AMARGOS RECUERDOS
crítica de Fin de la veda | Ende der Schonzeit, Franziska Schlotterer, 201215º Festival de Cine Alemán.
Los períodos de guerra y opresión llevan al ser humano a cometer actos que nunca haría en circunstancias habituales. Empujado por la necesidad o por una visión alterada de la realidad, intenta adaptarse de una forma censurable, por su falta de aceptación en un contexto normal, a uno novedoso y perturbador. Ello se debe a que este último le impide pensar como normalmente haría, sea con racionalidad analítica o con sentimientos de por medio, conduciendo a lo que Hannah Arendt llamaría más tarde la banalidad del mal. Es pues oportuno que en esta segunda jornada del festival de cine alemán de Madrid se hayan presentado consecutivamente una película sobre la mencionada filósofa alemana, reflexionando sobre la época del nazismo; y otra, llamada Fin de la veda (Ende der Schonzeit, 2012), ambientada directamente en la misma. El dilema moral que se plantea en esta última es con todo distinto, pues ya no se trata de dilucidar lo que llevó a oficiales nazis a actuar como hicieron, sino de mostrarnos lo que pudieron hipotéticamente llevar a cabo otras personas bajo esa amenaza nazi. Es importante por tanto analizar la historia que nos narra esta ópera prima de Franziska Schlotterer teniendo eso en cuenta, ya que puede transformar unos comportamientos que a priori nos pueden parecer inverosímiles en actuaciones lógicas y comprensibles, a falta de calificativos más apropiados.
Dicha historia gira en torno a tres personajes reunidos en una granja aislada en medio de un campo y unos bosques. Dos de ellos forman la pareja propietaria del terreno, y el tercero es un judío que intenta escapar del país y que es acogido por el citado granjero. Aunque enseguida adivinamos que este hombre rudo tiene pocas simpatías con el nazismo, no es esa la razón que le lleva a proteger al otro: el motivo es que quiere que se acueste con su mujer para proporcionarle un heredero, pues él es impotente. Tal premisa es ciertamente intrigante, pero, como hemos dicho, no resultaría creíble sin la necesidad acuciante del judío (Christian Friedel) de ser resguardado, sin la sumisión que sufre esa pálida mujer (Brigitte Hobmeier) del granjero y sin la naturaleza primitiva y utilitaria de este último (Hans-Jochen Wagner). Estos respectivos atributos son los que dotan de autenticidad a la narración, y son los que adelantan un adecuado desarrollo de la trama, como el hecho de que la mujer inicialmente reacia y desconfiada acabe enamorándose de ese huésped inesperado, algo plenamente justificado teniendo en cuenta lo desagradable que puede llegar a ser su marido, y recordando que hasta entonces nunca había sido satisfecha sexualmente. Ayudan igualmente en este sentido las interpretaciones de estos tres coprotagonistas, de una expresividad tal que los parcos diálogos a menudo no son necesarios para entender, con claridad meridiana, sus motivaciones en cada momento.
Sin embargo, esa premisa insólita y provocadora sufre una evolución un tanto previsible y sosa, algo a lo que contribuye un estilo y una planificación técnica poco inspirados. La cámara apenas se mueve y los actores lo hacen con demasiada pausa, lo cual quizás pretende reflejar esa opresión que se respira en el ambiente, pero minora el ritmo ya de por sí escaso del conjunto y restringe lo propiamente cinematográfico del mismo. En efecto, a veces da la sensación de estar contemplando más bien una obra de teatro filmada, pese a que el guion es original y no tiene tal fuente. En otras palabras, la película consigue que nos creamos las situaciones de estos personajes al enfocarlas con naturalidad y contraste, pero lo hace a costa del dinamismo y la inventiva que requeriría una cinta más memorable. Con todo, Schlotterer parece ser consciente de este riesgo. Intenta por ejemplo que la música realce y agite un poco el contenido visual, aunque lo elabora de forma insuficiente: esa banda sonora es algo más inesperada tanto por su tono grave como por sus contadas apariciones, pero no trastoca al espectador de la manera perseguida porque no se identifica bien, ni como elemento añadido ni en concordancia con la narrativa, y acaba pasando algo desapercibida. Otro de los elementos, éste más relevante, que pretende luchar contra esa percepción paradójicamente insípida de la historia, es su estructuración a través de un largo flashback, rememorado por el judío ya mayor, residente en Israel. Este recurso propiamente cinematográfico conduce a la directora y a su coguionista a regresar a ese presente en un último acto que quiere precisamente introducir dosis de mayor creatividad, pero que lo hace demasiado torpemente y perdiendo la credibilidad de la que sí gozaba, al menos, el metraje anterior. En concreto, se incluyen entonces un par de giros un tanto bruscos e innecesarios, especialmente cuando el contexto en el que se sitúa el resto de la historia ha cambiado y ya no proporciona la misma verosimilitud a estos últimos minutos, que por su afectación acaban resultando ridículos. Es una pena porque ello reduce el alcance de la historia en vez de reforzarlo. La misma tenía un efecto dramático poderoso que al final no sabe aprovechar del todo, que falla en su desenlace. Aunque, como hemos dicho, todo esto nos habría llevado a una película por así decir mayor: sin ello, Fin de la veda sigue siendo un filme meritorio, sobre todo por transmitirnos un relato de medios limitados y a la vez poderosas ramificaciones. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
Alemania, Israel, 2012. Directora: Franziska Schlotterer. Guión: Gwendolyn Bellmann & Franziska Schlotterer. Productora: Eikon-Südwest / Laila Films / Südwestrundfunk. Fotografía: Bernd Fischer. Música: Ari Benjamin Meyers. Montaje: Karl Riedl. Intérpretes: Brigitte Hobmeier, Hans-Jochen Wagner, Christian Friedel, Thomas Loibl.
