa. Aunque la acción detallada no tenga apenas relevancia propia en la trama, más allá de contribuir a su carrusel de gags, sí desencadena en parte el momento posterior, cuando el patriarca del bastión decide disparar reiteradamente a ambos hombres con un rifle, mientras su esposa le provee de munición… En este caso no es necesario explicar por qué podemos acusar a tal acción de falta de lógica.

    Schlussmacher

    Pero lo peor viene después, en un último acto caracterizado por un baile de tópicos, culminado al son del hit setentero Love Is In The Air. La risa conseguida anteriormente, con sucesivos episodios más o menos creíbles e ingenuos, pero narrados siempre con competencia y ritmo, da paso a una mueca de recelo por nuestra parte, a bajar la cabeza y a alzar al mano y llevársela a la frente. Lo políticamente incorrecto cede ante la moralina simplona. El hombre del corazón roto ha hecho ver al empleado de la agencia que el amor existe, y que por ello su trabajo es tan inmoral como artificial: los dos personajes acaban pensando lo mismo y por ello su relación pierde todo interés. En definitiva, en vez de aventurar una sátira ácida y divertida de las relaciones de pareja, el ingenioso punto de partida de esta película diseña una mera pasarela para el chiste y el lugar común… Rara vez una película ha infringido de forma tan clamorosa la célebre regla de Hitchcock de que “vale más partir del cliché que llegar a él”. ★★★★★

    Ignacio Navarro.
    director & crítico cinematográfico.

    Alemania, 2013. Directores: Matthias Schweighöfer & Torsten Künstler. Guión: Doron Wisotzky. Productora: Amalia Film GmbH / Pantaleon Films / Twentieth Century Fox Film Corporation. Fotografía: Bernhard Jasper. Música: Peter Horn & Andrej Melita. Montaje: Stefan Essl. Intérpretes: Matthias Schweighöfer, Milan Peschel, Nadja Uhl, Anna Bederke, Heiner Lauterbach, Catherine de Léan.

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