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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Diamond Flash

    Diamond Flash

    UN DIAMANTE EN BRUTO

    crítica de Diamond Flash | Carlos Vermut, 2011

    El cine está cambiando. Al nivel de las superproducciones, por ejemplo, llevan varios años intentando encasquetarnos el 3D, con cada vez más directores de renombre apuntándose a la moda y cada vez más avances técnicos introducidos para volver a ese concepto de espectáculo en el séptimo arte. En el lado contrario, el de las producciones más modestas, también hay nuevos mecanismos como el crowdfunding o las estrategias de marketing, y nuevas cámaras que permiten rodar con cada vez menos presupuesto. Centrándonos en este segundo nivel, la clave es hacer más con menos, sobre todo si se trata de una ópera prima. Al arrancar un proyecto, las dificultades son numerosas, por lo que lo mejor es apostar por algo nuevo, algo original, que sorprenda y sea lo suficientemente memorable como para financiar un segundo proyecto, teniendo en cuenta que el primero no puede haber costado demasiado. Y Carlos Vermut es muy consciente de ello. Dibujante contrastado, ha debutado tras las cámaras hace un par de años con Diamond Flash (España, 2011), todo un hito en el cine de consumo online. Y lo ha hecho confiando plenamente en su experiencia creativa, asumiendo la responsabilidad de todos los departamentos principales del filme: la fotografía, el montaje, el guion, la producción y la dirección. Un esfuerzo titánico que demuestra la increíble capacidad de este hombre todoterreno, y que ha permitido tanto asegurar una visión libre y única de la película como abaratar al máximo sus costes.

    Pero la nimiedad de su presupuesto queda también patente al comprobar la limitación de sus decorados, la sobriedad de sus acciones e incluso su acabado visual. Los primeros son casi todos interiores naturales con apenas atrezo, con una ambientación intencionadamente cutre y una iluminación mínima y resolutiva. Las segundas se basan en largas y a veces reiteradas conversaciones entre dos personajes sentados frente a frente, sin apenas moverse del sitio. Y el último resulta del dispositivo de video que proporciona una cámara fotográfica en HD. Sin duda existen pocos largometrajes con menos medios que éste, el cual no tiene en cambio nada que envidiarle a los que cuentan con muchos más medios ni a los que tienen un presupuesto mucho más holgado. ¿Por qué podemos afirmar esto? Pues porque Vermut tiene el talento y la sabiduría necesarias para apoyar su filme en una historia que basa todo su poderío en sus personajes y sus diálogos. Recordemos con todo que dicha historia, especialmente en una ópera prima, no puede ser anodina y debe llamar la atención, y a menudo ello se logra recurriendo a un estilo innovador o a una técnica heterodoxa. Sin embargo, en el caso de Vermut, la originalidad proviene casi únicamente de los dos aspectos mencionados: en lo que respecta a la planificación técnica, la misma sigue con escasas excepciones la regla más llana y segura, la del plano/contraplano. Por tanto, la capacidad de sorpresa y de éxito queda incluso más circunscrita, y su realización tiene incluso más mérito.

    Diamond Flash

    En concreto, Diamond Flash nos cuenta una historia de mujeres, con vidas a priori independientes pero que acaban entrelazándose a través del oscuro antihéroe/superhéroe que da título a la película. La misma está dividida en cuatro capítulos, y sigue las tramas de una madre soltera cuya hija ha sido secuestrada, de una mujer maltratada por su pareja, de dos lesbianas afincadas en un restaurante abandonado y de una asesina que pretende que la hagan reír. La narrativa adquiere de hecho un decidido aire tarantiniano, aunque su ritmo y montaje son mucho más pausados, y su alcance más cercano e intimista. Los diálogos también tienen algo de Tarantino, mezclando con envidiable verosimilitud el realismo y la estilización, y algunos de los personajes tampoco estarían muy alejados del universo del de Tennessee. Pero es más bien en sus contadas secuencias, individualmente consideradas, donde encontramos lo realmente asombroso de esta película. Se trata de ese halo misterioso, de creciente intensidad, que Vermut consigue imprimir a cada momento, dándole la vuelta a situaciones aparentemente triviales e imaginando giros y secretos que otorgan un significado mucho más profundo e intrigante a dichas secuencias. Esto se consigue diseñando cada una de ellas en base a motivaciones claras: las citadas conversaciones, aunque a veces puedan parecer vagas e intrascendentes, son siempre sinceras y francas, y sobre todo se producen con acciones o propósitos en la mente de los personajes, no con simples ideas o pensamientos. Por ello la película, pese a sus apuntadas premisas, consigue estar repleta de energía y de dinamismo.

    Ahondando en los dos aspectos anteriormente destacados, nos encontramos asimismo con unas actrices en estado de gracia, todas desconocidas pero bendecidas con unos personajes fuertes y vibrantes que facilitan su interpretación. Los mismos están cuidadosamente elaborados, y se expresan con tanta naturalidad que cosechan enseguida nuestra simpatía por muy oscura o reprochable que sea su naturaleza. Por su parte, los diálogos discurren con el mismo tipo de naturalidad, pero se detienen cuando la secuencia en cuestión alcanza su punto climático, y la misma pasa a resolverse con unas lágrimas, unos gemidos, unas risas, un silencio o incluso un pedo. Esto último nos indica igualmente que Vermut se atreve con algunos momentos que podrían resultar pueriles o absurdos, pero que más bien resultan hipnóticos quizás por inesperados, aunque todos los minutos anteriores, por ese magnetismo oculto del que hablábamos, nos hayan ido conduciendo hacia tal desenlace. Además, esa sensación recurrente en todo el metraje permite que el mismo no parezca nunca inconexo, por mucho que a menudo la relación entre las tramas sea argumentalmente débil. Dicho de otro modo, nos creemos que una cosa lleva a otra, que una escena conduce a la siguiente, por esa fascinación anhelante que nos producen, aunque su causalidad sea relativa. Lo que lleva a cabo Vermut es en definitiva una manipulación del relato cinematográfico, no tanto transformándolo, sino sacándole el máximo jugo posible a sus elementos más esenciales. Pues, al fin y al cabo, el cine está cambiando pero no tanto como para abandonar sus señas de identidad. ★★★

    Ignacio Navarro.
    crítico cinematográfico.

    España. 2011. Director: Carlos Vermut. Guión: Carlos Vermut. Productora: Psicosoda Films. Fotografía: Carlos Vermut. Montaje: Carlos Vermut. Intérpretes: Ángela Villar, Ángela Boix, Rocío León, Eva Llorach, María Victoria Radónic, Miquel Insua.

    Diamond Flash poster
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