EL CHISTE QUE NO LO ERA
crítica de After Earth | M. Night Shyamalan, 2013Esto es una nave que sufre un accidente y… Corte… un corte de montaje, y justo después aparece Will Smith tendido en la hierba, pero no es Will Smith. O sí. La verdad (cuando escribes “la verdad”, ésta se convierte en una verdad a medias, como una mentira piadosa) es que tiene el rostro hepático, enfermizo, yo diría que no descansa plácidamente. No. Está más bien morado blancuzco. Y… Por dónde iba… La nave se entremezcla —golpe va, golpe viene, “¡daños críticos, señor!”— con una caravana de asteroides que pasaban por allí, o sea por el hiperespacio, como bólidos de carreras sin frenos. ¿La música? Fanfarria con toques new age. Todo muy grave. El simpático Will Smith aprieta la mandíbula al borde del llanto, un llanto que se acumula con violencia en su mirada. He de suponer que no cambia el gesto porque no le apetece: After Earth es su historia y el director del filme, que no es otro que el cuestionado M. Night Shyamalan, sometido (permanentemente) a ese último test que debe certificarle como realizador o como artificiero con tendencia al barroquismo formal y a la nadería dramática, se dedica a marcar los planos mientras fusiona estéticas retrofuturistas, en un mix distópico de Parque Jurásico, Los juegos del hambre, Avatar sin flores luminiscentes y en versión low-cost y algunas sobras del peor sci-fi, que describen de punta a cabo una historia informe, sin personalidad ni criterio. El joven Jaden Smith se postula, casi forzosamente, como estrella del circuito comercial más ramplón. Nadie posee (permítanme la licencia) ningún sexto sentido para adelantar acontecimientos, para contemplar a través de una ranura los triunfos o las decepciones de un actor imberbe, todavía por hacer. Aunque su dificultad a la hora de transmitir actitud, emociones, sentimientos, terror, energía, o dudas en su empeño por salvar obstáculos no sólo reales sino imperceptibles, que habitan más allá de cualquier lógica o referencia generacional, mucho antes de sus quince años, es manifiesta.
En After Earth interpreta a un jovencísimo soldado en prácticas, cuyo padre, el general Cypher Raige, apenas si le demuestra un poco de afecto: siempre está viajando, de una galaxia a otra, y cuando se juntan, el decoro es tan formal como helador. Les pesa un recuerdo muy traumático: la trágica muerte de su hija, es decir, la hermana de ese aspirante a militar llamado Kaiti. Por ello, animado por su comprensiva y servicial esposa (el hecho de vivir en el-siglo-ni-se-sabe tampoco es excusa para desdeñar los clichés atávicos, la planicie de la mujer-florero), el general decide llevarse al chico a una misión supuestamente rutinaria que, sin embargo, se tuerce por culpa de varios miles de meteoritos. La nave se estrella contra la Tierra y sólo sobreviven ellos dos. Hijo y padre. Este segundo, con las dos piernas rotas y a escasos días de perder la izquierda. Están solos en una jungla atestada de peligros. Aquel planeta que una vez fue su hogar pero hoy se presume casi intransitable para los humanos, también cobija al peor de sus predadores: un monstruo de una raza extremadamente belicosa, que estaba siendo transportado en esa misma nave partida ahora en dos porciones, separadas por cien kilómetros de ríos turbulentos, monos asesinos, parásitos venenosos, encinas milenarias, aves de rapiña gigantescas y un volcán evocadoramente tolkieniano. Para entonces, términos como “fantasmizar” y un sinfín de florituras melodramáticas —el Flashback en bucle, por ejemplo— se han incrustado a golpes en mi cerebro. Es ostentosa, moralista, inverosímil, torpe, zafia, previsible y, sobre todo, deprimente. Induce al suicidio colectivo. Casi tan nociva como ese otro engendro impresentable titulado Cloud Atlas. Suerte que no dura tres horas. Punto a favor, supongo.
En cualquier caso, los fans acérrimos del director indio encontrarán motivos suficientes (quien dice motivos, dice placer sexual) para defender semejante bodrio. La acción (no tan) desaforada comprende la historia, y no al contrario. Un defecto irreparable que lastra el total de la película. Un fracaso que, objetivamente, no merece el precio de la entrada. Los protagonistas parecen muñecos de cera, robots en piloto automático que buscan desesperadamente la Salida, que intentan sumergirnos en el trauma paterno-filial con tintes mesiánicos. Pero el cine no vende intentos. Parábolas bíblicas aparte, esta producción sirve de coartada empresarial a la familia Smith, cuyos miembros ya se han granjeado la simpatía del espectador medio. Porque son muy graciosos y tienen mucho talento. Porque el jefe puede romper la taquilla. A fin de cuentas, hablamos de un príncipe, el de Bel Air, que se convirtió en Rey del Mundo. Fue Muhammad Ali y fue Hancock. De la excelencia a la mugre del alcoholismo. Casi nada. Y, con todo, nos quedan los amasijos de una idea amorfa. Y me pregunto: ¿Quién se esconde tras esa hinchazón? ¿Jaden o Will? En un momento clave de la cinta, Cypher Raige habla del miedo como barrera invisible. “No es real”. Lo creamos nosotros a través de lo puramente verdadero: el peligro. Todo fácil y lastimoso, bajo una gruesa capa que no esconde más que cenizas. Tan sólo cine que engorda, y no precisamente de felicidad: si decides visionarla en tu casa, abrirás la nevera no menos de tres veces. ●
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
Estados Unidos, 2013, After Earth. Director: M. Night Shyamalan. Guión: M. Night Shyamalan, Stephen Gaghan, Gary Whitta. Fotografía: Peter Suschitzky. Música: James Newton Howard. Reparto: Will Smith, Jaden Smith, Sophie Okonedo, Zoe Kravitz, Isabelle Fuhrman, Kristofer Hivju, Sacha Dhawan, Chris Geere, David Denman, Monika Jolly.