LA PULCRITUD DEL MEDIO FONDO
crítica de Los ilusos | Jonás Trueba, 2013sección oficial | Atlántida Film Fest
A los que todavía gozamos del privilegio de pasear por las céntricas calles de Madrid, conocedores a medias de su mágico y sucio esqueleto, del trasiego de gente trabajadora y hombres inquietantes por cualquiera de sus plazas o avenidas, de parejas que se sonríen antes y después del silencio que propician los embrutecedores biorritmos de la ciudad, siempre hermética pero insinuante con el turista que desconoce el aburrimiento de vivir siempre en el mismo lugar, en un retrato a escala de tus inalcanzables expectativas; del pequeño comercio que resiste a duras penas el golpe de la Máquina, librerías agonizantes y superficies blancas donde el empleado sólo puede teclear el título y el autor de ese libro que desconoce no ya por desconocimiento sino por la imposibilidad de memorizar semejante afluencia de obras, a la espera de un minúsculo espacio en mitad de esos interminables pasillos atestados de miles de páginas que nunca serán leídas, o que serán disfrutadas por tres o cuatro sabuesos de la lectura. Fuera, junto a la Plaza Mayor o en Atocha, el adoquín está salpicado de chicles y en cada esquina se nos ofrece un McDonald’s o un Burger King, también las crujientes pechugas que cocina ese señor de pelo y mosquita blancos y sangre azul (?): el Rey del Pollo Frito. El rey de la fritura, como todo buen (y campechano) monarca. La rueda sigue su curso, pero todavía hay quienes se resisten a creer que los tiempos modernos acabarán con lo mejor de sus vidas: las incómodas butacas de la filmoteca, las claustrofóbicas aulas en donde se imparten cursos que rara vez enseñan algo sobre cine, el inconfundible olor de esa librería cuyo jefe te (re)conoce y se preocupa de alimentar tus vicios, salvo que seas uno de esos huraños que recelan de las recomendaciones, que sólo dicen hola y adiós por aquello de mantener la burbuja y un cierto halo de misterio. Cuestión de traumas.
Los restaurantes subsisten más vacíos que nunca; las aceras mecen a unos pocos noctámbulos que regresan tras una larga noche de alcohol y conversaciones junto a la barra de un bar genuinamente madrileño que huele a calamares y a tortilla. Jonás Trueba se proyecta retóricamente en el cuerpo de ese cineasta con pisito en Antón Martín. A veces se le oye entre escenas que se confunden con la realidad, como en esa panorámica tomada desde la azotea de la Plaza Mayor. Así, Los ilusos parte del subsuelo y no reniega de la superficie, aunque en ella se filtran las inquietudes de un creador que contempla escéptico su propio lenguaje, su claridad formal mientras busca —a través de conversaciones, tiempos muertos, risas, besos, e incluso algún polvo fortuito— ese toque cinematográfico heredero (salvando las distancias) de los geniales Berlanga y Azcona, entre otros. No es casual que el director de Todas las canciones hablan de mí recurra al blanco y negro para transmitir un palpable amor por los clásicos del cine europeo, la ineludible Nouvelle Vague y los recuerdos vívidos en torno al Cine Doré. Nunca fue tan necesario el tributo al templo, o sea a los cines: cada mañana nos despertamos con nuevas y trágicas noticias sobre el tejido del “cine español”, pendiente de esa película que, año tras año, maquilla el taquillaje. El aumento del IVA ha supuesto el último revés. Las salas pierden espectadores y, por tanto, cierran de manera súbita. Todo el mundo habla del IVA, aunque nadie dice ni mu sobre el abuso que durante largo tiempo hemos sufrido los espectadores, quienes pagábamos excesivamente en beneficio de exhibidores y determinadas distribuidoras que ahora condenan, no sin razón, las medidas de un ministro y un gobierno infames. El “desmantelamiento de la Cultura” no obedece a ninguna realidad sólida, ya que la Cultura siempre ha sido un género puramente económico, una navaja suiza para empresarios que primero obstruyen las arterias del sistema de producción —subvenciones— y luego cortan de raíz los viejos canales —antiguas salas convertidas en sucursales del emporio de turno—, estigmatizando en lugar de informar acerca del fantasma de la piratería. Y, sin embargo, esta película se asoma con timidez a las zonas oscuras del viejo cinéfilo, un romántico que contempla, brazos en jarra y con discurso de intelectual, la destrucción de su edén.
Los ilusos está hecha por y para unos amigos: su cuerpo en Súper 16, su tono entre contemplativo y reflexivo en la capital, no es más que un meritorio regalo a Fernando Trueba. También a todos aquellos que caminan por las calles con ánimo de encontrar nuevas razones, un espacio literalmente hueco debido a las interminables obras, capturado en certeros encuadres y planos que no tiene prisa por concluir. Finalmente sólo hay un pequeño gran dato que me aleja del sujeto que encarna (o no) Francesco Carril. El chico queda con una joven periodista para cenar “y lo que surja”. Y cenan. Y surge. Acaban en el piso del bohemio. A la mañana siguiente, la sexy y enigmática Aura Garrido (o su personaje) no puede desayunar más que un café. ¿Falta de apetito? No. La nevera está vacía. Agua en botellas de Coca-Cola y, si acaso, una lata de atún. Él saca dos zumos de melocotón, a disfrutar con pajita. ¿Quieres?, le pregunta a ella. No, no quiere. No le gusta el zumo de melocotón. Es entonces cuando pienso: “Si intuyes que acabarás en tu casa, al menos asegúrate de que tienes comida”. No seas miserable. De repente, detesto a ese tío. Observo cómo pincha la pajita en el zumo (de melocotón) y absorbe cabizbajo. Es un perdedor con ínfulas. Vive en la inopia. ★★★★★
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
España, 2013. Guión y dirección: Jonás Trueba. Fotografía: Santiago Racaj. Reparto: Francesco Carril, Aura Garrido, Vito Sanz, Mikele Urroz, Isabelle Stoffel, Luis Miguel Madrid.